Rufino ha caminado, visto y observado miles de esos “documentos” que hace milenios o centurias fueron creados por los habitantes indígenas que vivieron en estas regiones. Sus sistemáticas salidas al campo, que ya se cuentan por miles, lo han conducido a descubrimientos que ayudan (o pueden hacerlo) a comprender ese larguísimo pasado. Quiero decir que sin el trabajo de este atento y obsesivo explorador, seríamos todavía más ignorantes de lo que somos. Lo más interesante de sus escritos es que en cada uno nos regala un pedacito de conocimiento, y una vez que esos elementos se reúnen porque se multiplicaron, conducen a otra forma de conocimiento.
El trabajo rinde, y más si se hace de manera sistemática. De Rufino sabemos que ya cumplió 40 años de búsquedas. Sale cada fin de semana al campo simplemente a recorrerlo. A veces regresa a lugares que había visitado años atrás y, según declara, encuentra algo que no había advertido en la anterior visita. Esto significa que su perseverancia recompensa el esfuerzo, mismo que traducirá en un escrito como los muchos que podemos leer en éste y en sus anteriores libros.
Deseo añadir que, además de fotografiar los rastros de los indígenas, también destina horas a pasar sus observaciones a sus muchísimos diarios de campo que algún día serán tan valiosos como las fotos, puesto que en esos cuadernos traza con insistencia los dibujos que advirtió en una roca, una cueva, un conjunto de piedras, un pequeño guijarro con esbozos diversos (arte móvil que puede referir a cuestiones trascendentes, a deseos relativos a la vida amorosa o, simplemente, a los seres vivos que rodeaban a los nómadas). Sus más de 100 mil fotografías lo colocan como el dueño del acervo más importante del pasado indígena en nuestra entidad.
Este libro puede ser considerado un nuevo apoyo al saber y a la revaloración de la cultura ancestral de los antiguos habitantes de Coahuila. De ahí que su lectura pueda orientar a científicos que buscan nuevos datos.
El hecho de que se nos entregue en pequeños capítulos ayuda a que su consulta sea más personalizada y, sin duda, más lógica. No cabe duda que este vademécum es un aporte a considerar.
Carlos Manuel Valdés
Guachichiles
y franciscanos
Por problemas de presupuesto en el Consejo Editorial del Estado, se vio retardada la salida de un nuevo libro del maestro Lucas Martínez Sánchez, Guachichiles y franciscanos, el cual contiene temas históricos de principios de la época colonial.
Este joven historiador es muy prolífico y desde hace algunos años tiene a bien elaborar uno o dos libros por ciclo de diferentes tópicos, que van desde leyendas de Monclova hasta biografías de héroes nacionales y de revolucionarios coahuilenses.
En esta ocasión Lucas nos entrega un libro que resume una investigación de legajos antiguos que corren de los años de 1586 a 1663 en archivos religiosos de Charcas, San Luis Potosí.
De 348 páginas, en gran formato, de 17 por 24 cm, con un prólogo de nuestro amigo el Dr. Carlos Manuel Valdés, e ilustraciones de Omar Campos Hernández, el libro se encuentra dividido en nueve capítulos y un extenso anexo documental.
Para efectuar este estudio, Lucas investigó una amplia bibliografía y se documentó en archivos nacionales y extranjeros. Hizo también uso de archivos digitales y de registros que documentaron los mormones.
También es de admirar el trabajo de paleografiado (ciencia que permite descifrar las escrituras antiguas) de escritos de finales del siglo XVI hasta mediados del XVII.
El libro más antiguo del convento de Charcas da mucha información sobre los chichimecas y los grupos que fueron evangelizados por los curas franciscanos y que, al bautizarlos, anotaban el origen del individuo, su nuevo nombre pero también el nombre que tenía en su tribu.
Gracias a estos datos se conoce el registro de 14 etnias que son las siguientes: chichimecas, negritos, guachichiles, bosales, tocas, borrados, alazapas, imañoa, rayados, juquialan, pisones, amuegui, cazuiaman y vocalos.
Lucas menciona al franciscano fray Juan García como el religioso que, al bautizar, no sólo preguntaba el nombre, sino la parcialidad a la que pertenecía el bautizado.
En los alrededores de Saltillo quedan algunos nombres que quizá provienen del lenguaje común de los chichimecas, en este caso de los guachichiles en la sierra de Zapalinamé y en Jamé, que es una comunidad de Arteaga, Coahuila.
El texto llena un enorme hueco que existía sobre el tema indígena norteño de los guachichiles. El trabajo que se despliega es novedoso y pleno de datos y significados.
En el anexo documental (p. 243), el maestro Lucas destaca un reporte elaborado por Pedro de Ahumada (1562) al virrey Luis de Velasco, donde le informa de la rebelión de los indios zacatecos y guachichiles y “la alteración que pusieron en todo el reino […]”. Describe a los guachichiles como: “[…] gente que andan desnudos hechos salvajes, no tienen ley ni casas ni contratación, ni labran la tierra ni trabajan más que en la caza y de ella y de los frutos silvestres y raíces de la tierra se sustentan […] Su principal mantenimiento son las tunas y mezquites […]”.
El libro bien vale la pena para estudiosos en la materia y todo aquel que le guste ahondar en la vida de los cazadores–recolectores del semidesierto mexicano.
El maestro Lucas ha escrito su mejor obra hasta el momento, y esperamos con ansia la publicación de otra en un futuro no lejano.
Astronomía
prehistórica
No es frecuente la publicación de libros de temas de arte rupestre, pero celebramos al menos la publicación de un texto que trata precisamente de los astros tales como la Luna, el Sol, planetas como Venus, y no se diga de meteoritos, cometas y la bóveda celeste. Otro tema hermanado es el calendárico.
En su más reciente libro, Los astros en las rocas de Coahuila: arqueología de los antiguos habitantes del desierto, Yuri de la Rosa Gutiérrez, en referencia de Coahuila, establece que las cuentas a base de puntos y rayas son más que motivos relacionados con calendarios en su mayoría lunares.
Llama la atención que no cite a William Breen Murray (†), antropólogo que en los años 80 recibió al Dr. Aveni en la ciudad de Monterrey, donde comentaron el calendario de Presa de la Mula y otras cuentas calendáricas hechas a base de puntos.
Coahuila ocupa casi 8% del territorio nacional, y en arte rupestre se encuentra en el tercer lugar con sitios registrados, sólo por debajo de Baja California y Nuevo León; en el último caso, no porque tengamos menos sitios que el vecino estado, sino porque, a la fecha, no se han hecho las documentaciones de más lugares que, día a día, se van localizando, lo cual, de hacerse, sin lugar a dudas nos colocaría en el segundo lugar nacional con más manifestaciones de gráfica rupestre.
Así lo refiere Yuri de la Rosa en su más reciente obra, aunque hace la observación de que: “con apenas seis sitios estudiados es insuficiente el trabajo presentado en este ensayo”. Sólo revisó sitios del centro–norte de Coahuila, y un solo sitio con petrograbados, (Chiquihuitillos); por cierto que éste es de los escasos lugares con petrograbados en el norte del estado, el cual se encuentra localizado en la carretera 30 que corre de Monclova a Candela, y vale la pena recordar que en ambos lados de esta ruta hay manifestaciones rupestres grabadas.
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