Al mismo tiempo que expulsa el óvulo muerto, la mujer pierde también por lo tanto la sangre portadora de vida que estaba destinada a alimentar a un niño. Es esta sangre la que atrae a las entidades inferiores del plano astral: quieren aprovecharse de las energías contenidas en esta sangre para reforzarse y así continuar sus acciones maléficas entre los seres humanos. Por esta razón Moisés dio prescripciones muy estrictas con respecto a la mujer durante este período, y se vuelven a encontrar estas mismas prohibiciones en otras religiones y culturas. Pero ¿es necesario observar siempre estas prohibiciones?
Del mismo modo que el hombre es un representante del Padre celestial, la mujer es una representante de la Madre divina,6 y no son sus reglas las que hacen que ella sea impura, sino los pensamientos y sentimientos negativos a los que puede entregarse durante estos pocos días en los que está psíquicamente menos bien armada. El fenómeno de la menstruación, en sí mismo, es neutro, no tiene nada de impuro, sólo es un proceso fisiológico. Pero es la mujer quien es pura o impura según lo que ella alimente en su cabeza y en su corazón. Y si se deja llevar por la cólera, los celos, el odio o la sensualidad, las entidades astrales se apoderan de los vapores emanados por su sangre y pueden utilizarlos para hacerle daño y hacer daño también a los seres que le rodean.
Pero este poder que tiene la mujer de atraer y alimentar con su sangre a entidades oscuras, lo tiene igualmente para atraer y alimentar entidades de luz. La mujer puede, al igual que el hombre, usar los poderes del pensamiento, que es hijo del espíritu, con el fin de hacer triunfar la luz. Es capaz de gobernar las corrientes oscuras que la atraviesan y de transformarlas en influencias benéficas que dirigirá para bien de toda la humanidad. De momento, todavía ignora las fuerzas que la naturaleza ha depositado en ella; y el hombre no se esfuerza demasiado en ayudarla para que tome conciencia de ello. Incluso al contrario, se ha preocupado más bien de mantenerla en la ignorancia y la dependencia. Ahora es el momento de que la mujer sepa que puede realizar grandes cosas gracias al poder de la sangre, una sangre que debe consagrar a Dios y a las entidades luminosas del mundo invisible. Consagrando su sangre realiza un acto de la magia más elevada y se manifiesta como una verdadera hija de Dios.
Algunos dirán: “¿Pero qué es lo que nos está contando? ¿Quiere arrastrarnos a hacer magia? ¡Qué horror! Nosotros somos cristianos y jamás nos dejaremos llevar por semejantes prácticas. Es el Diablo el amo de la magia...” Pues bien, como queráis. Hay seres perversos por doquier que utilizan tranquilamente estos conocimientos para hacer el mal, y cuando se da a los cristianos la posibilidad de utilizarlos para el bien, están ofuscados.7 Ante personas tan ignorantes y timoratas, los magos negros pueden frotarse las manos: tienen el campo libre para todas sus empresas maléficas.
¡Cuántas cosas no tienen interés para vosotros y os pasan desapercibidas porque no se os ha educado para que veáis su significado y su valor! Pero los Iniciados están atentos a todo, en todas partes ven la mano de Dios, el poder de Dios. Y en una gota de sangre, descubren la quintaesencia de la materia, los principios de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.
La sangre representa la vida que circula en el universo. Si se sabe cómo considerarla, se llega a sentir que dentro de nosotros está lo que más se acerca a la luz. Porque la sangre es la vida, “Y la vida es la luz de los hombres”, dice san Juan al principio de su Evangelio. Esta luz, que es la materia misma de la creación,8 puesto que Dios creó el mundo invocando a la luz, es ella la que está condensada en nuestra sangre. Por lo tanto, debemos estar muy atentos y considerar con inmenso respeto esta sangre que es luz condensada, la vida divina condensada. Y al igual que la sangre siempre regresa al corazón, nuestra vida debe regresar al corazón del universo: al Creador.
