No importa qué nombre le pongas a quien le tengas fe.
A Dios, al universo.
Al cielo, a un Buda, etc.
Sabemos que la fe es el motor de todo si ese motor no está en marcha, entonces no se logrará avanzar.
Sabemos que si una persona está internada en una situación crítica hasta el no creyente en Dios va a pedir desde esa fe a ese no sé qué, que lo ayude, que lo salve, que no lo deje morir, pues entonces desde ese lugar, desde esa fe, desde ese motor, desde esa fuerza, milagrosamente ese familiar se salva.
Los efectos de la fe en la vida de una persona indudablemente son muy grandes, es muy emocionante cómo la fe cambia el destino de las personas, de sus vidas.
Hace que se transforme en un ser humano diferente.
Una persona con fe es una persona segura, podría decir hasta sin miedos.
Un ser humano con fe es una persona creyente y un ser creyente lleva una vida tranquila y segura porque la fe es una fuente de seguridad.
Por lo tanto quienes no creen o creen y dudan viven sus vidas con temor, miedos, angustias, depresiones, ansiedad, etc. Tienen miedo a lo que vendrá y nunca se sienten cómodas o seguras respecto a su futuro.
Viven vidas desorientadas pudiendo hasta decir llevando una vida miserable.
Creer en Dios u otros seres sobrenaturales es algo frecuente, en todos los países, culturas y épocas.
¿Por qué la gente piensa que existe un ser o varios que crearon el mundo y al ser humano?
Tengo la sensación de que es diferente el cerebro de una persona con fe y una persona que no la tiene.
Aunque podría decir que en algún punto todos tuvieron o tienen fe. Recuerdan cuando éramos chicos teníamos una ilusión, simultáneamente fe en que eso sería así, cuando esperábamos tan ansiosos a los Reyes Magos.
Hablar de fe nos lleva a 1972, en la cordillera de los Andes. Cuando el 13 de octubre 1972 un avión de la fuerza aérea uruguaya vuelo 571 que transportaba a 45 pasajeros, entre ellos los integrantes del equipo juvenil de rugby oriental Old Christians.
Fe, tragedia y milagro, expresión que refiere al accidente ocurrido en la cordillera de los Andes.
Un accidente en el cual sobresalen los valores humanos que hicieron posible la supervivencia de 16 personas.
Los sobrevivientes atrapados por las montañas nevadas a casi 4000 m. S. N. M. no tenían suficiente comida, sin agua, sin vestimenta adecuada, y tolerando temperaturas bajísimas.
Tenían que realizar pequeñas expediciones, de esta manera fueron conociendo más y más las montañas, de esta manera hallaron la cola del avión en la cual se encontraban las baterías necesarias para reparar la radio con intentos fallidos.
Tuvieron que alimentarse con cuerpos de sus compañeros fallecidos para de esta manera poder sobrevivir, eso fue muy duro para ellos.
Falta de alimentos y duras condiciones que se tuvieron que afrontar, de esta manera tuvieron que tomar la decisión antes de morir de poder alimentarse con los cuerpos de sus compañeros fallecidos.
Por las noches rezaban el rosario cada noche, ellos tenían fe de que se salvarían.
Una fe que nunca perdieron, fue esa fe que los sostuvo cada día. Elevaban plegarias y sentían que se salvarían, que las cosas cambiarían.
(Sus familiares sostienen que ellos por las noches también rezaban el rosario y que ellos sentían que estaban bien y que regresarían).
Tres de los sobrevivientes (Fernando Parrado, Roberto Canessa, Antonio Vizintin) con mucho sacrificio empezaron a caminar rumbo al oeste para llegar a los valles de Chile. Al día 3 de caminar decidieron que Antonio debería regresar al fuselaje.
De esta manera Roberto y Fernando siguieron caminando por siete días por las montañas de los Andes.
