15 Entre los mejores estudios sobre este tema en el seno de las organizaciones, os recomiendo el libro de William Bridges con Susan Bridges: Managing Transitions: Making the Most of Change. Revised 4th Edition. 2017. Nicholas Brealey Publishing.
16 «Leadership Is a Journey, