se ve a lo lejos
como un rostro encendido de rubor
un sol naciente
un túnel de conexión en el aeropuerto
una sala de hospital vamos
donde nada existe a oscuras
ni los cuerpos
ni los bisturís
ni esas madrecitas rezando en la sala de espera.
En un hospital uno encuentra a Dios
en esas máquinas de café malo triste hirviente
uno encuentra a Dios
en los dobles turnos de enfermeras alimentadas de carbohidratos y grasas.
Hay granjas de cerdos mejor nutridas que ellas
sus ojos
necesitan toda la luz posible
y yo se las envío.
Desde la sala de mi casa
desde mi cocina
desde el cuarto solo al final del pasillo
desde todos los rincones con focos
les mando esta luz auténtica, luz de watts
de presencias amarilloblancuzcas
les mando esta luz con el amor invisible
de lo que no se dice
de los objetos
de las palabras
para llenar sus ojos a toda hora, día o noche,
en el mayor cansancio,
que tengan luz esas pobres mujeres
que reciben cuerpos destinados a morir
—ellas ahí, técnicas, limpias,
eficientes;
les mando esta luz de vida
luz artificial
como el tiempo en que nos toca estar
[dispuestos
mirando los objetos más dóciles e inútiles
mirando con la capacidad de ver
nunca es tarde para decir gracias
qué tiempo hace
cómo se gasta todo.
Momento oportuno
No importa la hora en que llame la madre
siempre es inoportuna,
la pobre
he dejado la carne en la sartén,
estoy con un amigo
me estaba bañando y salí empapada a contestar.
Qué fortuna el amor materno
el hilo sangriento que une
una persona pegada a otra de por vida
sin importar la hora,
la ciudad
el cambio de horario,
llamará, llamará y yo pasmada
reconociendo el número
con el cuerpo escurriendo
atino a decir,
discúlpame, te marco luego,
estoy a la mitad de algo.
Qué barato el amor del hijo:
uno es lanzado a vivir
y esperan que flotemos por inercia.
Hay que morder el hilo de sangre
hay que comer esos márgenes de la cuerda,
manguera siniestra
hay que agradecer porque pudimos haber sido asfixiados
a los dos, tres años, cuando por vivir hacíamos de todo: gritos, pataletas
y míranos ahora,
no queremos dar el crédito de la vida,
porque a final de cuentas ¿qué?
respiramos a mitad de algo, y, cuando íbamos a ser felices,
nos interrumpen.
Biografía
Era algo sobre mí
sobre mi abuela analfabeta
sobre mis tías gordas que no aspiraron nunca a nada más que casarse
tener hijos
aguantar lo que el destino les ponía enfrente
sin juzgar.
No supe decir sí
al marido, a las órdenes,
a los hijos, joyas colgando del cuello.
Destino otro
no mejor
otro
seca como yegua vieja, dijo un tío abuelo sobre mí.
Una mujer sola no vive mucho
aseguró alguien más
pero yo, yo vi qué pasa con ellas, las muy jóvenes
pariendo hijos, hijos, que son anclas
cuerpos informes de amor y compromisos
corajes
horarios.
Mi madre era espiga tierna
y obedeció
no supo nunca qué era ella, qué podía ser
dijo sí, sí, a todo
y la molieron a golpes
ella decía sí porque era normal
las mujeres aguantan todo
son fuertes
la raíz del mundo
se levantan con moretones y paren más hijos
cada hijo es un sí lleno de amor
y gratitud
porque los hombres son semilla y ellas son la tierra
hermosa tierra húmeda
dispuesta a abrirse al enemigo fecundo.
Mi madre puso agua en el pocillo para hacer café
se volvió hacia mí:
—Al menos ten uno hija, si no, te arrepentirás luego, ya verás
una didáctica extraña
yo, autista, permanecía en silencio
tomábamos el café sin hablar
mirando algo en la ventana
algo ficticio
algo lleno de verdad
pero invisible
como amar a Cristo, algo así
como cantar en la iglesia ese amor ferviente
con todo el cuerpo, con todo el amor que nos ha sido puesto dentro por alguien más
porque nuestro cuerpo, como todos los cuerpos, es una semilla obligada a crecer
y amar
porque el amor es fuerte y es raíz del mundo
y hay que decir sí.
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