Mario Valdivia V. - Crema volteada

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Cuando el lenguaje colapsa, el mundo se desarticula. Estallido Social y Pandemia son dos expresiones que no logran decir lo que ocurre. Quedan cortas y largas, al mismo tiempo. Mudas de impotencia ante la desconfiguración de la existencia compartida que trajeron. Pan demos solo habla de algo que corresponde a todos. Pero no da lo mismo entre una enfermedad viral trasmitida por agentes patógenos humanos que no humanos, a través de la respiración o por otro tipo de contacto corporal, en una sociedad intercomunicada digitalmente o no, y así. Una sociedad que sabe hacer vacunas. Una que tiene sistemas y redes de vacunación… Y estallido social no es más que un sinónimo oscuro de explosión colectiva, detonación general, reventón comunitario, y así. Por eso lo llaman también el despertar de Chile, insurrección popular, la fiesta de la democracia… Desde fines de 2019 vivimos en tiempos abundantes en palabras colapsadas. Cuando muchas dejan de poder usarse significativamente como era usual. Hace veintiún meses, para ser exacto, que me arriesgué a escribir para LAMIRADASEMANAL.-CL Me invitaron, acepté. No sé bien por qué; quizá lo que menos interesa.
Algo de fondo volteó y quedó viscoso en el mundo. No habría sabido interpretarlo en términos políticos. Hace algún tiempo que no tengo compromisos ni responsabilidades políticas. Menos mal que lamiradasemanal.cl no me pidió opiniones políticas.
No me hizo demandas, me dejó en libertad. Pude aceptar. Aprovecho a reconocer aquí que nunca ha dejado de respetar el acuerdo tácito de plena libertad que tenemos. Procuré sintonizar con lo nuevo que ocurre. Lo raro, lo subterráneo, lo porfiado. Lo que siento que nos tironea, nos desasosiega, nos incomoda. Traté de cuidarme de mis opiniones establecidas, de algunos prejuicios queridos, de mis verdades manidas guardadas en el sagrario. Hasta donde pude verlas. Procuré hablar en primera persona, no pretendiendo originalidad, sino para ayudarme a mí mismo a detectar mis prejuicios sin examinar escudados en un «nosotros» ocultador o, peor aún, en la tercera persona del dios de la razón, que todo lo sabe y da por evidente.
Salió lo que salió. Por empeño no me quede corto, aunque todo fue demasiado rápido.
Gracias por pescarme,
Mario Valdivia V.

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Conducir la llamada modernización capitalista era demasiado crucial para haberla dejado en manos de la burguesía que tocó –la que había, la que estaba disponible.

COPIAR–ADMIRAR Y

DESVALORIZARSE

(Enero 16, 2020)

Construimos nuestra democracia liberal (neo) hace décadas, copiando. Bajo la atenta vigilancia de economistas, aplicamos plantillas de un Modelo ideal en todos los planos de la vida. Primero fue el Modelo de los mercados libres, de la economía abierta, del banco central autónomo, y así. Imitamos lo que se hacía en Estados Unidos. Más adelante, la copia se extendió a nuestra existencia cotidiana. Dejamos de comprar en almacenes y comenzamos a ir a centers y malls. Empezamos a hacer running, skating y trekking –los de más arriba, golf.

En un popular álbum de 1986, Los Prisioneros invitaron a los copiones a irse del país –¿no admiraban tanto lo de afuera? Después del año 2000, sin embargo, la invitación podía hacerse extensiva a todos; cuando menos a la amplia clase media que repetía la copia con entusiasmo.

Copiar está preñado de admiración e ira. Es una acción movilizada por querer ser como otros, cargada de desvalorización a uno mismo. Estados Unidos era el patrón admirado por nuestros afanes copiadores. Su éxito, su poder, su libertad, su riqueza, su estilo individual, igualitario, democrático, desenfadado… Todo el mundo –cuando menos en “Occidente”– parecía ir en esa dirección. Estábamos en la buena compañía de la OCDE, que nos orientaba con estándares para evaluar la calidad del calco –servicio del FMI, el Banco Mundial, las Agencias de Riesgo, nuestros economistas…

En los países de Europa el Este, efectivamente una gran cantidad de población se fue –como sugerían Los Prisioneros –a los países de la UE: el goce del Modelo estaba disponible al otro lado de fronteras finalmente sin cerrojo. Después de ir y venir durante años de entrenamiento autoritario, nosotros, por fin, aprendimos a calcar bien y rápido. Llenos de ilusiones, nos dedicamos desaprensivamente a copiar la versión copiada de “Occidente” que calcaban los de arriba. Como anticiparon Los Prisioneros, estos solo consiguieron ser reconocidos como “occidentales de segunda”– un “producto no auténtico”, digno de ser transado en veredas. Y se apresuraron por extender un desprecio duplicado a quienes los copiaban a ellos.

