El ser humano no es, según esto, un ser metafísicamente enfermo, en cierto modo inviable. Por el contrario, encierra en sí mismo una infinita capacidad de desarrollo. No somos seres abocados al fracaso, éste es sólo uno de los posibles resultados de la acción. Incluso nuestra idea del fracaso, producto de un pensamiento lineal y de la invención moderna del progreso, tendríamos ciertamente que revisarlo.
Este hallazgo marcó para mí un antes y un después; la reivindicación de la materia como expresión verdadera de la interioridad y posibilidad de la creatividad, para dar forma a lo que realmente somos y buscamos, como posibilidad de su realización, se convirtió en el motor de mi pensamiento. La idea de que la verdad del hombre había que buscarla en el arte, más concretamente en el proceso creativo, la estuve rastreando durante años en el pensamiento y la obra de Joseph Beuys con la impagable ayuda de Marta González.3 Hoy he descubierto, de la mano de la biología de Varela y Maturana que la creatividad no sólo es la clave interpretativa de lo humano, sino de todo ser vivo,4 lo cual me ha abierto un camino infinitamente más bello del que yo creía vislumbrar. La vida es un hecho maravilloso, en el que hombre lucha por dar forma a su propia versión, porque la única vida real es la de los individuos.
La utilidad del conocimiento
La idea de Zambrano de que el conocimiento tiene que vivificar cada instante de nuestra vida exige la unión de lo que los filósofos llaman conocimiento teórico y conocimiento práctico; que lo aprendido sea realmente útil en sentido socrático, útil para la vida del individuo. Comprender mejor al hombre tiene una finalidad: vivir mejor. Así enfocado, este libro es también un intento de unión de las dos formas de conocimiento que, según Wolfgang Pauli (Premio Nobel de física en 1945), dividen y enfrentan la tradición occidental: el conocimiento, que él denomina salvífico –cuya meta es la unidad–, y el científico, fundamentalmente analítico, empírico y basado en la verificabilidad de sus propuestas.5 Esta obra quiere presentar un conocimiento integrador que, valiéndose de los descubrimientos de la ciencia actual, facilite una visión unitaria y coherente del hombre. Una visión desde la que éste pueda reconciliarse consigo mismo y desde ahí con los otros y con el mundo y esto, en efecto, es una visión salvífica. Si buscamos una imagen del hombre como un ser realmente vivo, tenemos que superar ese concepto de “yo”, que hemos heredado, y que lo describe como un ser encerrado en sí mismo y aislado, porque todo ser vivo está en continuo movimiento y, por tanto, en relación con todo lo que le rodea.
Parece pues que vivir, para un ser humano, exige una idea de la vida y de sí mismo. La búsqueda de esa imagen, de ese concepto que guíe nuestro actuar, es parte ineludible de la misma. Como dice María Zambrano, la vida necesita del pensamiento; el hombre, para vivir su vida, necesita un cierto conocimiento de lo universal. De alguna manera, no podemos prescindir de la filosofía. Pero ¿cómo es posible alcanzar ese conocimiento? En el estudio del hombre, como en el arte, lo universal sólo se alcanza a través de lo más concreto; el ser humano sólo puede saber quién es, sabiendo qué es ser hombre, y sólo puede saber qué es ser hombre, creando él su propia humanidad, creándose, viviendo. De la misma forma, sólo quien es capaz de querer real y profundamente a una persona es capaz de entender el querer, y sólo quien es capaz de entender real y profundamente a alguien, un pensamiento concreto, sabe lo que significa entender. Del mismo modo, sólo alguien que se esfuerza realmente por ser honradamente él mismo, sabe en qué consiste ser hombre. A esto llamo dar sentido a la vida, y es la meta de todo vivir libre, es decir, humano.
