Ivan Turgenev - Padres e hijos

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Publicada por primera vez en 1862, Padres e hijos es, según los críticos de varias generaciones, la mejor novela de este autor, quien reflejó en su obras, y en especial en esta, la cotidianidad y la esencia del pueblo ruso.
Y esa es la clave para que esta obra tenga vigencia en nuestros tiempos, ya que las relaciones entre los seres humanos no han variado mucho, excepto por el contexto en el que suceden. Es decir, los sentimientos son los mismos en cualquier época.
Esperamos, querido lector, que este clásico de la literatura universal quede en su recuerdo para siempre.

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Padres e hijos

Padres e hijos 1862 Iván Turgénev Editorial Cõ Leemos Contigo Editorial - фото 1

Padres e hijos (1862) Iván Turgénev

Editorial Cõ

Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

edicion@editorialco.com

Edición: Octubre 2021

Imagen de portada: Pixabay

Traducción: Ana Lev

Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

.

A la memoria de

Visarion Grigorievich Blielinski

I

—¿Y qué, Piotr? ¿No se divisa nada todavía? —preguntaba el 20 de mayo de 1859 un señor de algo más de cuarenta años, saliendo con la cabeza descubierta al zaguán de hostería situada en el camino. Vestía abrigo, cubierto de polvo, y pantalones a cuadros. Preguntaba a un mozo mofletudo, de barbilla incipiente y pequeños ojuelos opacos.

Todo en el criado denotaba un hombre de la nueva generación: pendiente color turquesa en la oreja, cabello de color indefinido y perfumado, camino y respondió:

—Pues no, no se ve nada.

—¿Nada? —respondió por segunda vez el criado.

El señor lanzó un suspiro y se sentó en un pequeño banco (lo presentaremos a nuestro lector mientras permanece sentado, con las piernas encogidas, mirando pensativo a su alrededor).

Se llama Nikolai Petrovich Kirsanov. A unas quince verstas(1) de la hostería posee una buena hacienda, con unas doscientas almas, o de dos mil desiatinas(2) de tierra, como dice desde que deslindó sus tierras de las de los campesinos y organizó una “granja”. Su padre había sido general y combatió en 1812. Hombre rudo, poco ilustrado, aunque bastante bueno, fue haciendo lo que pudo: primeramente tuvo a su mando una brigada, después una división, y vivió de un modo permanente en provincia donde, a merced de su graduación, desempeñó un papel bastante importante.

Nikolai Petrovich nació en el sur de Rusia y al igual que su hermano Pavel, al que nos referiremos más adelante, se educó en casa hasta la edad de catorce años, rodeado de preceptores de poca monta, serviles ayudantes y demás personajes pertenecientes al regimiento y al estado mayor. Su progenitora, de soltera Agathe Koliasina y de generala Agazfokleia Kusminishna Kirsanova, era una mujer mandona, usaba tocadas crinolinas y crujientes vestidos de seda. En la iglesia era la primera en acercarse a la cruz, hablaba en voz alta, permitía que los niños le besaran la mano por la mañana y los bendecía por la noche. En pocas palabras, vivía a su gusto.

Nikolai Petrovich, lejos de distinguirse por su valor, se había ganado el calificativo de cobarde. Sin embargo, como correspondía a un hijo de general, debía incorporarse al ejército, lo mismo que su hermano Pavel. Y justamente el mismo día que llegó la noticia de su nombramiento, se rompió una pierna.

Después de guardar cama durante dos meses se quedó cojo para toda la vida. En cuanto cumplió dieciocho años lo llevó a Petersburgo y lo dejo en la universidad. Por entonces su hermano Pavel alcanzó el grado de oficial en el regimiento de la guardia. Ambos jóvenes se alojaron juntos en un departamento, bajo la lejana custodia de un tío segundo por línea paterna, Ilia Koliasin, alto funcionario. El padre volvió a su división y con su esposa, y sólo de cuando en cuando enviaba a sus hijos grandes cuartillas de papel gris, escritas con negligente letra de escribano, que firmaba con las palabras: “Piotr Kirsanov, general-mayor”, rubricadas con rebuscados trazos.

