LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
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Vergani, Graciela
Por el andén de las cosas perdidas / Graciela Vergani. - 1a ed. - Pilar : Tequisté. TXT, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-4935-88-5
1. Poesía Argentina. 2. Literatura Argentina. I. Título.
CDD A861
A los que se hamacan en el andén
de las cosas que se pierden
Poesía es darle un lugar al tiempo, es detenerse, avanzar, desafiar la vida, hasta derramar en cada letra un dolor antiguo, un sabor olvidado… asir una porción de silencio que se escurre, una palabra que no existe.
Karina Rotblat
Por el andén de las cosas
El tren se detuvo
en el andén de las cosas perdidas
y yo vuelvo
en canto
en viento
en viejos soles
que dibujo, nuevos.
El corazón no se detiene
corre y pisa almanaques
mientras una cortina
de lágrimas celosas
y mis dedos torpes
no me permiten
escribir
estos momentos
felices.
Escribir
para el otro,
para todos, para mí.
Para salvar la memoria,
para gritarle
NO al olvido.
Escribir
como necesidad
de sacar el grito,
como defendiendo
el hambre del niño
que alimenta su simiente,
como defendiendo
el dolor del anciano
en el umbral del suspiro.
Escribir
cuando es noche
que la luna es bella
y nos abraza en su brillo.
Escribir
cuando amanece
y mirar el rocío cuajado
sobre las hojas.
Escribir.
Escribir
que las guerras
no dejan ganancia,
que las bombas se incrustan
una, dos, mil veces
en los cuerpos,
en las almas.
Que las balas matan
y llega la muerte
sin poder gritar.
Escribir
en la tierra
en el agua
en el vuelo del pájaro
y en el viento.
Escribir
enredada en mil pañuelos.
Escribir
el odio
el amor
y por fin escribir
el universo.
A Milo
I
Los impregnados de noche
tienen el talento
de decidir en un mundo
las sensaciones.
Los miopes por elección
se distraen
en su indiferencia.
II
Ojos sin luz
sin niebla ni sombra.
Ojos que ven la ternura,
que adivinan sonrisas
e imaginan colores.
Ojos que la vida caminan.
Los miro, los veo.
Aprendo y contemplo
que en el negror de sus días
no claudican,
no hay quejas.
Son sabios
y siguen la senda,
esa que otros ojos
no pueden ver.
Marea del tiempo que
nos toca vivir.
Jaula de oro,
de plata,
de madera,
jaula al fin, que
aprisiona latidos
y nos levanta entre muros
como ecos sin voces
que zumban en la noche.
Los abrazos sin cuerpo
aprietan los suspiros
y
un olor a vida
se cuela,
reverdece
en sombras
donde el sol seca las lágrimas
en este otoño sin hojas.
En ocasiones
es el sol
es el viento
o la lluvia
quienes me sacan del letargo
y abren paso a lo que fue,
a lo que será.
Y este sol de mayo amanecido
que calienta a destajo,
compite con el calor
de mis ganas y de mis ansias
y me colman de esperanza
para pensar en un mañana.
Son muchos los palmos
en que alejada de todo
me encuentro en mí.
Abandoné las caricias,
las oscuras y las gozosas,
con la soledad de mi cuerpo
castigado por mil noches
en vigilia.
Vacié mis manos,
mis recuerdos,
conseguí el olvido,
me aferré al papel,
escribí mil noches,
levanté el castigo
y
nombré el amor.
Infancia escondida
tras el muro
que trepo siendo niña
con alas de inocencia
queriendo crecer.
Enredo mi cuerpo entre
flores sin espinas,
suave lecho de hojas tiernas.
Alcanzo el lugar más alto
y
caigo al abismo.
Trepo otra vez.
Entre ramas secas
lastimo mi piel,
desgarro mi carne,
opaco mis ojos.
Lloro
y llego junto al muro
con mis alas perdidas,
mis cabellos blancos
y un niño dormido
queriendo nacer.
No podrán quitarme nunca:
la siesta caliente de un verano
a hurtadillas de la silueta de mi madre,
el calor de mi piel,
mis mejillas rojas,
ni la levedad
y el aroma del primer beso.
El vivir y enarbolar
las espinas y los pétalos,
el aceptar su pertinaz diferencia.
No.
No me quitarán
los susurros de otras bocas,
las que veniales abrieron
mis goces y desventuras,
mis trasgresores códigos,
mis girasoles florecidos con dolor.
No podrán quitarme nunca
la primavera que me habita,
el pecado, las sombras
en mi bohemia
atiborrada de madrugadas y tempestades.
No.
No podrán;
pertenecen a mi abismo,
a la mirada azul de niña con que miro el jardín.
La soledad, las cenizas,
las heridas.
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