Teresa Moure - Ostracia

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¿Ostracia? ¿Un lugar, un sentimiento o la voluntad de una gran mujer por no sentirse vencida?
Esta biografía apócrifa de Inessa Armand, activista revolucionaria y amante de Lenin, es un relato sobre el amor, la política, la pasión y el deseo dentro de un contexto histórico irrepetible. A través de sus escritos, cartas, entrevistas a amigos, opiniones del propio Lenin y poemas, vamos conociendo una vida que embauca, cautiva y nos hace viajar a Ostracia, espacio en el que encuentra y transforma la realidad para superarse a sí misma y no dejar de ser mujer, bolchevique, amante, madre, libre y mucho más.
Escritora incansable seduce con las palabras y vive gracias a ellas.

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Éramos hijas de la burguesía, nos habían hablado siempre de las malas mujeres que inducían a los hombres al pecado. Si un matrimonio no funcionaba, era porque una mujer licenciosa, cobrase o no por su dedicación, seducía al pobre hombre, el cabeza de familia. La sífilis era pan de todos los días. Por primera vez, en las tertulias de Mina pensamos en la prostitución como la única opción de las mujeres pobres, expulsadas fuera de casa, golpeadas por los maridos, embarazadas cada invierno. Aunque yo siempre creí que para hacer eso, había que estar hecha de un material especial, muchas, ella en especial, debatían y debatían sobre si era la única salida posible para llevar algo de comer a unos hijos mal nutridos... no lo sé, el mundo es muy ancho y habrá de todo... Pero para hacer eso, no sirve cualquiera.

La verdad es que me fui alejando del grupo cuando comenzaron a simpatizar tanto con las mujeres de mala vida... Como que se pasaban el día justificándolas, buscándoles las virtudes y yo, si te digo la verdad, no sé... Si le das la mano o así a una de esas mujerzuelas, ¿no podrás contagiarte de algo? De sífilis o de algo peor... Todo el mundo sabe que la indecencia es contagiosa. ¡Pues claro que es contagiosa! Inessa era muy sentimental, ya te digo: cuando abrazaba una causa lo hacía por entero. Y no te creas que a los hombres les gustaba esa filantropía, ni las feministas todas... No confiaban en tanta modernidad. En la iglesia siempre nos habían dicho que una mujer de perdición es alguien degradado, alguien que ya nace así, como predispuesto al pecado. Que tu madre, como otras casadas en ese momento, se decidiese a defender a las mujeres desviadas del buen camino era algo absolutamente insólito en Moscú. Nunca se había visto algo igual. Pero ella se empeñaba en asegurar que se trataba solo de una expresión de la caridad cristiana. No, allí nunca se habló de política. No sé por qué me preguntas eso... Detesto la política. No yo en particular, ¿eh? Creo que todas nosotras detestábamos la política... o, más bien, no sabíamos una palabra: de eso hablaban los hombres cuando fumaban un cigarro después de la cena. Las mujeres no. Teníamos bastante con las casas, los niños, ya sabes... Podía entenderse que las señoras se ocupasen de las mujeres descarriadas como buenas cristianas ortodoxas, que deben ser caritativas, simplemente. Pero Inessa se tomó en serio la defensa de las prostitutas. Para mí que se excedió. Porque ¿qué puede pensar un hombre que no sea tu esposo, si te pones a defender prostitutas? Pues que ves con buenos ojos el pecado, ¿no? Y si ves como aceptables esos pecados, tiene que ser porque estás pensando en pecar. No hay vuelta de hoja.

No quiero ofenderte pero... en aquel tiempo creía que Inessa debía de estar pensando todo el día en... bueno... en... eso que se hace con el marido. Y tu padre que iba mucho fuera, de caza y así ¿eh?, que yo no pienso que visitase nunca un prostíbulo un hombre recto como él, pero faltaba de casa, y su mujer pensando en prostitutas... ¡Eso no podía llevar a nada bueno! Porque, por muy liberales que fuésemos, por muy modernas y convencidas de mejorar las condiciones de vida del prójimo, yo siempre tuve para mí que una cosa es enseñar a leer y otra justificar el pecado. Que las mujeres que supiesen leer sabrían llevar las cuentas de gastos de la casa o del negocio del marido, y eso no da reparo. Ni se me pasó nunca por la cabeza la idea de mujeres que viviesen fuera de la casa familiar y, como después se vería, tu madre vislumbró ahí un camino de libertades que no podía llevarla a buen sitio. Porque… ¿qué es mejorar el destino de las mujeres? ¡Hacer que puedan leer el periódico o un libro de cantos de misa! Efectivamente. Pero siempre hay alguna que da en imaginar que, a lo mejor, puede llegar a ser como un hombre, con su capacidad de ir y venir y, digo yo, si Dios nos quisiese así, libres y decididas como hombres, nos habría hecho a todos iguales, y no lo hizo. Y para hacernos distintos, tuvo Dios-nuestro-señor que pensar en cómo y en por qué, y decidió hacernos distintos por ahí abajo... Y bien se sabe que esa pequeña diferencia, destinada a que todo encaje y sean una sola cosa lo que antes estaba separado, le ha causado a Dios-nuestro-señor innumerables problemas ya desde el Paraíso. Si te digo la verdad, todo eso es demasiado complejo para mí. Pero creo que, si Dios tuviese que volver a hacer el mundo hoy, procedería de otra manera bien distinta.

