Byron Mural - Demonios privados

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La Familia Tafur parece tenerlo todo: la mayor procesadora de mariscos de la zona y una hermosa mansión en la orilla de la playa, aparte de un estilo de vida lujoso y sin aparentes complicaciones. Pero dentro de los muros de dicha mansión se esconden muchos
secretos. Una serie de
asesinatos extraños, sin aparentemente ningún patrón en común, hace que los habitantes de la Casa Grande estén inmersos en un infierno. La vida de todos está en peligro, y ni la policía puede evitar su sangriento destino. Rodeada por el misterio, la familia Tafur se verá envuelta en el mayor escándalo que ha sacudido la zona en años.

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―Omar se muere por viajar a Medio Oriente, pero hasta que no termine la universidad papá no lo dejará encargarse de los negocios.

Sidi Farid juntó sus manos y en su rostro se dibujó la esperanza. Su yerno era el encargado de sus negocios, pero su sueño más caro era que Omar, su único y amado hijo, se encargara de todo lo relacionado con el patrimonio de la familia Tafur.

―Es verdad, alguien debe guiar todo lo que tenemos, y si no fuera por esta silla de ruedas, yo aún estaría viajando de aquí para allá, los negocios han sido mi vida. Pero Alá así lo decidió y las decisiones de Dios nunca se deben cuestionar ―luego miró a su esposa y continuó―: Mujer, ordena un banquete para la cena, esta noche celebraremos el regreso de nuestros hijos.

Rania abrió la puerta de su hermosa habitación llevándose una grata sorpresa, pues la habían preparado para ella y su marido. Hermosas y gruesas cortinas, nuevas alfombras, flores por doquier y un agradable aroma que envolvía la recámara. Su padre les había rogado que vivieran en la misma mansión que él mismo había mandado construir cerca de la playa.

Aldo la tomó por sorpresa por atrás y la entró a la habitación entre sus brazos mientras cubría su cuello de besos, haciendo que la muchacha rebosara de dicha.

―Te amo tanto ―susurró el enamorado esposo al oído de su amada.

―Eres el amor de mi vida ―afirmó Rania rodeando el cuello de Aldo con sus brazos.

La colocó cuidadosamente sobre la cama, y un beso apasionado puso punto final a la hermosa luna de miel de los recién casados.

―Qué bueno que ya mañana vuelvo a la fábrica ―dijo él después del beso mientras miraba a la ventana.

Rania se enderezó y se sentó en la orilla de la cama y comentó algo que no tenía nada que ver con lo que su esposo había dicho:

―Me preocupa mucho el regreso de Omar, siento que me odia, cree que por mi culpa mi padre lo internó en el colegio más caro de Costa Asunción.

Aldo la miró a los ojos y colocando sus manos alrededor del rostro de la joven Tafur, intentó consolarla:

―Pero es obvio que tú no tienes la culpa, amor, mira, en la vida uno madura y seguramente tu hermano habrá madurado en su estadía en el internado, además se va a incorporar a la fábrica y no tendrá tiempo de fastidiarte la vida, digo, si es que tiene esos planes. ―Luego le guiñó el ojo―: ¿Vamos a la piscina?

Maité era una joven de unos 18 años, al igual que su hermana Rania tenía una combinación entre árabe y latina muy marcada, muy hermosa, por cierto. Era alta y parecía más bien una modelo de modas, estudiaba Ciencias de la Comunicación y trabajaba en el canal local de Costa Asunción, tenía un excelente programa de noticias locales y estaba feliz por su profesión, por eso Maité era muy conocida no solo en Costa Asunción sino también en los pueblos vecinos. Entró a su casa y no encontró a nadie en el recibidor.

―¿Hola? ¿Hay alguien en casa? ―preguntó pasando, con una pantaloneta de lona pegada al cuerpo, unas sandalias, una blusa fresca y unos hermosos lentes, y una cartera elegante en su hombro. Marlen, la sirvienta, quizá de la misma edad que ella, salió de la cocina al oír que “la niña” llegaba.

―Señorita, ya regresó ―dijo, secándose las manos con su delantal.

―Sí, ya volví, Marlen, pero parece que no hay nadie en casa.

―Claro que sí, señorita, sus padres están en su recámara y ¡ay!, le cuento, ya llegó su hermana Rania, está en la piscina con su cuñado.

―¿Ya regresaron de Egipto? ―preguntó Maité interesada en la noticia que recibía.

―Sí, señorita, llegaron al mediodía.

