Siglo XXI / Ciencias sociales
Steven Forti
Extrema derecha 2.0
Qué es y cómo combatirla
Prólogo de Enric Juliana
La extrema derecha está dejando de raparse la cabeza y cada vez emplea menos el saludo romano; ahora se pone traje y corbata, y, junto al emoji de carita sonriente y el de la taza de café, continúa la cadena de fake news y comparte los titulares con mayor clickbait que le han llegado a través de sus redes sociales para dar los buenos días. Aunque aquella resulta clara y llanamente amenazadora, la nueva versión encierra peligros que pasan fácilmente inadvertidos.
Steven Forti, en su Extrema derecha 2.0, señala que, alejada de los fascismos que asolaron Europa y desde el estilo populista que permea nuestro presente, la nueva extrema derecha está alcanzando una dimensión de fenómeno global. Disfrazada de democrática, la extrema derecha no solo ha entrado en las instituciones y comienza a tener un mayor peso, sino que pulula por internet y gangrena las redes sociales –normalizando así su discurso e ideología– para corroer la democracia desde dentro.
«Si no les gustó la extrema derecha del siglo XX, tampoco lo hará su versión 2.0, aunque pueda ser difícil de identificar. La obra de Steven Forti señala y describe este fenómeno a escala mundial.»
GUILLEM MARTÍNEZ
«La aportación de Steven Forti es muy valiosa para reconocer las nuevas formas que toma la extrema derecha que amenaza nuestras democracias. Solo así podremos adoptar las herramientas apropiadas para combatirla y vencerla.»
ADA COLAU
«Este excelente libro del historiador Steven Forti señala cuál es el dispositivo que ha puesto en marcha la reencarnación de la derecha autoritaria y nos invita a reflexionar qué hay de eterno en el fascismo.»
ENRIC JULIANA
Steven Forti es investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa y profesor asociado en la Universitat Autònoma de Barcelona. Sus investigaciones se centran en los fascismos, los nacionalismos y las extremas derechas en la época contemporánea. Entre sus publicaciones destacan El peso de la nación. Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de entreguerras (2014); con Enric Ucelay-Da Cal y Arnau Gonzàlez i Vilalta (eds.), El proceso separatista en Cataluña. Análisis de un pasado reciente (2006-2017) (2017); con Francisco Veiga, Carlos González-Villa y Alfredo Sasso, Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols (2019).
Es miembro de los consejos de redacción de CTXT, Política & Prosa, Il Mulino y Spagna Contemporanea.
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RAG
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© Steven Forti, 2021
© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2021
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ISBN: 978-84-323-2038-5
A Esther Béjarano (1924-2021)
la «chica con el acordeón»,
superviviente del Holocausto
e incansable luchadora.
LA GRIPE TRAJO EL FASCISMO
El periodista italiano Benito Mussolini dirigía un diario digital muy atento a la amargura de los soldados que habían salido lisiados y traumatizados de los duros combates de la Primera Guerra Mundial, la gran carnicería europea del siglo XX. Los aduló, los organizó y los convirtió en fuerza de choque contra el sindicalismo agrario. Gracias a ellos, alcanzó el poder a finales del 1922, pronto hará cien años. Gracias a ellos, la palabra fascismo todavía nos persigue.
La gripe española alguna cosa tuvo que ver con el triunfo de aquel tribuno que tan bien manejaba la magia de la comunicación. La devastadora epidemia (llamada española porque los diarios digitales españoles eran los únicos en informar libremente de ella, puesto que en todos los países implicados en la Gran Guerra regía la censura militar) mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo entre 1918 y 1920, contagiando a casi un tercio de la humanidad. En Italia, la gripe llevó a la tumba a unas 600.000 personas, casi tantas como soldados dieron la vida combatiendo a las tropas del Imperio Austrohúngaro en los Alpes orientales, en el Adriático y en los Balcanes. La pandemia mató a tanta gente en Italia como civiles causaron baja como consecuencia de los combates y escaramuzas (589.000 fallecidos).
La gripe y la guerra eliminaron, por tanto, a unos 1,8 millones de italianos. El Réquiem de Verdi. Cinco de cada cien habitantes del más joven Estado nacional de la Europa occidental cayeron fulminados. Esa fue la primera cuna del fascismo. Imaginemos que una suma de desgracias se hubiese llevado por delante en los últimos tres años a 2,3 millones de personas en España.
Todo balance trágico debe considerar también a los heridos. La Primera Guerra Mundial dejó en Italia a 450.000 soldados con invalidez permanente: ciegos, mutilados, lisiados y trastornados, en una época en la que aún no se había afinado el diagnóstico del estrés postraumático. El Estado no les compensó bien y mucha gente les dio la espalda, por uno de esos movimientos de péndulo que producen las guerras. El pueblo estaba hastiado. La victoria había sido muy costosa, puesto que Italia fue humillada por los austriacos en la batalla de Caporetto (1917), un pavoroso desastre militar que obligó a cambiar a todo el Estado Mayor. Los altos oficiales se habían defendido acusando a la tropa de cobardía. Esa debilidad provocó la marginación de Italia en la foto de los vencedores. El joven reino de los Saboya no consiguió en la Conferencia de París de 1919 las compensaciones territoriales pactadas en el Tratado de Londres de 1915, con el que se había sumado a los intereses de Inglaterra y Francia. Después de la gran matanza en los Alpes, apenas hubo botín territorial. «Una victoria mutilada», dijo el poeta nacionalista Gabriele D’Annunzio a sus millones de seguidores en las redes sociales. Lisiados y desquiciados, los veteranos de guerra se sintieron aún más humillados.
Los socialistas, que se habían dividido dramáticamente a consecuencia de la guerra, no tuvieron la perspicacia de acoger cálidamente a los antiguos combatientes, campesinos sin tierra y sin pierna muchos de ellos. El alma pacifista del movimiento socialista sacaba pecho: «¡Teníamos razón!». Muchos de ellos miraban a los lisiados con despecho. No les tendieron la mano cuando formaron asociaciones para exigir honores, gloria y un poco más de pensión.
El resentimiento de los veteranos se lo quedó el periodista Mussolini. Ese hombre de cabeza contundente y mirada penetrante conocía el paño, puesto que primero fue socialista pacifista, radical entre los radicales, y después socialista intervencionista, hasta que lo echaron del partido. Al frente de su diario digital (que no se llamaba OK.Giornale) organizó políticamente aquella corriente de odio que embargaba a los hombres que habían ido a la guerra y que ahora pedían caridad por las calles o malvivían en los suburbios. Primero jaleó a las asociaciones de excombatientes con los expresivos titulares de Il Popolo d’Italia. Después les ofreció un hogar político: los Fascios de Combate. Después los uniformó con la tradicional camisa negra de los campesinos romañolos. En primera línea colocó a los arditi, los audaces, antiguos combatientes de las tropas de asalto, hábiles con el cuchillo y los explosivos, corajudos, desquiciados. Una de sus primeras acciones consistió en lanzar bombas de mano contra manifestaciones sindicales. Esa milicia negra empezó a trabajar como servicio de orden de los grandes propietarios agrarios de la inmensa llanura del río Po, hartos de la presión de un sindicalismo campesino muy bien organizado. Empezaron a arder las casas del pueblo. Asesinatos, palizas y secuestros. Los fascios empezaron a gustar a la gente de orden asustada por las reverberaciones revolucionarias que venían de la recién creada Unión Soviética.
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