Y si escribes algo de todo esto, que no salga mi nombre así en el de mujeres a favor de la modernidad ni devotas de los salones, que finalmente lo mejor del socialismo fue que se dejasen esas cosas todas pecaminosas. Que para mí lo único malo de los bolcheviques era el ateísmo, aunque yo continué siempre teniendo mi icono en casa y recé cuanto quise. Por lo demás los bolcheviques fueron siempre gente de orden... Sí, tenían respeto por la esposa y devoción por los hijos. Mira a tu padre, si no, que cuando Inessa le vino con la barriga de otro, y encima, siendo el otro su propio hermano, bajó los santos todos del cielo, que es cosa de perdonar en un momento así en un hombre siempre sobrio y gentil, pero después le dio trato de hijo y le puso su Alexandrievich tras el nombre, para no llamar la atención. Que, en mi opinión, el mejor bolchevique de la casa era tu padre, aunque no entrase nunca en el partido ese. De hecho, lo prendieron una vez por tener libros marxistas o no sé qué, por esa época, cuando tu nasciste. Después, claro, no entraría en el Partido, porque ya los cuernos le llegaban a la Luna, pero era un puro bolchevique, vamos, eso creo yo. No como otras que se apuntarían a un bombardeo con tal de no estar en casa. Y, si escribes algo finalmente con todo esto, no te olvides de poner mi nombre, que yo nunca he salido en un libro... Pero no como amiga de prostitutas ni feminista, pon algo así más normal...

Várvara Armand (sin fecha). Entrevistas para aclarar la figura de mi madre: Extracto 21, anónimo.

[Las entrevistas fueron transcritas de acuerdo con el modelo taquigráfico para el ruso de Anna Grigórievna, por cierto, esposa que fue de Fedor Dostoievski, autor de Los hermanos Karamazov, obra prohibida hasta 1953 por Stalin, por ser representativa de la moral individualista burguesa. V. Armand].

11

Si un viajero quisiese instalarse en Ostracia

y viniese a pedirme consejo,

le mentiría.

Con toda tranquilidad,

le hablaría de las lechuzas que cantan por la noche,

de los corzos que a veces salen a los caminos.

Le cantaría las bellezas todas de Ostracia:

la humedad de los bosques,

la intensidad de las puestas de sol,

y el canto de mil pájaros al amanecer.

Mentiría.

No hablaría de que los vecinos nunca saludan,

ni de la suciedad que rodea todo cuando cortan la hierba en las últimas horas de la tarde.

No hablaría de que es imposible venirse a vivir a Ostracia

voluntariamente

en un acto de decisión individual.

Imposible.

A Ostracia solo se puede venir desterrada.

Inessa Armand (abril de 1908). Cuadernos apócrifos. Mezen.

12

¿Escribir sobre Inessa? ¡Quítate esa idea de la cabeza inmediatamente! Tu madre no puede ser explicada en un libro. No es que no quiera ayudarte. Tienes que saber que me estás pidiendo algo íntimo y lo íntimo no puede ser recogido en la Historia, por definición. Compartí con ella una parte insignificante de nuestras vidas. Estuvimos presas juntas en Moscú, antes de ir a Mezen. ¡Aquel destierro fue cruel! Ya sé que lo sabes... Era tan excesivo para una madre que apenas podía ser acusada de que en su casa se celebrasen reuniones antizaristas o de imprimir material informativo sobre marxismo... que solo podía explicarse como un castigo ejemplar. Las autoridades de ese viejo mundo que estaba derrumbándose se complacían de que todo el peso de las leyes fuese a caer sobre una extranjera rica... Finalmente, ella traía modelos de existencia que rompían la familia de siempre. Sí, extranjera, porque apellidándose Armand nadie puede ser verdaderamente ruso, ¿no? La política estaba por todas partes y en cierta manera era consentida; las nuevas costumbres, no. Cuando volví a verla, había intentado recomponer mi vida, había salido de Rusia y habitaba otros horizontes. Si tuviese que contar la verdad de Inessa no hablaría de ella, sino de otras mujeres que llevaban décadas desafiando esas costumbres. Voy a contártelo... pero nada de tu madre.

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