Si la imagen del hombre, que cada uno tenemos, es inseparable de la imagen de nosotros mismos, es porque la filosofía como el arte alcanzan la universalidad a través de lo más particular, aunque luego tengamos que formular universalmente nuestros hallazgos para que sean útiles a otros e incluso clarificarlos. Una obra de arte, sólo cuando ha sabido plasmar algo muy concreto, esclarece “lo humano”, al hombre en sentido genérico; de la misma forma que sólo la comprensión real de los hombres particulares nos revela al ser humano en general. A la inversa, sólo llegamos al totalitarismo. Por eso, la visión del artista, si es acertada, acaba siendo una visión mística del mundo y, por tanto, moral en el sentido más radical del término. Lo que quiero decir con esto, lo expresa Chesterton mucho mejor que yo al explicar la visión del mundo, la forma de sentir y vivir propia de san Francisco de Asís:
el eremita podía amar la naturaleza como un fondo. Pero para San Francisco nada estuvo jamás al fondo […] él todo lo veía dramático, destacado de su entorno, no todo de una vez como en un cuadro, sino en acción como en una obra de teatro. Pasaba junto a él un pájaro como una flecha: era algo con su historia y su objetivo, objetivo de vida y no de muerte. Le detenía un arbusto, y era como si fuera un bandolero; y de hecho estaba tan dispuesto a saludar al arbusto como al bandolero.
En una palabra, hablamos de un hombre al que los árboles le impiden ver el bosque, San Francisco no quería ver el bosque en lugar de los árboles. Quería ver cada uno de los árboles como una cosa separada y casi sagrada […]. No llamaba madre a la naturaleza; llamaba hermano a un asno concreto o a un gorrión concreto.6
Esta mezcla de universalidad y particularidad es la causa de que el estudio del hombre y del vivir resulte un poco complicado. Vivir, tiene mucho de aprendizaje, pero mucho también de descubrimiento, y el descubrimiento es esencialmente creativo, aunque, probablemente, todo verdadero aprendizaje sea también creativo.
En el descubrimiento de algo nuevo, la creación es esencial. [En la vida como] en la ciencia no existe una regla general que permita pasar del material empírico a nuevos conceptos y teorías capaces de ser formulados matemáticamente.7
La verdad práctica
En la vida como en el arte, la verdad es práctica.8 Esto tiene dos vertientes; por una parte, como acabamos de ver, la verdad que buscamos es una verdad para la vida, por otra parte esa verdad aparece en el hacer, “va surgiendo” en el proceso. Por eso en la vida como en la ciencia, la obsesión por el control y la absoluta certeza de lo que vamos a encontrar, no sólo no son recomendables, sino más bien todo lo contrario; el creer que ya conocemos el final representa un serio impedimento para encontrarlo, para avanzar realmente, para alcanzar nuestra meta. Para no movernos en círculo, hay que dejar que las cosas surjan, pues la imagen del hombre que buscamos no puede existir realmente antes de ser vivida, aunque ciertamente “buscar” sea siempre caminar en una determinada dirección, y esto exija una intuición previa.9 Sin embargo, no poseemos algo así como un “modelo interior” de acción o de persona, y no podemos sino tantear para encontrar lo más acertado para cada uno y para cada situación, aquí y ahora. El “aquí” y el “ahora” son elementos imprescindibles en todo proceso creativo, sólo lo individual nos lleva a la universalidad. Como dice Kingsley hablando de Parménides, “él escribe sobre algo que está más allá del tiempo y el lugar; pero para comprenderlo, hay que partir del tiempo y el lugar”.10
Finalmente, en el ilimitado proceso de aproximación que es el conocer, la actividad artística nos ayuda a comprender qué es lo verdadero. Ayudándonos a comprender la acción (el proceso), esclarece la relación entre el descubrir y el crear, entre la comprensión y el “hallazgo”. El resultado no es un objeto, una imagen definitiva, clara y distinta del mundo o una solución universal a un problema concreto, sino, más bien, las coordenadas que nos permiten la comprensión correcta; puntos de referencia para el juicio; aspectos esenciales de una situación; fundamentalmente nos ayuda a ordenar y recrear nuestra imagen del mundo. El aspecto más importante de esta creación consiste en la adquisición de un punto de vista a través del cual establecemos una determinada relación con lo que nos rodea y con nosotros mismos, incidiendo así, con nuestro actuar, de una determinada manera en lo real. Viviendo creamos mundos en sentido estricto. Desde el punto de vista del actuar, la acción acertada es, según esto, una forma de mirar, una perspectiva; constituye una manera de ver el mundo. Una forma de actuar es también una forma de pensar, por eso es así mismo una actitud y una decisión, una óptica, un punto de vista, como afirma Emmanuel Lévinas.11 Probablemente tiene razón José Antonio Marina cuando dice que la función principal de la inteligencia es dirigir la acción.12
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