Mis dos compañeras de piso no suelen estar en casa al mismo tiempo que yo, pero, cuando entro, ahí están. Camille está tirada en el sofá repasando un guion. Ha tenido la suerte de conseguir un pequeño papel en una obra de teatro. Glory está sentada con las piernas cruzadas en la moqueta desnivelada, desde donde revisa las convocatorias de casting en su teléfono, ya que ahora mismo no tiene ningún papel que preparar. La conocí cuando actuamos juntas en algunas obras de teatro en Chicago. Es unos cuantos años mayor que yo, pero congeniamos enseguida y seguimos en contacto cuando se mudó a Los Ángeles el año pasado. Glory fue la primera persona a la que llamé en cuanto decidí mudarme aquí, y me dejó dormir en su apartamento muy generosamente. Y, cuando mi búsqueda de un hogar permanente en Craigslist no tuvo éxito, Glory me dejó, todavía más generosamente, mudarme con ella y Camille.
Me estremezco al pensar que podría estar compartiendo habitación con algunas de las personas con las que me entrevisté. Como la chica que me aseguró que Los Ángeles era diferente de «donde yo vengo». Le conté que procedía de un barrio periférico de Chicago, y me contestó: «Oh, me refiero a de donde vienes en realidad».
—¿Cómo ha ido tu cita con Ken? —pregunta Glory, que deja el teléfono y estira los brazos por encima de la cabeza.
Ella nunca me preguntaría de dónde soy en realidad. De hecho, a ella le hacen una pregunta aún más incómoda: «¿Qué eres?». Es japonesa, samoana y blanca, y es una chica musculosa cuya gran estatura te deja sin aliento, con una voz sexy y profunda y un humor ácido. Todo el mundo que conozco está, al menos, un poco enamorado de ella. Yo incluida.
—¡Ha sido increíble! —Eso es quedarse corta: nunca he conocido a un chico mejor que Ken y aún no me creo que sea mi novio.
—¿Cuál era el destino sorpresa? —Los ojos de Camille brillan con interés. Con su aspecto de reina de la belleza rubia, es muy posible que sea la primera de nosotras en triunfar, pero es tan simpática que ni siquiera puedo estar resentida con ella por eso.
Glory trae unos bocadillos de la cocina mientras yo me acomodo en el sofá junto a Camille cuando me piden que se lo cuente todo.
Les resumo la tarde y pronto nos reímos e intercambiamos historias sobre citas anteriores. Camille nos habla de un tipo que, al final de una cita espantosa, le pidió que lo calificara en una escala del uno al diez.
Cuando Glory asegura que no recuerda haber tenido nunca una cita mala de verdad, Camille y yo nos quejamos y le tiramos patatas fritas.
—¡Vale! —exclama mientras se cubre la cabeza para protegerse del aluvión de patatas—. ¡He tenido rupturas épicas por lo mal que han ido, si eso cuenta!
Camille y yo nos miramos.
—Oh, sí que cuenta —añado mientras Camille asiente con energía—. ¡Ilústranos, por favor!
Glory nos cuenta que salió con una compañera de piso que se volvió una acosadora tras la ruptura.
—Lo peor es que, como era mi compañera de piso, tenía que vivir con ella. Un día fui a su habitación porque no encontraba mi sudadera favorita y pensé que tal vez se la había llevado. No la encontré, pero sí una bolsa hermética de plástico con mechones de mi pelo en su cómoda. Al parecer, mi exnovia había recorrido el apartamento, ¡y había recogido mi pelo en secreto!
—¡Qué mal rollo! —dice Camille.
Estoy de acuerdo.
—Glory, tu exnovia era blanca, ¿verdad?
Glory asiente:
—Sí.
Pongo los ojos en blanco.
—No entiendo la obsesión que tienen los blancos por el pelo de las asiáticas. —Miro a Camille con preocupación—. Sin ánimo de ofender.
—No me ofendo —responde tranquila—. En nombre de mi gente, me disculpo.
Admitimos que, sin lugar a duda, Glory gana por la peor ruptura.
—He perdido demasiadas compañeras de piso por liarme con ellas —admite Glory con tono sombrío—. Por eso ninguna de nosotras se enrolla con las demás.
Camille tiene una mirada un poco melancólica. La entiendo. En la escala de orientación sexual, soy en gran parte heterosexual, aunque también tengo inclinaciones no heterosexuales, y creo que a Camille le ocurre lo mismo. Para mí, eso significa que me gustan los chicos, pero las chicas como Glory también me ponen. Al fin y al cabo, no soy de piedra. No si se trata de Glory.
No he tenido muchas citas, y nada a la altura de las historias de mis compañeras, pero aporto lo que puedo. Les hablo del hijo del primo del médico de un amigo de mis padres, a quien acepté enseñarle los alrededores cuando vino de visita desde Taiwán. No teníamos ningún contacto directo en común y, aunque todo el mundo fingió que no había sido planeado, yo sabía que sí.
—No estoy intentando reproducir ningún estereotipo de chico asiático empollón —advierto a mis compañeras de piso—, pero este chico lo era. —No quiero que Camille piense que todos los chicos asiáticos son unos empollones.
Glory se ríe porque sabe que es una advertencia que a veces se debe hacer en compañía mixta.
Camille asiente:
—Por supuesto. —La sinceridad de esta chica está haciendo que se gane mi corazón.
—La cita estuvo bien —digo—. No saltaron las chispas entre nosotros, pero era un tipo bastante agradable. Luego, al final, me dijo que me había traído algunos regalos. Abrió la mochila… —Hago una pausa para conseguir un efecto dramático y bebo un sorbo de agua—. Y empezó a sacar, uno por uno, el tipo de recuerdos horteras que tus padres podrían traerte de un viaje… cuando tenías ocho años. —A decir verdad, a mí eso no me pasaba. Mis padres apenas viajaban sin mí, y mucho menos a otros países como Taiwán.
Glory se ríe tanto que le brotan lágrimas de los ojos.
—¿Como qué? —Camille abre unos ojos como platos por la fascinación.
—Como un llavero con una frase hortera en inglés en un corazón de plástico. Creo que era algo parecido a: «Two hearts make one love». —Alzo una mano cuando Glory se atraganta con el agua por la risa—. Espera, que todavía no he llegado a la mejor parte.
Camille casi da saltitos en el sofá.
—Cuéntanos —exige.
—Una caja de música con figuras de Blancanieves y los siete enanitos en la parte de arriba.
—Ay, por favor, dime que la melodía que sonaba era «Mi príncipe vendrá» —suplica Glory.
—Por supuesto que sí —respondo—. La puso para mí y luego me miró con ojos de cachorrito durante toda la canción. Fue muy incómodo.
Glory ha acabado en el suelo y Camille jadea entre risas.
—Lo mejor fue la reacción de mi madre.
Mamá examinó el plástico barato de colores brillantes que había sobre mi cama y luego dijo:
—¿Esto es lo que te ha traído de Taiwán? ¿Por qué bai fei qian en esto?
Me río al recordarlo y añado:
—Ella no entendía por qué malgastaba su dinero en baratijas. Pensó que debería haberme traído pasteles de piña de Taiwán en su lugar.
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