―Toma mi bolsa, Marlen, llévala a mi cuarto, voy a ver a mi hermana.

La sirvienta tomó su bolsa y se retiró al cuarto de Maité.

Maité caminó por todo el borde de la piscina y vio a su hermana con su esposo en la misma, se besaban apasionadamente como si el viaje a Egipto no les hubiera alcanzado para entregarse todo el amor que sentían, y sin que ellos se dieran cuenta, se sentó en la orilla de la piscina metiendo solamente los pies en el agua. Luego tosió con la idea de interrumpir el romántico momento.

―¿Qué me trajeron de Egipto?

Rania la miró y apresuradamente fue donde ella estaba, se sentó a su lado y dándole un abrazo saludó:

―¡Hermanita! ¿Cómo estás?

Maité sonrió correspondiendo a su abrazo:

―Hermosa, ¿no me ves? ―contestó con picardía. Luego mirando a su cuñado dijo:

―¡Ey!, cuñado, ¿no me vas a dar un abrazo?

Aldo medio sonrió y fue a donde estaba ella, la abrazó diciendo:

―Hola, Maité.

Ella lo miró de una sola pieza diciendo:

―Hola, cuñis, ¿qué tal la luna de miel?

―¡Maravillosa! Egipto es lo máximo y más si vas acompañado de una mujer tan hermosa como Rania.

Rania lo miró complacida y sugirió a Maité:

―Métete con nosotros en la piscina.

Maité con una sonrisa en los labios, contestó:

―Noup, claro que no, tengo que terminar un deber de la universidad y luego iré con Gabriel a cenar.

Doña Magali, que iba en busca de Rania, vio al trío disfrutar del precioso día. Había escuchado lo que Maité había dicho sobre ir a cenar con su novio, e interrumpiendo la conversación sentenció:

―Eso de irte a cenar con tu novio, creo que no podrá ser, Maité, tu padre quiere hacer un banquete por el regreso de tu hermana y tu cuñado y no te perdonará si te vas a cenar fuera.

―Bueno, hay que solucionar el problema, invita a tu novio y que cene con nosotros ―sugirió la hermana mayor de Maité.

Maité sacó los pies de la piscina y nuevamente clavó su mirada en el atlético cuerpo de su cuñado, fue un escaneo disimulado, rápido, pero con lascivia.

―Bueno, lo llamaré y le diré a ver si viene porque es muy tímido con eso de venir a ver a los suegros. Nos vemos chicos ―añadió, poniéndose sus sandalias y entrando de nuevo a la mansión.

―Mi vida, tu papá quiere hablar contigo ―agregó doña Magali a su hija, dejándolos nuevamente solos casi instantáneamente.

―Regreso en un instante, amor, no tardaré.

Saliendo de la piscina, Rania se secó con la toalla que estaba a su alcance.

―Yo me echo otro chapuzón y me voy al cuarto, amor. ―Y diciendo esto se sumergió en el agua.

No había pasado mucho tiempo cuando Maité volvió, se paró en el borde y miró el ancho dorso de su cuñado…, estaba de espaldas a ella y su cuerpo atlético llamó nuevamente su morbosa atención. Se lanzó al agua y, sin que este pudiera reaccionar, ya estaba frente a él:

―¿Ya te dije que eres sexi? Estoy loca por probar nuevamente esos labios carnosos.

Aldo, al verla frente a él se asustó, intentó alejarse de ella, pero la atrevida cuñada no lo permitió.

―Maité, ¡por Dios!, ¿estás loca?, me acabo de casar con tu hermana.

―¿Y…? Podrías tenernos a las dos ―comentó coqueteando y pasando su dedo índice alrededor de los labios nerviosos de Aldo.

―Me voy al cuarto, no quiero tener problemas con tus padres ―argumentó Aldo intentando salir de la piscina.

―Eres tan guapo como cobarde. Vete ―dijo ella dibujando en su rostro tristeza, impotencia y rabia mientras su cuñado se alejaba caminando entre el agua rumbo a la orilla de la enorme piscina de la mansión.

Rania tocó la puerta y, después de que Sidi Farid, su padre, autorizara a que entrara, lo hizo. Estaba frente a su escritorio revisando papeles importantes.

―Entra, hija ―invitó.

Rania entró y se sentó frente a él. Aún llevaba un poco mojado el diminuto traje de baño que hubiera sido impensable exhibir por una mujer en un país como del que Sidi Farid procedía, pero vivir en América había hecho que el viejo musulmán dejara pasar muchas cosas que parecían haram (pecado) para su cultura tradicional.

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