Byron Mural - Demonios privados

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La Familia Tafur parece tenerlo todo: la mayor procesadora de mariscos de la zona y una hermosa mansión en la orilla de la playa, aparte de un estilo de vida lujoso y sin aparentes complicaciones. Pero dentro de los muros de dicha mansión se esconden muchos
secretos. Una serie de
asesinatos extraños, sin aparentemente ningún patrón en común, hace que los habitantes de la Casa Grande estén inmersos en un infierno. La vida de todos está en peligro, y ni la policía puede evitar su sangriento destino. Rodeada por el misterio, la familia Tafur se verá envuelta en el mayor escándalo que ha sacudido la zona en años.

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―¿Qué? ¿Las once?

Su hermana se levantó y abrió las cortinas, esto molestó la visión de Rania. La luz invadió toda la habitación.

―Sí, mira, el sol está que quema allá afuera.

―Anoche no dormí bien, alguien se metió en la casa, estoy segura de que era un hombre ―dijo Rania restregándose los ojos.

―No lo creo, hay muchos guardias, aquí nadie entra sin que nosotros lo sepamos. Anda, levántate y vamos a cabalgar. ―Maité intentaba quitarle a Rania la idea de que alguien había ingresado a la casa la noche anterior, aunque en sus adentros también a ella le preocupaba. Se sentó al lado de su hermana mayor.

―Maité, no tengo caballo, mi caballo murió hace un mes.

Maité esbozó una sonrisa, e intentando reanimarla, aseguró―: Sí, lo sé, pero puedes montar a “Alma Negra”, Omar no está, y no creo que se enoje porque montes su caballo.

―Está bien, me baño, almorzamos y salimos.

―De acuerdo, nos vemos en el comedor para almorzar juntas.

Sidi Farid estaba en su despacho frente a la computadora cuando su esposa entró sin tocar la puerta. Aunque sabía que a su marido no le gustaba ser interrumpido entró de todas maneras y se sentó frente a él.

―Farid, ¿puedo hablar contigo un momento?

El viejo árabe dejó de mirar al monitor y, quitándose las lentes, la miró fijamente y esperó a que ella hablara.

―Farid, el novio de Maité no termina de convencerme. Tengo la sospecha de que no dijo toda la verdad anoche.

―Por Dios, Magali, no empieces a ver fantasmas donde no los hay, ¿qué piensas? ¿Que ese muchacho es un asesino? ¿Un violador? ¿Un ex convicto?

―¿Sabes qué, Farid? Olvídalo, no he entrado aquí, no te he dicho nada, no dije nada.

―Mira, mujer, yo no creo que ese muchacho haya mentido, no tiene sentido. Además, ustedes los occidentales, creen que el noviazgo es para conocerse sin ningún compromiso ante los ojos de Alá; bueno entonces, ¿qué te preocupa?, si por mi fuera, mis tres hijos estarían casados con gente decente, con gente adinerada, y con gente que nos asegurara la continuidad de nuestra familia, pero no, todo se hace al estilo occidental, así que deja la paranoia y que las cosas fluyan, como dicen ustedes. Mira, mujer, no quiero ser grosero, pero estoy muy ocupado revisando las cuentas de la procesadora, ¿puedo quedarme solo?

Doña Magali se puso de pie y lo dejó solo sin chistar palabra alguna.

Doña Magali había cerrado la puerta del despacho de su marido cuando Maité venía bajando las escaleras.

―Hola, mami, ¿y esa cara? ―preguntó la muchacha en un tono suave.

―No pasa nada, mi amor, ya sabes, no hay día de Dios que no peleemos con tu padre. ¿Vas a salir a cabalgar? ―preguntó.

―Sí, saldremos con Rania después de almorzar.

―¡Qué raro!, Rania no tiene caballo.

―Sí, pero usará el caballo de Omar.

―“Alma Negra”, ¿Rania se pretende subir a ese caballo tan peligroso?

―Mamá, lo que pasó hace años no necesariamente se va a repetir, si mi padre quedó inválido es porque él no es necesariamente el Llanero Solitario, así que despreocúpate. Además, Rania es una gran jinete. Lo vamos a pasar bien, vas a ver.

―Está bien, hija, solo quiero que tengan mucho cuidado, no quiero más tragedias en esta casa. ―Se disponía a retirarse a la cocina cuando regresó y dijo―: Por cierto, hija, ¿todo lo que tu novio dijo es verdad?

―¿A qué te refieres con eso, mamá?