Luego de esa caminata por 10 días se encontraron con Sergio Catalán (el arriero, que a través de un papel y un río lograron que él lea ese papel, el arriero a caballo anduvo x 14 horas para ir a entregar ese mensaje, donde ni siquiera sabía si realmente eran ellos).
Gracias a ese acto logró salvarles la vida porque Sergio Catalán volvió con el ejército, con helicópteros, con equipos de rescate.
Ese mismo día se comenzó el rescate logrando rescatar a 6 sobrevivientes aquel día. Fue dificultoso el rescate por el clima de la montaña y algunos de ellos tuvieron que esperar una noche más.
Aunque esa noche tuvieron comida y especialistas se quedaron con ellos, al día siguiente terminó el rescate.
Testimonio de Carlos Páez (sobreviviente)
El avión cayó en los Andes y tuvimos que permanecer 70 largos días y sus noches. En aquella historia increíble de la cual seguimos hablando hoy.
De la cual se han hecho tres películas, se han escrito 26 libros.
Nueve documentales que la convierten sin duda como dice la National Geographic, en la historia más increíble de supervivencia protagonizada por la gente del común.
La cuestión es que el avión…
Agarramos hacia el sur y comenzamos a cruzar la cordillera por el paso del planchón. Salió uno de los militares de la cabina y nos dice:
“Señores, pónganse los cinturones por que el avión va a bailar un rato”.
Y efectivamente, nos ponemos los cinturones, el avión empieza a sacudirse, porque venía una zona de turbulencias.
Y de pronto un pozo de aire gigantesco, que bajamos 600 metros de golpe, inmediatamente caímos en un segundo pozo de aire, y de pronto, el golpe más brutal que te puedas imaginar cuando el avión choca con la panza y con el ala. El frío más brutal que entraba, el caos más absoluto, el criterio.
De pronto el silencio, porque el avión al perder los motores, se sentía el silencio solamente, el razonamiento contra la nieve.
Y los gritos hasta que después de esa carrera alocada, el fuselaje se detiene abruptamente.
Todos los asientos se van para adelante. Quedamos apretados todos dentro de un remolino de fierros.
Gustavo Nicolich (era el encargado de escuchar la radio, solía escucharla entre medio de las turbulencias de las montañas) y me acuerdo que entró dentro del fuselaje y me dijo quizá porque yo era el más chico me dice:
—Carlitos, tengo una buena noticia para darte.
Le digo:
—¿Qué pasó?
—Acabo de escuchar en la radio, una radio chilena donde el locutor dijo que dieron por finalizada la búsqueda del avión uruguayo y van a venir a buscar nuestros restos en febrero cuando vengan los deshielos”.
¿Cómo buenas noticias?, lo quería matar, imagínense que a ese chico malcriado, consentido y caprichoso le dicen que es una buena noticia que no nos busquen más.
Y él me agarró del cuello, me miró a los ojos y me dijo:
—Carlitos, ¿sabés por qué es buena noticia?
—¿Por qué? —le digo yo.
—Carlitos, tenemos que encontrar nuestros propios recursos.
Hoy mirando 47 años atrás puedo decir qué razón tenía mi amigo Nicolich, cuando me dijo que era buena noticia.
Porque ese día dejamos de sobrevivir y empezamos a vivir.
Para mí sobreviviente es aquel que está esperando que lo vengan a buscar, pero cuando uno se convierte en el timonel de su propio destino la historia cambia y ese día cambia.
Y nosotros salimos a pelear la historia, quizás seamos de los pocos seres humanos que hemos padecido la sensación de no existir más.
O sea que el mundo entero se había olvidado, yo no podía entender de que se llegaba a la luna en aquella época, se escuchaban las noticias que se seguía jugando al fútbol.
Que el 8 de diciembre se festeja el Día de las Playas en Montevideo y nosotros perdidos en los Andes.
Es algo que nos costaba mucho entender, que el camino va por uno, no por lo que les pasa a los demás.
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