Cristian Orellana - El Robo del Niño

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El Niño del cerro El Plomo -el pequeño niño inca ofrendado en honor a Inti, el dios Sol- ha sido robado desde el Museo de Historia Natural. La detective Julia Delgado debe encontrarlo antes que sea dañado por sus captores.

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–Nos asustamos un poquito –le comentó la señora mientras ponía a hervir el agua–. Fíjese que Esteban cayó detenido en 1985, 1986, por ahí… y no se le ha olvidado. Lo pasamos mal en esa época.

–Las cosas han cambiado –respondió Julia con una sonrisa amistosa.

–No sé, pero usted se ve muy dije.

En ese momento se escuchó la chapa de la puerta de entrada e ingresó el antropólogo Rodrigo Castillo con aire preocupado. Saludó a su madre, que se adelantó a recibirlo, y luego a Julia.

–¿Qué pasa? –preguntó él.

–Buscábamos un computador. O hacerle un par de preguntas. O ambas. Bueno, pero por algún motivo caímos donde sus padres.

–¿Qué tiene que ver el computador?

Julia pensó su respuesta por un segundo antes de decir:

–Creemos que desde acá hubo alguna actividad relacionada con mensajes que tienen que ver con el robo.

La detective esperó una reacción de molestia pero Rodrigo se quedó pensando.

–¿Y han encontrado algo? –preguntó.

–No sé –respondió Julia–. Recién lo encendemos. Hace casi media hora. Mire.

Se dirigieron al cuarto y se encontraron a Vanessa, que seguía con el mentón apoyado en un puño. A su lado, Esteban leía una revista. 5% de avance. Padre e hijo se saludaron.

–No sé qué buscan, pero algo quieren ver acá. Les dijimos que sí –explicó el anciano.

–Está bien, papá.

El computador ya mostraba la pantalla de escritorio pero estaba descargando los - фото 4

El computador ya mostraba la pantalla de escritorio pero estaba descargando los íconos de los programas y cada cierto tiempo desplegaba ventanas que anunciaban que se abrían o actualizaban los programas más variados y curiosos, como emoticones animados para mensajería, creadores de álbumes de fotos, editores de tarjetas de saludo musicales, reproductores alternativos de audio y video, juegos de ingenio, juegos de azar, diversos tipos de antivirus, programas de descarga de archivos, etcétera.

–Son programas que el computador me dice que los instale, y los instalo –explicó Esteban.

Las miradas de los detectives se cruzaron, Rojas demostraba algo de fastidio y Julia compasión.

Llegó María del Carmen con los tés. Le ofreció uno a Rodrigo pero éste no quiso. Julia saboreó el suyo; era de jazmín, su favorito. No todo podía ir tan mal.

–¿Por qué nos dio la dirección de sus padres? –preguntó Julia como con descuido. Notó una cierta inquietud entre Esteban y María del Carmen.

–Lo lamento. Hasta hace poco vivía aquí y por costumbre suelo dar su número de departamento en lugar del mío.

–Qué suerte. Porque el té está muy rico. ¿De verdad no quiere, detective? –Julia le preguntó a Vanessa.

–No –respondió ella, aburrida. Su paciencia empezaba a acabarse. Ahora intentaba abrir el navegador de internet pero también resultaba ser un proceso tortuoso; el programa tenía agregados una serie de complementos: noticias, barras de Altavista, Yahoo, Starmedia, Google y otras más.

–Aparte de ustedes, ¿quién más ha ocupado internet desde aquí? –preguntó Julia a los padres.

–Nadie últimamente… –dijo Esteban.

–¿Y hace, digamos, unos dos años?

–Lo ocupaba a veces Rodriguito y solo él –dijo la madre.

–Tenemos dos hijos más, Catalina, que vive en Canadá, y Ernesto, que vive su vida. No lo vemos casi nunca–Esteban suspiró al decir la última frase.

«Eso convierte en sospechoso a Rodrigo» pensó Julia. «Estos dos viejitos que se mueren de susto al ver a la policía no se van a embarcar en un robo como éste».

Luego de una agonizante espera, Rojas logró rescatar el historial de navegación. Julia ya había terminado su té.

–Nos vamos –anunció.

–¿Encontraron algo? –preguntó Rodrigo.

–Lo vamos a analizar primero –respondió Julia.

Se disponían a retirarse cuando Esteban, con cierto embarazo, se dirigió a Rojas:

–Detective, usted que parece que sabe harto de estos artefactos…

–¿Sí? –preguntó.

–Este… ¿me podría arreglar el computador?

La policía miró divertida a Julia, quien sonrió.

–Adelante, autorizada –respondió–. Si ya terminó nuestra jornada.

La detective Delgado dejó a su colega lidiando con la lentitud del aparato y bajó a sacar su bicicleta para volver a casa. Rodrigo la acompañó hasta la salida.

–¿Soy sospechoso? –preguntó– Conozco el lugar, la importancia del Niño, mentí sobre mi dirección y en el computador de mis padres hay algo que me vincula al robo.

–Si lo fuera, no se lo diría. Y si no fuera, tampoco se lo diría –respondió Julia.

–Respecto a mi dirección…

–¿Sí?

–La verdad es que lo hice porque al empezar a trabajar conocí las tarjetas de crédito y me volví loco comprando, endeudándome. Después no tenía cómo pagar, así que para esconderme de las empresas de cobranza comencé a dar el domicilio de mis padres y ellos me cubrían las espaldas. Ahora ya estoy saliendo de las deudas, pero siempre por costumbre doy la dirección de ellos.

–Esa explicación me parece mejor –dijo la detective.

–Pero le juro que no tengo nada que ver con el robo. Ojalá recuperen luego al Niñito. Lo queremos mucho en el museo.

–No dudo que lo quieran. Un menor de edad de quinientos años no deja de tener su encanto –dijo Julia mientras se montaba en su bicicleta.

Pedaleó bajando por Santiago. En casa la esperaban su marido y su hijo, otras preocupaciones. Arriba en el edificio quedaba Vanessa luchando contra el computador tortuga, y en algún lugar de la ciudad, el Niño del Plomo que seguía oculto conforme se hacía de noche.

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