Brett McCracken - La Pirámide de la Sabiduría

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La Pirámide de la Sabiduría: краткое содержание, описание и аннотация

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Con solo pulsar rápidamente, podemos acceder a un flujo infinito de información adictiva: resultados deportivos, noticias de último momento, opiniones políticas, transmisión de TV en directo, últimas publicaciones de Instagram y muchas cosas más. Acceder a la información nunca fue tan fácil, pero adquirir sabiduría es cada vez más difícil.
En un esfuerzo para ayudarnos a consumir una dieta de información más equilibrada y saludable, Brett McCracken ha creado la «pirámide de la sabiduría». Inspirada en el modelo de la pirámide nutricional, la pirámide de la sabiduría nos desafía a aumentar nuestra ingesta de fuentes duraderas y confiables (como la Biblia) mientras moderamos nuestro consumo de fuentes menos confiables (como Internet y las redes sociales). En una época donde gran parte de nuestra dieta diaria de medios de comunicación es tóxica y nos enferma espiritualmente, La pirámide de la sabiduría nos sugiere que, si queremos volvernos saludables y sabios, reorientemos nuestras vidas alrededor de Dios, el fundamento de la verdad y la fuente eterna de la sabiduría.
«Las redes sociales son una ventana al corazón enfermo de esta generación. El consumo desmedido de información y el desenfreno de opiniones necias —entre muchas cosas más— han acelerado nuestro paso a una profunda crisis mental y espiritual. La pirámide de la sabiduría es una joya valiosa en tiempos como este, pues nos ayuda a entender la insensatez de nuestro momento cultural, mientras nos ofrece una guía práctica para navegar sabiamente en una era digital».

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Síntoma 2: desorientación y fragmentación

Todos los días nos llega un aluvión de información de todas partes y en formas desconectadas e indiferenciadas. Un ejemplo de esto son las noticias en nuestras redes sociales que no respetan el flujo lógico o la necesidad de síntesis. Si abres tu Facebook, Twitter o Instagram en este momento, verás esto: un avance de una película seguido por un artículo sobre el aborto; una foto del viaje de un amigo por Texas seguida por otra persona que promociona su pódcast.

Desde luego, esto nos deja la cabeza dando vueltas y, con el tiempo, hace daño al corazón y, finalmente, lo anestesia. Obituarios seguidos por anuncios de bebés, gritos de auxilio para llamar la atención seguidos por fotos de vacaciones que muestran «una mejor vida», resultados deportivos seguidos por citas de san Agustín, música para adorar seguida por los videos de iguanas que persiguen serpientes, sermones de John Piper entre sesiones de Fortnite y clases para aprender idiomas en Duolingo. En palabras del grupo de rock Arcade Fire, es «¡todo ya!».

Además de causar mareos cognitivos, esta variedad indistinguible de información erosiona nuestra capacidad para distinguir entre lo trivial y lo verdaderamente importante. Con el tiempo, llegamos a valorar la información más por su espectáculo, infoentretenimiento, que por las complejas realidades que conlleva. Nuestras fuentes de noticias son los parques de atracciones, las salas de juegos y los escenarios de vodevil de la era digital.

El crítico de medios, Neil Postman, vio venir esto en la década de 1980 cuando observó que las noticias televisadas se habían convertido en una especie de programa de varietés de diversiones desconectadas destinadas a mantener a los espectadores sintonizados:

«¡Y ahora… esto!» se usa comúnmente en los noticiarios de la radio y la televisión para indicar que lo que uno acaba de escuchar o ver no tiene punto de comparación con lo que está a punto de escuchar o ver, ni posiblemente con nada de lo que alguna vez uno pueda escuchar o ver. La frase es un medio de reconocer el hecho de que el mundo, tal como ha sido diseñado por los medios electrónicos acelerados, carece de orden o significado y no debe ser tomado seriamente. No hay ningún asesinato que sea tan brutal, ningún terremoto tan devastador, ningún error político tan costoso —si vamos al caso, ningún tanteo entusiasma tanto, o un informe sobre el estado del tiempo es tan amenazador— que no sea posible borrar de nuestras mentes con un «¡Y ahora… esto!» de un presentador.5

Además de estos efectos que adormecen e insensibilizan, el zumbido constante de nuestras fuentes de información fragmenta nuestras vidas. En vez de estar presentes con nuestras familias, estamos presentes con las hordas que reclaman nuestra atención en el correo electrónico, mensajes de texto, Voxer, WhatsApp, Messenger y otras innumerables plataformas de comunicación. En lugar de estar presentes en los lugares donde vivimos, estamos presentes en las crisis alrededor del mundo y en los debates que están de moda en el poco interesante Twitter. Nuestras fuentes de noticias traen el mundo y todo su caos a nuestras mentes, dividiendo nuestra atención en cientos de formas diferentes.