En la actualidad, muchos tienden a ver en la circuncisión una práctica de otros tiempos. Sencillamente es porque no comprenden lo que es la vida y el papel que los humanos deben desempeñar para su conservación y espiritualización. Si poseyeran esta luz, no se sorprenderían ni les extrañaría tanto esta práctica. Yo por mi parte, no estoy ni a favor ni en contra. Únicamente lo explico. En el contexto donde apareció tuvo su razón de ser; ahora la podemos conservar o abandonar, todo depende de la comprensión que de ella tengan los humanos.
5“Sois dioses”, Parte V, cap. 3: “El mal es comparable a unos inquilinos...”.
6“Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte VIII, cap., 2-II: “El hombre y la mujer, reflejos de los dos principios masculino y femenino”.
7Ibid., Parte VI, cap. 3: “La magia divina”.
8Ibid., Parte II, cap. 1-II: “¡Que se haga la luz!”.
III
“AQUÉL QUE QUIERA SALVAR SU VIDA LA PERDERÁ”
En todas las religiones se encuentra la creencia de que las divinidades exigen que los hombres les hagan sacrificios. A lo largo de la historia, estos sacrificios han adoptado formas diferentes: sacrificios humanos, sacrificios de animales, de vegetales, de alimentos, de objetos, y Jesús mismo se ofreció en sacrificio. Entonces nosotros los cristianos, ¿qué debemos hacer?...
Al joven adinerado que acababa de preguntar a Jesús qué prácticas debía observar para tener la vida eterna, le respondió: “Vende lo que posees, dáselo a los pobres, y después sígueme...” Pero el joven se marchó muy triste porque lo que Jesús le pedía estaba por encima de sus fuerzas. ¿Es necesario llegar a la conclusión de que para poder seguir a Jesús debamos realmente deshacernos de todo lo que poseemos para dárselo a los pobres? Algunos lo hicieron así, pero no por ello siguieron mejor a Jesús. De nada sirve renunciar a los bienes materiales cuya posesión nos entorpece y oscurece nuestra mirada, si no nos libramos también de los pensamientos, sentimientos y deseos que nos entorpecen y oscurecen aún más nuestra mirada interior.
Tiene mucho mérito hacer renuncias y sacrificios, pero ¿renunciar a qué y sacrificar qué? Esto es lo que los humanos no llegan a comprender. Porque de entrada, bien sea en el plano material o en el plano psíquico, la palabra “renuncia” les da miedo. Tienen miedo de la renuncia como tienen miedo de la muerte. Y efectivamente, renunciar es dejar morir algo en nosotros mismos privándole de alimento y, ante esta amenaza de muerte, una parte de nosotros se rebela. Pero lo queramos o no, he ahí un dilema del cual no podemos escapar: la vida y la muerte están tan estrechamente unidas que siempre hay en la existencia y en el hombre algo que debe morir para que otra cosa pueda vivir.
Se puede ya hacer esta observación en el terreno de la salud. ¡Cuántos enfermos a quienes su médico recomienda dejar de fumar o de beber alcohol, tienen la impresión de que, si siguen estos consejos, perderán el placer de vivir, la existencia ya no tendrá sentido para ellos! Pues sí, porque existen aquí dos concepciones de la vida que entran en conflicto: la de la vida instintiva y la de la vida sensata. ¡Y cuántas personas asimismo ponen su existencia en peligro porque sienten la necesidad de emociones fuertes que les den la sensación de vivir más intensamente!9 Para vivir una cosa hay que renunciar a otra. No se puede someter al cuerpo a toda clase de excesos y al mismo tiempo conservar la salud.
Debemos escoger la forma de vida que queremos fomentar, porque no se puede vivir todo a la vez. Aquél que, con la excusa de vivir más intensamente o más agradablemente, no respeta las leyes de la vida física, enferma y muere. Y lo que es cierto en el plano físico, lo es igualmente en el plano psíquico. Pero los términos “vida” y “muerte” sólo evocan espontáneamente en los seres humanos la vida y la muerte físicas, mientras que en realidad no son más que aspectos muy limitados de estos dos procesos. Y si saben lo que son la vida y la muerte en el plano físico, no lo tienen nada claro con respecto al plano psíquico y espiritual: no saben cuándo están muertos y cuando están vivos.
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