Ana de Andrés - Shine

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En un mundo como el actual en el que el tipo de cambio es disruptivo, necesitamos de personas dispuestas a emprender ese viaje del héroe que lleva de una forma de ser y de estar en el mundo a otra completamente nueva y generadora de todo un mundo de posibilidad. Shine es una propuesta para que descubramos la profundidad y la belleza que puede encerrar la palabra liderar. A través de las páginas de este extraordinario libro, Ana de Andrés nos presenta ocho ingredientes esenciales que, combinados de la manera adecuada, permiten liderar con verdadera autenticidad, propósito y sentido. Junto a conceptos de excepcional importancia, la autora nos aporta ejemplos que por su relevancia no dejarán a nadie indiferente.Del prólogo de Mario Alonso Puig

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21Aparece en una cita latina que proviene de las Sátiras de Juvenal, del siglo II, la época del Imperio romano. Se refería a la necesidad de disponer de un espíritu –no solo la mente– y de un cuerpo equilibrados para poder orar.

Revoluciones Privadas:

EL PROCESO DE

AUTOTRANSFORMACIÓN

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Cultiva tu presencia

1 Cultiva tu presencia Estar en calma es el mayor logro de nuestro ser Yogui - фото 13

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Cultiva tu presencia

Estar en calma es el mayor logro de nuestro ser.

Yogui Tea

Una de las conclusiones más importantes de mis años dando vueltas por el mundo es que la herramienta fundamental para el ejercicio del liderazgo –y de la vida– es una presencia poderosa. En estos tiempos de derrumbes y oportunidades es un requisito para cualquier ser humano que aspire a tener un cierto grado de libertad y una existencia no inocua.

Los mejores directivos y directivas que conozco son personas que cultivan esa presencia, y eso les permite canalizar su atención en formas poderosas, concentrándola en los propósitos, proyectos y personas que la merecen en cada momento. Mi experiencia, sin embargo, en contraste frontal con esta afirmación, es que nuestro mundo está cada vez más lleno de personas ausentes, en el sentido más amplio del término. Ese sentimiento de ausencia que todos experimentamos en algún momento, se ha visto agudizado por nuestra dependencia de la tecnología, por la cultura del selfie y del like, y por el afán de estar siempre disponibles. Esa presencia requiere que cultivemos de forma deliberada el silencio, la reflexión y el espacio interior.

De hecho, los estudios llevados a cabo por el equipo de Nitin Nohria –actual decano de la Escuela de Negocios de Harvard– sobre diferentes tipos de líderes y de liderazgos revelan que la única cualidad ampliamente compartida por los directivos más exitosos es la capacidad de reflexión. Será por eso por lo que algunos grandes líderes como Bill Gates, que es solo un ejemplo de una tendencia cada vez más común, se precian de hacer al menos un retiro al año. Sin embargo, en mi trabajo me encuentro con personas, equipos y organizaciones que actúan durante la mayor parte del tiempo sin apenas pararse a reflexionar. Y con reflexionar no me refiero a elaborar estrategias y planes más o menos eficientes, sino a escuchar y actuar desde la presencia, primero individual y después colectiva, en un encuentro profundo con el entorno, con los otros y con uno mismo.

Esta presencia es requisito indispensable para cultivar una visión estratégica y sistémica, rasgo fundamental de los grandes líderes, aunque desgraciadamente poco habitual en nuestros días. Únicamente sobre esa visión pueden apoyarse la creatividad y la innovación verdaderas, que parten de una mente y una conciencia expandidas y no se consiguen solo con técnicas más o menos depuradas. Una visión fundamental para enfrentarse a los dilemas que nos impone este «Nuevo Orden», que requieren una lógica diferente de aquella en la que se crearon y a los que no podemos enfrentarnos con soluciones procedentes del pasado.

Cuando trabajo con grupos me resulta enternecedora y dramática a la vez la dificultad que tienen muchos de sus miembros para elevarse, saliendo del territorio de la acción inmediata para poder conceptualizar o pensar a medio o largo plazo. En realidad, tengo que confesaros que encuentro paradójico que tantas personas hayan podido llegar adonde están pensando que gestionar sus quehaceres diarios con diligencia es sinónimo de liderazgo o contribución suficiente para un directivo. Eso sin mencionar lo que podríamos concluir de los que los han puesto ahí, que podría parecer que evitan a quienes piensan por sí mismos. En los tiempos que vivimos, el ejercicio del liderazgo no puede consistir meramente en ordenar el día a día, sino que hace necesario que nos adentremos en territorio ignoto y aprendamos a cultivar los vacíos como territorio fértil en lugar de esforzarnos por llenarlos y concentrarnos mayoritariamente en el hacer, y especialmente si es irracional.

