Muchas personas, chasqueadas, han dejado de creer en milagros, mientras que otros creen en cualquier cosa sin saber cómo determinar de dónde proviene.
Todo hecho sobrenatural debe ser probado por medio de la Palabra de Dios. Como hemos visto, la Biblia nos habla de milagros falsos y verdaderos. Pero ¿cómo distinguirlos?
En primer lugar, conviene saber que Dios prohíbe todo tipo de prácticas esotéricas, espiritistas u ocultistas (Deuteronomio 18:9-14). Nos advierte, además, del peligro de aceptar como divina cualquier aparición, comunicación o revelación, pues “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” y tiene ministros fraudulentos que se disfrazan como apóstoles de Cristo (2 Corintios 11:13-15).
Entonces, ¿cómo saber si el hecho milagroso es de Dios o del diablo? No queriendo extendernos demasiado, lo resumiremos en un solo texto bíblico: “¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20). “La ley y el testimonio” se refieren a la totalidad de los libros de La Biblia. La ley divina, revelada por Dios a Moisés, y el testimonio de los profetas deben determinar si algo proviene de Dios o del Engañador. Si el hecho no está en un ciento por ciento de acuerdo con la Biblia, entonces, no proviene de Dios.
Gracias al Señor, la Biblia nos proporciona mucha luz para detectar las falsificaciones satánicas. El cristiano cabal se caracteriza por estudiar profundamente la Palabra de Dios y este conocimiento lo protege.
Sin embargo, además de detectar los falsos milagros, ¿no tendremos alguna otra misión de parte de Dios? Por supuesto que sí, me dirá usted, “predicar la verdad”. Tiene razón, pero Pablo dice que “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Corintios 4:20); por lo tanto, ¿no cree que deberíamos predicar a Jesús tal como es y realizar la misma obra que él hacía? El mismo Pablo agrega que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8), y es evidente que desea hacer hoy la misma obra que hizo en el pasado, pues por eso dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (S. Juan 14:12).
Es muy bueno ser especialistas en detectar falsos milagros, pero ¿dónde están los verdaderos? Gracias a Dios, ocurren, pero ¿no deberíamos verlos más seguido y con mayor frecuencia?
Capítulo II
EL PODER DE SU NOMBRE
Actualmente, los nombres que ponemos a nuestros hijos son elegidos porque suenan bien, porque pertenecen a algún artista o deportista famoso; o en el mejor de los casos es el nombre de los padres, o de un familiar o un amigo querido.
Sin embargo, en la antigüedad, el nombre expresaba algún buen deseo o profecía de los padres, o definía la personalidad de su portador. Abigail aseguraba que su marido Nabal era lo que su nombre indica, un necio. Esaú declaró que el nombre de su hermano era muy adecuado: Jacob (“Suplantador”).
José y la Virgen María no pudieron elegir el nombre de su hijo. El ángel de Dios les dijo el nombre que debían ponerle: Jesús. El nombre elegido por Dios era un anuncio viviente: “Jehová salva”, y en todo el Nuevo Testamento se aprecia el poder de ese nombre cuando es invocado con fe.
El Evangelio del doctor Lucas
Lucas era un médico que, de acuerdo con la medicina de su época, mandaba más gente a la tumba de los que lograba curar. Por eso, no debe extrañarnos que en su Evangelio y en Hechos de los apóstoles se explaye sobre el poder para sanar que hay EN EL NOMBRE DE JESÚS; que relate con detalles los milagros de sanidad realizados por Jesús y sus discípulos.
La escritora Elena de White corrobora: “Durante su ministerio, Jesús dedicó más tiempo a sanar a los enfermos que a predicar. Sus milagros atestiguaban la verdad de sus palabras” ( DTG 316).
A modo de ejemplos, podemos encontrar en el capítulo 4 la curación de la suegra de Pedro, la liberación de un endemoniado y una multitud de sanados al ponerse el sol. En el capítulo 5, la pesca milagrosa, y la sanidad de un leproso y de un paralítico. En el capítulo 6, la sanación del hombre de la mano seca y de otra multitud. El capítulo 7 registra la conversión de un funeral en fiesta cuando resucita al hijo de una viuda; luego sana al siervo del centurión y a Simón el fariseo. El capítulo 8 nos cuenta acerca de la curación de un “demente” (alguien a quien hoy enviaríamos en vano a un psiquiatra, pues estaba endemoniado), la resurrección de la hija de Jairo y, además, del Creador calmando la tempestad. En el capítulo 9, Jesús multiplica los panes y los peces, con los cuales alimenta a los cinco mil, y también sana a otro endemoniado.
Dos porciones bíblicas resumen el tema: “Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. También salían demonios de muchos dando voces y diciendo: ‘¡Tú eres el Hijo de Dios!’ ” (S. Lucas 4:40, 41). “Descendió [Jesús] [...] en compañía de [...] una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón que había venido para oírlo y para ser sanados de sus enfermedades; también los que habían sido atormentados por espíritus impuros eran sanados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque poder salía de él y sanaba a todos” (S. Lucas 6:17-19).
Los 84 misioneros haciendo maravillas
Luego, Jesús dio a sus discípulos el poder de realizar la misma obra, EN SU NOMBRE. “Reuniendo a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos [...]. Y saliendo, pasaban por todas las aldeas anunciando el evangelio y sanando por todas partes” (S. Lucas 9:1, 2, 6). Ya tenemos a Jesús más doce haciendo maravillas y aliviando el dolor humano, pero el equipo siguió creciendo. “El Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos [...]. Y les dijo [...]. En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: ‘Se ha acercado a vosotros el reino de Dios [...]. Regresaron los setenta con gozo, diciendo: ‘¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan EN TU NOMBRE!’ ” (S. Lucas 10:1, 2, 8, 17).
Ahora son 83 los poderosos misioneros, pero no eran todos. Por lo menos había uno más, aunque no estaba anotado como miembro de la iglesia. “Juan dijo: ‘Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios EN TU NOMBRE; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros’. Jesús le dijo: ‘No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es’ ” (S. Lucas 9:49, 50). ¿No es maravilloso el relato bíblico? Usted ¿puede imaginar, entre estos 84, al mismo Judas predicando, sanando y echando fuera demonios?
Satanás sanando y echando fuera demonios
“[Unas personas] le dijeron: ‘¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos?’ ” (S. Juan 6:30).
Sabiendo el diablo que mucha gente quería ver para creer, comenzó a falsificar los milagros de Jesús.
Una linda familia de mi iglesia, en Córdoba (Rep. Argentina), asistió a una gran reunión de milagros dirigida por un famoso predicador que se hacía llamar reverendo. Ellos mismos me contaron que el primer día no les gustó la reunión, pues veían a la gente caer al suelo, y tener convulsiones y manifestaciones extrañas. Pero, lamentablemente, fueron una vez más. Ahora resultaron ser ellos los que cayeron al piso y fueron invadidos por una sensación extraordinaria y un éxtasis indescriptible.
Читать дальше