No fuimos hechos para esto. Cuando el teólogo protestante francés, Jacques Ellul, escribió hace medio siglo en The Technological Society , observó:

«[El hombre] fue hecho para ir a seis kilómetros por hora, y va a mil kilómetros por hora. […] Fue creado para tener contacto con los seres vivos, y vive en un mundo de piedra. Fue creado con una cierta unidad esencial, y está fragmentado por todas las fuerzas del mundo moderno».6

Irónicamente, por mucho que la era de la información (y su «aldea global») prometa ampliar nuestros horizontes y crear ciudadanos del mundo sanos, integrados y bien informados, en realidad, ha tenido el efecto contrario. La hiperconexión y el exceso de conciencia del espacio conquistado de un mundo nos fragmenta y nos desconecta del lugar : los contextos locales donde podemos conocer y ser conocidos y efectuar todos los cambios que sea posible. Como afirma Ellul: «La paradoja es característica de nuestros tiempos, que a la conquista abstracta del Espacio por el Hombre (en mayúsculas) corresponde la limitación del lugar para los hombres (en minúsculas)».7

Síntoma 3: impotencia

Nuestra exposición más amplia al espacio, junto con una conexión disminuida con el lugar , nos deja sintiéndonos sobrestimulados, pero con poca actividad. En un día normal, nos sentimos exacerbados por cualquier agravio al que Internet nos ha expuesto, pero no podemos hacer mucho, si es que podemos hacer algo, al respecto. La interminable cinta transportadora de contenido pone más cosas en nuestro radar en un día de lo que la gente de hace un siglo encontraría en un año, a menudo sobre lugares de los que nunca habíamos oído hablar y problemas que no sabíamos que eran problemas.8

Postman habla de cómo nuestro acceso a la información y a las noticias de todo el mundo «nos proporciona algo de lo que hablar, pero que no nos conduce a ninguna acción significativa». Este es el legado del telégrafo, dice: «… al generar en forma abundante información irrelevante, alteró dramáticamente lo que podríamos llamar la “relación información-acción”».

Históricamente, observa Postman, la información se consideraba valiosa si tenía el potencial de conducir a la acción. Sin embargo, el telégrafo y las tecnologías posteriores volvieron a esa relación abstracta y remota: «Por primera vez en la historia de la humanidad la gente se enfrentó con el problema del exceso de información, lo que significó, simultáneamente, enfrentarse con el problema de potencial social y político disminuido».9

Las redes sociales personifican esto. Nuestras fuentes nos informan de manera constante de noticias lejanas sobre las que tenemos muy poco contexto e incluso menos recurso a la acción: protestas políticas en Venezuela, erupción volcánica en Nueva Zelanda, una serpiente encontrada en un baño en Florida, entre otras. Podemos llegar fácilmente al punto en el que pasamos horas leyendo titulares sobre cosas que nunca nos afectarán, debates sobre cosas de las que sabemos poco y problemas que no podemos resolver. Mientras los dramas «lejanos» de nuestros espacios en las redes sociales nos consumen, descuidamos las realidades tangibles de nuestro lugar inmediato: las noticias locales, los debates próximos y los problemas cercanos que podríamos abordar de manera más significativa.

Después del telégrafo, argumenta Postman, «todo se convirtió en responsabilidad de todos». Por primera vez recibíamos información que respondía a preguntas que no habíamos hecho y que, en todo caso, no daba lugar al derecho de réplica».10 Las redes sociales, por supuesto, nos dan permiso para «responder», pero ¿con qué fin? Podemos tener la sensación de que nuestra participación es una acción significativa, que está haciendo algo , pero la mayoría de las veces solo estamos agregando ruido, enojándonos innecesariamente y aportando más información irrelevante a nuestros cerebros ya sobrecargados y agotados.

El panorama de la información actual, que nos bombardea con agravios y trivialidades que no buscamos, pero que, sin embargo, nos absorben, dignifica la irrelevancia y amplía la impotencia, argumenta Postman. Todo se suma a una sensación exagerada de lo terrible que es el mundo y a una angustia por no poder hacer mucho al respecto.

Síntoma 4: parálisis de decisión y compromiso

Otro síntoma de la enfermedad de la glotonería informática es una sobreabundancia de opciones que debilita. Con todo a tu disposición digital, ¿cómo eliges? Tal vez hayas experimentado una «parálisis de elección» mirando Netflix, ese momento en el que estás tratando de decidir qué mirar, pero te paralizas porque hay demasiadas opciones y no hay una guía externa que te ayude en tu selección. Te preocupa perder el tiempo y la pregunta «¿Será la elección perfecta?» pesa mucho.11

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