Presencia y «gravitas»

La presencia a la que me refiero está necesariamente alimentada por la gravitas (entendida como dignidad y seriedad exentas de frivolidad), una de las antiguas virtudes que la sociedad romana más apreciaba. La gravitas tiene poco que ver con la gravedad o auto-importancia –tan frecuente en ciertos foros y por ello tan monótona–, a pesar de su etimología común, ya que ambas derivan de la palabra latina que indica peso. La gravitas a la que me refiero tiene un sentido ético, de seriedad y dignidad, y connota una cierta sustancia o profundidad en la personalidad. Para ser un gran líder hay que cultivar ese peso, hay que reflexionar, interpelarse, cuestionarse y cuestionar. La gestión del día a día, por muy complicada que nos resulte y por mucha energía que nos requiera, no puede ser suficiente.

El cultivo de presencia y gravitas en el mundo de hoy, donde las únicas constantes son la incertidumbre y el cambio, no solo no son un lujo elitista, sino que son estrategias esenciales para el éxito de los proyectos y las organizaciones, y un rasgo distintivo de los liderazgos capaces de transformar sus entornos. Por tanto, si queremos merecer y ejercer por derecho propio papeles de liderazgo tenemos que fabricar el tiempo para cultivar presencia y gravitas. Ambas requieren de mucha disciplina personal, más y más a medida que aumenta el grado de complejidad de los desafíos. Son también el sustrato donde surge la magia y florece la verdadera contribución de los grandes, porque más allá de eso, como solía decir un CEO con el que trabajé, «lo demás es carpintería», por mucho trabajo diligente que esa carpintería requiera.

Esta presencia tiene asimismo una connotación muy literal: se trata de hacerla aparente, cuidando nuestro «continente» y la impresión que provocamos en el otro –que ojalá sea de calma y solidez, en lugar de aparecer desbordados o a punto de desbordarnos buena parte del tiempo–, si queremos transmitir la sensación de estar atentos, en un solo sitio a la vez y «completos». Confieso que este es un tema en el que me ha tocado trabajar a menudo con mis directivas, que a menudo no se ponen a sí mismas por delante en su lista de prioridades y con algunos, aunque menos, de mis directivos.

Esta presencia se transparenta en nuestro rostro, en nuestra postura y en nuestro cuerpo, pero también en nuestro discurso, en su temática, en nuestro tono, en nuestras «formas» y en nuestra capacidad para no pretendernos multitarea22, concentrar nuestra atención en ser, vivir cómodamente en los silencios para poder crear y compartir espacios de creatividad. Suele ir unida además a la capacidad para ir más allá de lo obvio y para escuchar profundamente, una habilidad tan fundamental en especial en los momentos más difíciles.

Sin embargo, este rasgo está, paradójicamente, bastante ausente en nuestras instancias de poder. Creo que coincidiréis conmigo en que una vez se llega arriba, la cosa debería dejar de ir de demostrar constantemente cuánto hemos trabajado y trabajamos para merecer estar ahí para tratar más bien de descubrir e impulsar dinámicas productivas, de entender cuál es el juego y quiénes los jugadores, y de comportarse como alguien que está en esa mesa por derecho propio. Eso permitiría que nuestros órganos de decisión y gobernanza lo fueran de verdad, que pudieran darse encuentros «entre adultos» más allá de las tan habituales posiciones defensivas y que fueran posibles el pensamiento y el diálogo incrementales, tan necesarios en esos momentos.

La gestión de las emociones

El cultivo de nuestra presencia es también clave para salir del mundo líquido de las emociones, que, aunque tan reales cuando las vivimos, a menudo tienen la cualidad de hacernos entrar en ebullición para enfriarse después. Existe un detallado cuerpo teórico desarrollado por expertos en la materia sobre las emociones y su espacio en los equipos y en las organizaciones23, así que no me voy a detener en el tema. Sí puedo decir que el autoconocimiento, la conexión –ojalá sabia y madura– con las propias emociones y el gestionarlas con cierto arte son requisito previo para alcanzar y conservar la lucidez necesaria. De hecho, el consejo de los sabios es no intentar huir de las emociones fuertes, sino aprovechar la oportunidad que representan para ir hacia ellas, profundizar en nuestro entendimiento y fortalecernos.24

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