En el año 1835 Nikolai Petrovich se graduó de licenciado y ese mismo año el general Kirsanov, que fue relevado en el servicio por cometer una falla al pasar revista, tuvo que pedir el retiro e instalarse con la esposa en Petersburgo. Se disponía a alquilar una casa junto al parque Tavricheski y hacerse miembro del aristocrático Club Inglés, cuando falleció repentinamente de un ataque de apoplejía. Agazfokleia Kusminishna lo siguió a la tumba poco después. No podía acostumbrarse a la vida tranquila de la capital y la nostalgia del ambiente militar acabó con ella.

Entre tanto Nikolai, todavía atado a sus padres y con pesar de éstos, se enamoro de la hija del funcionario Prepolovienski, antiguo dueño de su departamento. Era una joven agraciada y hasta instruida, que leía en las revistas sesudos artículos en la sección de ciencias. Tan pronto acabó el luto, Nikolai se casó con ella, dejando el ministerio de rentas, donde su padre lo había colocado por recomendación.

Vivió feliz, primeramente en una dacha , cerca del Instituto Forestal, luego, en la ciudad, en un lindo departamento con pulcras escaleras y frío recibidor, y más tarde en la aldea, lugar en el que se instalaron definitivamente y donde pronto nació su hijo Arkadi. El matrimonio llevaba una vida plácida y tranquila: nunca se separaron, leían juntos, tocaban el piano a cuatro manos, cantaban a dúo. Ella plantaba flores y cuidaba aves del corral. Él salía de caza de cuando en cuando y se ocupaba de la hacienda. En cuanto a Arkadi, se criaba plácidamente y sin ruido. Y así pasaron diez años como un sueño.

En el año 1847 la esposa de Kirsanov falleció y él soporto a duras penas el golpe; encaneció en unas semanas. Y se disponía a salir para el extranjero con el fin de distraerse aunque fuera un poco, cuando llegó el año de 1848(3) y se vio obligado a regresar a la aldea, donde después de un periodo bastante largo de inactividad comenzó a reformar su hacienda. En el año 1855 llevó a su hijo a la universidad y vivió con él tres inviernos en Petersburgo, sin salir apenas de casa y procurando hacer amistad con los jóvenes compañeros de Arkadi. El último invierno no pudo desplazarse y aquí lo tenemos en el mes de mayo de 1859, totalmente encanecido, regordete, algo encorvado y esperando a su hijo que lo mismo que él en otro tiempo, ha recibido el título de licenciado.

El criado, quizá por cortesía o quizá por librarse de la vigilancia del señor, entró en el portal y encendió su pipa. Nikolai Petrovich bajó la cabeza y comenzó a contemplar las viejas escaleras del zaguán. Un hermoso gallo de abigarrado plumaje se paseaba pausadamente por ellas, pisando fuerte con sus patas amarillentas, mientras una gata manchada lo miraba con hostilidad, acurrucada en la barandilla. El sol abrasaba y el fondo del zaguán de la hostería despedía olor a pan de centeno reciente. Nuestro Nikolai Petrovich soñaba despierto. A su mente acudían constantemente las mismas palabras: “Mi hijo... Arkacha... licenciado.” Trataba de pensar en alguna otra cosa, mas de nuevo volvían a su imaginación las mismas ideas. Recordaba a su difunta esposa... “¡No llegó a ver esto!”, musitó abatido... Una paloma azul se posó en el camino y se apresuró a beber en un charquito, cerca del pozo, Nikolai Petrovich se puso a contemplarla, pero en aquel instante su oído percibió el traqueteo de unas ruedas que se aproximaban...

—¡Creo que ya se viene! —exclamó el criado, saliendo del portal.

Nikolai Petrovich se levantó de un salto y fijo la vista en el camino. Apareció un tarantas(4) tirado por una tríada de caballos de relevo. En el coche se divisaba la silueta de un joven con un gorro de estudiante y las fracciones del rostro amado...

—¡Akarcha! ¡Akarcha! —gritó Kirsanov, y echó a correr agitando los brazos.

Unos instantes después sus labios besaban la mejilla lampiña, tostada por el sol y polvorienta, del joven licenciado.

(1) Una vesrtá es una antigua unidad de medida rusa que equivale a 1,066.8 metros. A su vez equivale a 500 sazhen, que miden 2.13 metros cada uno.

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