Auto desvalorizándonos, pero ilusionadas en llegar a ser iguales al Modelo copiado, no conseguirlo constituye una frustración devastadora. No poder ser lo admirado a pesar del esfuerzo puesto en calcar, es una receta segura para la ira. Una rabia que se acumula y se cuece con lentitud en silencio, dirigida en primer lugar en contra de nosotras mismas. Sospechar que como personas individuales no estamos a la altura del Modelo admirado, tarde o temprano, explota colectivamente en un enojo compartido sorpresivo. Hemos visto cómo ocurre en todo el mundo que se embarcó en la misma copia, treinta años atrás.

(Sugiero leer “La Luz Que Se Apaga”, de Ivan Krastev y Stephen Holmes)

LOS 12 JUEGOS

(Enero 23, 2020)

Liberar mercados y abrir la economía en un mundo globalizado apostó por nuestro recursos naturales –el clima, los minerales, la radiación solar, el agua y la tierra–; no por los seres humanos, por quienes somos. Lo valioso de Chile para el mundo no era su gente, era su naturaleza.

Trabajos manuales simples, mecánicos y repetitivos –recolectar frutas y podar árboles, lanzar alimento a salmones enjaulados, clasificar frutas por colores–, a veces potenciados por grandes inversiones de capital, como en la minería y la industria forestal –manejando máquinas automotoras, transportando en operaciones logísticas... La rentabilidad del capital y la renta de la tierra interesan más que la destreza del trabajo. Lo mismo en los servicios– el comercio, las finanzas y los bancos, y muchos servicios profesionales –en los que impera un know how estándar, repetitivo y procedural, y están poblados por técnicos superiores expertos en aplicar metodologías que los encierran en “pegas” cada vez más inestables. Los procesos tecnológicos y los arreglos institucionales monetario– financieros interesan más que la destreza del trabajo.

Algunos, aquí y allá, producen valor en serio.

Como parte de un álbum de 1986, en el conmovedor Baile De Los Que Sobran, Los Prisioneros develan cómo los 12 años de educación básica y media no son más que juegos –el sistema “juega a educarnos”– sin consecuencia. Los educados terminan sobrando… quienes creyeron que esforzarse por estudiar era el camino al futuro. La ruta al futuro es un secreto bien guardador de algunos…, no necesariamente los que jugaron los 12 juegos. Hoy podemos decir que los juegos que producen sobrantes han terminado por ser 18 y más.

Chile, el sudaca del milagro, terminó reconocido por sus masivas explotaciones mineras y hermosos bosques, huertos, viñas y salmones bien cultivados, y por la particularidad de su paisaje. ¿Los seres humanos que lo pueblan? No muy cultivados, la verdad. Es que, como se percataron Los Prisioneros, en gran parte, sobran.

¿Y AHORA, QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS?

(Enero 30, 2020)

Decía el inolvidable Chapulín Colorado cuando las papas quemaban.

Pusimos todas las fichas en una democracia de mercado.

La clase empresarial –con ella, más o menos la derecha–, contando con mercados libres, invirtió en lo que invirtió y llevó al sistema económico en la dirección que le pareció rentable a cada uno de sus miembros.

Los trabajadores y la clases medias –con ellas, más o menos la izquierda– se atrincheraron en la democracia para agenciar sus afanes distributivos.

Y así estamos hasta hoy día.

Emerge la sospecha de que hay algo seriamente insuficiente. Algo de fondo, que comparten izquierda y derecha: el sistema democrático de mercado. Con este, ni crecemos ni distribuimos hace años. Los empresarios invierten en lo que es más rentable para ellos, sin preocuparse por el país –¿podrían ser criticados por la falta de preocupación por la Nación como una unidad superior a sus empresas?– y la izquierda se concentra en distribuir lo que aquellos producen, sin preocuparse por aquello que se produce –¿habría que criticar su abandono de valiosas ideas históricas de la izquierda acerca de la importancia de fondo de la economía? Hay algo encerrado en un círculo, aquí. En un orden de mercado, lo que hay para distribuir depende de la naturaleza de la producción. Esta sigue a inversiones que ven en la explotación de recursos naturales lo más rentable. Mucho capital y salarios bajos generan un sistema distributivo desigual, por definición.

Después de la segunda guerra del siglo pasado, enfrentamos una situación similar. Agotado el sistema basado en la exportación de salitre, el capital privado no sabía adónde ir. Entra el Estado manejado por una clase profesional y técnica preocupada de la Nación, que le abre una nueva posibilidad histórica a Chile: la industrialización, la integración latinoamericana. Hasta hace poco estaba de moda evaluar negativamente esa visión y ese empuje que duró hasta los años setenta. Pero ahí está la Endesa, privatizada con otro nombre, así como Celulosa Arauco y Celulosa Constitución (¿el mayor grupo empresarial de Chile hoy?), la CAP y la ENAP, el Banco Estado, entre otras empresas, vivitas y coleando, entre ellas algunas de la gran minería nacional. Todas le han prestado una gran servicio a Chile. Nuestros profesionales, técnicos y trabajadores especializados bien pagados se formaron en ellas.

La clave no fue tanto el Estado, como la emergencia de una clase –empresarial, profesional– y sus expresiones políticas, que osó hacerse cargo del futuro del país, inventando una dirección para llevarlo como Nación.

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