Eduardo Consiglio - Humanos sin recursos

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Este libro es para aquellos lectores que trabajen o hayan trabajado en ámbitos corporativos, quienes identificarán en sus vivencias personales los diferentes escenarios de conflicto que plantea la obra de Consiglio. Desigualdad laboral y de género, brechas salariales, liderazgos negativos, dobles estándares, desacuerdos de metas, afectaciones psicosociales, disputas organizacionales y luchas reivindicativas son algunos de ellos. Y quienes desconocen este ámbito, a través de esta obra se adentrarán sutilmente en la crudeza del mundo empresarial.

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Don José, que había comenzado a entender su juego, le clavó la mirada profundamente y por primera vez después de más de veinte años, entendió que esa persona que estaba delante de él no era la Clara sumisa que conocía. Estaba molesto y se lo hizo saber con un viejo tic que ella ya se lo había visto en otras oportunidades y que consistía en abrir y cerrar sus puños, como si en cada una de sus manos tuviese una pelota de tenis. De todas maneras, él no quiso dejar ninguna duda al comentario que había hecho, y le respondió:

—No, Clarita, yo no dije eso. Por supuesto que te vamos a dar algún presente de agradecimiento por los años de servicio. No entiendo por qué creés que la empresa tendría que darte alguna gratificación en dinero por tu jubilación, supongo que algo debés haber ahorrado del sueldo que te pagué todos estos años. —Entonces con un tono de voz más sarcástico, le dijo—: de todas maneras, para que te quedes tranquila, no tengo previsto pagar ninguna gratificación especial.

Sin que se lo dijese, ella conocía la respuesta; el único fin de la pregunta había sido molestarlo. Ella sabía que, en esa discusión, se había metido en un terreno pantanoso, de esos que cuanto más se mueven, más se hunden. A esa altura, el informe de rentabilidad que había traído para mostrarle a su jefe había pasado a un lamentable segundo plano.

Don José era un viejo zorro y mejor negociador, por eso no quería que Clara lo llevara a su terreno y mucho menos ensuciarse con su lodo. Ella llevaba el peso de volver a su región con una respuesta, se había comprometido con cada una de las personas de su equipo y no quería defraudarlas. Si bien se consideraba una buena negociadora, esta vez se encontraba frente a alguien que era mucho más habilidoso. Ambos habían vivido esta película estando del mismo lado y ya conocían el final. Después de todo lo dicho, Clara sintió que no tenía nada que perder, por eso pensó que ese era un buen momento para recordarle el compromiso asumido frente a su equipo, a quienes les había prometido pagar comisiones por incorporar nuevos negocios, una promesa que don García jamás había cumplido. En esos momentos, las palabras de Clara habían sido poderosamente motivadoras, porque lograron que todo el grupo de Patagonia trabajase duramente para incorporar los rubros de petróleo y gas en una sola unidad de negocio. Este desarrollo les significó un importante posicionamiento en el mercado y un crecimiento sostenible de facturación. Pero para don José, nada parecía ser suficiente.

El dinero y la soberbia parecían darle a García el poder necesario para hacer lo que se le cantase.

Clara aún recordaba la última conversación con sus subordinados, agradeciéndoles el esfuerzo realizado para que los negocios crecieran y fueran sustentables.

Por otra parte, hacía ya tiempo que la empresa había comenzado a ningunearlos, quitándoles cualquier expectativa de crecimiento profesional. Clara sabía que, cuando ocurrían estas cosas, los resultados podían dispararse para cualquier lado, porque un equipo en esas condiciones suele ser la antesala a un quiebre emocional y a la falta de compromiso. Pero ella era una mujer de fuertes convicciones y con su liderazgo positivo había logrado sortear esa y muchas otras adversidades para que su gente siguiera adelante.

Mientras tanto, ambos continuaban metidos en un terreno resbaladizo de cuestiones que parecían no tener retorno. Don José, quien a esa altura mostraba fastidio, parecía querer cerrar esa discusión interminable y, levantando la voz, comenzó a decirle:

—Clara, no entiendo qué querés. Tu trabajo es generar negocios para la compañía, esa fue y es tu responsabilidad, para eso te pago, para que hagas tu trabajo. ¿Qué estás reclamando? ¿Necesitás que te recuerde cuál es tu lugar en la empresa y cuáles son mis responsabilidades como presidente? No me quieras enseñar cómo tengo que llevar mis negocios. —En ese juego de palabras, ella solo atinaba a mirarlo fijamente, no había nada que pudiera decirle para detener sus malos modos que parecían llevársela puesta como una locomotora . Él había dejado de defenderse y su táctica era la de atacarla verbalmente. Su verborragia lo llevaba desde una euforia desmedida a la tensa calma de un juego bipolar, donde la razón parecía haber perdido todo argumento. Entonces, continuó diciéndole—: Lo tuyo parece un reclamo sindical, no estoy de acuerdo con que sigas siempre con lo mismo, esto ya pasó hace más de tres años y para mí, prescribió. —En ese instante se hizo un breve silencio, ambos bebieron un sorbo de café y entendieron que, por la salud mental de cada uno, era necesario cambiar de estrategia. Entonces, don José dejó de hablar en voz alta y, con un tono más conciliador, dijo—: Clarita, vos estás por jubilarte. Yo creo que tenés que ir pensando en otras cosas para cuando dejes de estar en actividad.

