—Buenas tardes, joven viajero—. ¿Hacia dónde te diriges?
—Buenas tardes, caballero.
El joven alzó la vista para mirar a los ojos a su interlocutor y vio que debajo de la sólida armadura había un esqueleto.
—¿Quién eres? —le preguntó aterrado.
—No temas. No voy a hacerte daño. Por el contrario, quiero ayudarte a encontrar tu verdadero camino. Todavía sigues añorando tu vida pasada, tu hogar. ¿Verdad? Entiendo lo doloroso que ello es pero si no dejas lo viejo no vas a acceder a tu propio desarrollo y a la vida nueva que quieres tener. Elegiste dejar la comodidad de lo conocido para aventurarte a una experiencia distinta, desafiante. Nada será igual desde este momento. Acéptalo y acéptate. Adiós. — Y se alejó a todo galope.
El viajero se quedó inmóvil, su mirada puesta en el aterrador caballero, quien fue alejándose cada vez más aprisa. Le tomó unos instantes recobrar la calma, aceptar que la cadavérica figura le había dicho una gran verdad.
Sacó una vez más el manuscrito que le había obsequiado la virginal mujer y como por arte de magia una de las hojas del antiguo libro se desprendió y cayó a sus pies. Lo primero que vio fue una figura celestial con unas grandes alas de color carmesí. En letras grandes se leía la palabra templanza y una frase "la clave para armonizar el mundo material con el mundo espiritual". ¡Eso era lo que estaba buscando en ese momento!
Empezó a escuchar una suave voz que le susurraba algo al oído, pero no había nadie allí. Notó que era el ángel el que le estaba hablando.
— Te felicito por tu coraje al iniciar este viaje. Quiero darte unos pocos consejos que te ayudarán con lo que aún te falta por recorrer. Aprenderás que el viaje hacia el "yo" es una ruta de ida y vuelta, que al interiorizar en uno mismo se finaliza en un retorno hacia el exterior. Debes huir de los extremos; sólo templando tu naturaleza racional con la espiritual podrás conseguir el atisbo de quién eres realmente y a dónde vas. Nunca pierdas la armonía, tranquilidad y paz interior. Te deseo lo mejor.
El viajero le agradeció su mensaje y se quedó meditando cada una de las palabras que este ser celestial le había obsequiado.
Estaba anocheciendo y el poblado más cercano se encontraba todavía bastante distante. Le quedaba un largo trecho por recorrer. Además el camino era cada vez más angosto y debía subir una elevada colina para cruzar del otro lado. El viajero comenzó a sentir miedo; miedo de no poder superar ese obstáculo. Se sentía cansado, el sol se estaba ocultando y el pueblo más próximo quedaba demasiado lejos. Empezó a pensar en todos los peligros a los que estaba expuesto: lo podría atacar un animal salvaje o podría morir de frío o podría caerse por el precipicio a su lado. Se sentó en una fría piedra y sacó la espada y el bastón que le había regalado el mago. Usaría el bastón para afirmarse en el camino y la espada para defenderse de un posible atacante.
La oscuridad de la noche le impidió seguir avanzando, pero a pesar del cansancio del largo viaje no pudo dormir. Cada movimiento o ruido a su alrededor lo exaltaba. ¡La soledad era insostenible! ¡Y la negrura de su entorno, amenazante!
El amanecer llegó por fin y con él la seguridad que da la luz. No había avanzado mucho cuando se desató una terrible tormenta. El cielo se llenó de destellos luminosos y los truenos se hicieron cada vez más fuertes. El viajero se refugió debajo de un arbusto con la esperanza de que las condiciones climáticas mejorasen a la brevedad. Se sintió tan solo y desprotegido que hasta se cuestionó el viaje. ¡Las cosas no estaban saliendo como él hubiera querido! Sacó una vez más el manuscrito en busca de consuelo e inspiración. Lo abrió cómo pudo y con cierta dificultad leyó el texto:
"Acepta que hay elementos que tú no puedes cambiar y que son necesarios para tu evolución. Pero recuerda no estás solo; la Divinidad te protege siempre. Suelta tus ataduras; aquellos miedos que no te permiten ver tu verdadero ser y avanza con confianza."
Nuevamente el texto era apropiado para el momento que estaba viviendo. La lluvia se hizo cada vez más débil y las oscuras nubes se disiparon. Miró al cielo, y aunque era todavía de día, se podían percibir unas tenues estrellas en el firmamento. Apuró el paso sintiéndose en paz, sin miedo, sin temor, confiado de que la luz nunca está lejos.
Llegó finalmente a un pequeño caserío al pie de la colina. Los pobladores lo saludaron a su paso y lo ayudaron a encontrar un lugar donde alimentarse y dormir.
Esa noche tuvo un sueño aterrador: soñó que se ahogaba. La tupida lluvia había formado un gran charco del cual no podía escapar. Sintió que se hundía cada vez más en las profundas aguas hasta desaparecer. Todo era oscuridad y confusión. Se despertó sobresaltado y corrió hacia la ventana de su humilde habitación. Una gran luna llena brillaba en el oscuro firmamento. Volvió a su cama y para su suerte se sumió en un sueño reparador casi inmediatamente.
Repuesto y con ganas de seguir su gran viaje, emprendió la marcha una vez más. En el diáfano cielo el sol brillaba en todo su esplendor. Sintió el calor de sus rayos, su fuerza vital que impulsa a vivir y caminó entusiasmado, ya que podía ver su trayecto con claridad. Esto le daba seguridad y valentía para proseguir el viaje. Animado por este sentimiento de confianza y alegría avanzó sin descanso hasta el próximo poblado. Presentía que ya le faltaba poco para llegar a su destino final.
Al llegar al pequeño pueblo vio un santuario al costado del camino y sintió la necesidad de ir allí para reflexionar sobre lo vivido. El lugar era pequeño: sólo había un banco de piedra y unas flores sobre un altar de mármol. Le llamó la atención la figura tallada en madera que colgaba de la pared sobre el altar. Era un ángel con una enorme trompeta dorada. El alado ser comenzó a tocar su instrumento celestial y el viajero escuchó que le hablaba.
—Mantente despierto, ya estás en la antesala de tu meta y a punto de poder distinguir entre lo verdadero y lo que es necesario desechar. Podrás discernir y analizar y así tomar la decisión de renovarte en espíritu y pensamiento. Tu conciencia humana está a punto de mezclarse con la conciencia universal.
El joven viajero se quedó pensando un largo rato sobre lo que el ángel le había dicho y lleno de esperanza se adentró en el pueblo.
Era un poblado con unas quince casas y una rústica iglesia enfrente a la plaza central. Había gente por todos lados. La puerta de la iglesia estaba abierta y una música celestial llenaba la plaza e invitada a participar de la ceremonia allí dentro. El viajero entró atraído por la melodía y contagiado por el clima de celebración, entonó cánticos de alabanza. Sintió gratitud por lo vivido. Se sentía pleno, renovado y feliz por su nuevo porvenir.

"La gente que está lo suficientemente loca para pensar que pueden cambiar el mundo, son aquellas que lo consiguen".
Rob Siltanen.
Cansado de la rutina de su trabajo en la fábrica de zapatos más prestigiosa de su ciudad natal, Juan Ansaldo decidió poner fin a tal hastío. Había comenzado a trabajar allí hacía más de cinco años, impulsado por su padre luego de terminar sus estudios de nivel secundario. A Juan no le gustaba estudiar y ninguna carrera universitaria le convencía demasiado. Además sentía que perdía el tiempo cada vez que se sentaba frente a los libros y apuntes.
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