―No, olvídalo, Maité, solo quiero que no te apresures en tomar tus decisiones, disfruta tu noviazgo y pues…

No había terminado cuando esta la interrumpió:

―A ver, mamá, relájate un segundo. Primero: no soy una niña, segundo, no es mi primer novio, tercero, no me voy a casar mañana, así que relájate, solo nos estamos conociendo, cosa que creo que hasta la fecha haces tú con mi papá, ¿no?

―Tienes razón, hija, te adoro y solo pretendo protegerte.

―Mami, no veas fantasmas donde no los hay, no necesito que me cuides de algo que ni siquiera me amenaza, relájate. Creo que necesitas unas buenas vacaciones…

Rania bajaba las escaleras vestida apropiadamente para montar a caballo.

―Estoy lista. ¿Ya estará el almuerzo? ―preguntó.

Doña Magali sonrió, respondió con la dulzura que le caracterizaba:

―Sí, mi amor, ya le ordené a Marlen. Pasen al comedor, yo las alcanzo enseguida, voy por su padre.

II

El farsante

La mansión estaba rodeada de un inmenso llano, a la orilla del llano inmensas palmeras que eran el límite entre tierra firme y las blancas arenas costeras de la zona. Sobre ese llano cabalgaban las hermanas Tafur. Montada en aquel gran caballo negro, Rania, la hija mayor del viejo árabe, y a su lado su hermana en un hermoso caballo color rojo. El aire caliente de la costa revolvía el cabello de las hermosas chicas, el día era perfecto para sentir la brisa del mar.

―Te he visto preocupada, ¿te pasa algo? ―preguntó Maité, mientras su hermana clavaba su mirada en el inmenso mar.

―Omar, Omar me preocupa, tengo un mal presentimiento ―dijo ella, saliendo de la llanura y entrando a la arena.

―¿Vamos al mar? ―preguntó Maité siguiéndola de cerca.

―Sí, vamos ―dijo Rania bajando del caballo y amarrándolo al tronco de una palmera; siguiéndola, su hermana.

Se sentaron tan cerca del mar, que este parecía acariciar los pies descalzos de las jóvenes, quienes se habían descalzado para estar más cómodas. La brisa del mar calmaba a Rania.

―O sea, que tú crees que Omar se vengará de ti…

―Temo tanto por mí, por mi esposo ―contestó Rania, mirando a la cara de su hermana menor―. No quiero que pienses que estoy loca, pero creo que no ha llegado y ya me está jugando una broma, y muy pesada, por cierto. Anoche, estoy segura que fue él quien entró a la casa, escuché su voz, estoy segura que él quiere asustarme.

Maité la volteó a ver y frunció el ceño extrañada por lo que escuchaba.

―Rania, yo creo que lo que pasó anoche no fue más que una pesadilla, no creo que Omar se haya escapado del internado solo para venirte a asustar, ¿no te parece muy infantil?

―Pues sí, ya lo he pensado, pero honestamente no le encuentro otra explicación, estoy segura que estaba despierta. No fue un sueño. Omar será la piedra en el zapato en mi matrimonio, ya lo verás.

A las seis de la tarde Rania había subido a la terraza de su casa. Como de costumbre leía uno de sus libros preferidos, leía por un instante, luego veía el horizonte y en él, el sol que parecía danzar suavemente mientras escondía su cuerpo en el mar. Fue interrumpida por Marlen, quien llevaba en su mano un azafate y en él un vaso con agua.

―Su medicina, mi niña ―dijo, parándose a un lado de ella.

―No entiendo por qué mi madre insiste en que siga tomando esto, ya me siento bien Marlen, ¿tú me ves enferma?

Marlen extendió el azafate para entregarle el vaso lleno de agua y la pastilla que llevaba para ella.

―No, mi niña, si se ve más sana que yo, pero pues a mí me toca que cumplir las órdenes de su mamá y ya la conoce como es de estricta.

Rania estiró la mano y tomó el vaso. Puso a su lado el libro y tomó la pastilla, se la puso en la boca y con un sorbo de agua se la tomó.

―¿Tienes novio, Marlen? ―preguntó mirando hacia el mar, su mirada parecía perderse en la inmensidad del agua a la distancia.

―No, no mi niña, por ahora estoy sola.

Repentinamente Rania clavó la mirada en la sirvienta.

―No eres fea, ¿qué solo chicos ciegos hay en Costa Asunción?

Marlen dibujó en su rostro una sonrisa de agradecimiento.

―Gracias, mi niña, dicen que uno solo una vez ama en esta vida. El resto del tiempo, uno vive buscando donde encontrar un poco de ese sentimiento que un día sintió.

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