Clara lo siguió mirando fijo, solo podía responderle con un silencio, que a él parecía incomodarle demasiado. Ella no dejaba de pensar en sus colaboradores, en todo el esfuerzo y expectativas que habían puesto en cada proyecto, en cada negocio que habían desarrollado en la región. No se le ocurría cómo iba a hacer para enfrentarlos y explicarles que la persona con la que estaba intentando hablar llevaba una mochila sobrecargada de miserias personales. Para ella, la reunión había terminado el día en que había sido convocada, toda esa discusión la había llevado a entender que el único motivo por el cual don José la había citado era para decirle que ya estaba en edad para jubilarse. Por eso, ya no quería estar allí, tan solo quería regresar a su casa. No le interesaba seguir escuchándolo. Él pudo percibir esa actitud y, aprovechándose del momento, comenzó a relajarse, pasando de a poco a una «tranquilidad conciliadora», suponiendo que ella ya no le reclamaría nada más. Entonces, con otras formas un poco más contemplativas, le dijo:

—Clarita, vos tenés que tener en cuenta que yo les doy de comer a casi mil empleados, no me puedo detener con estas pavadas, que seguramente deben ser dos mangos.

Justo en ese momento, sonó el teléfono: lo llamaba Betty Ramírez, su gerente de Recursos Humanos.

Betty: la amiga de Vero

Betty tenía treinta y cinco años, era soltera, su pasatiempo era escribir y postear cosas todo el tiempo en una red profesional. Este hobby había comenzado cuando vivía en Estados Unidos. Ella hacía todo lo posible para ser reconocida como una influencer . Y para ello, todo el contenido que posteaba funcionaba como una marca propia. Sus notas eran lo más parecido a un manual de autoayuda, desde el cual se sentía con autoridad para dar consejos sobre cómo ser un buen profesional de los Recursos Humanos. Tenía más de diez mil seguidores que la leían, opinaban y compartían con otros lectores sus artículos, que se iban retroalimentando todo el tiempo.

Betty llevaba el estigma de ser única hija y de haber vivido hasta los treinta años con sus padres en un barrio privado, hasta recibir de ellos un departamento en Palermo, Buenos Aires, que le permitió independizarse y vivir sola. Si bien pertenecía a la generación de jóvenes millennials afectos a las nuevas tecnologías digitales y no tanto a la lectura en papel, en su caso era distinto, porque sus padres siempre la motivaron a leer libros clásicos, con algunas preferencias por determinados autores. En ese momento, su lectura de cabecera era El retrato de Dorian Gray , de su autor preferido, Oscar Wilde, un escritor que admiraba profundamente no solo por su estilo, sino también por cómo había logrado enfrentar a algunos detractores contemporáneos que lo consideraban controversial. De ese libro, lo que más le fascinaba era cómo el autor reflejaba la belleza imperturbable, hedonista y vanidosa a través de un retrato, donde ni siquiera el tiempo lograba alterar el paso de los años, algo que la había comenzado a obsesionar y que con cada lectura parecía exigirle al autor respuestas sobre el secreto de la eterna juventud. Betty era amiga de Verónica, la hija mayor de don José. Ambas habían entablado una relación de íntima amistad durante los dos años de cursada de un posgrado en la Universidad de Harvard. Las dos tenían cosas en común, incluso cuestiones socialmente afectivas que no habían podido resolver. Provenían de una clase media argentina que, por mérito propio, había logrado progresar económicamente en un país que políticamente discriminaba el esfuerzo y el desarrollo de las personas. Con mucho trabajo, las dos pudieron lograr una alta formación académica, estudiando en los mejores colegios y universidades, aunque eso les quitara la posibilidad de conocer la calle y sus códigos. Hacía un tiempo ya que don José le había insistido a Verónica que, cuando finalizara su posgrado, se incorporara a su organización. Si bien ella no estaba del todo convencida, después de meditarlo mucho, terminó aceptando, poniendo como condición que su amiga Betty se hiciera cargo de la Gerencia de Recursos Humanos, que en ese momento estaba a cargo de Roberto Wilson. Lo cierto es que, durante su estadía en Estados Unidos, las amigas habían diseñado un plan para implantar en la empresa con las herramientas de gestión que habían visto e incorporado durante su posgrado. Don José pudo conocer a Betty cuando su hija, desde Estados Unidos, le envió su curriculum vitae , haciéndole leer artículos escritos por ella en su red social. Digamos que Verónica había hecho lo imposible para que su padre comprara la idea de incorporarla a la empresa.

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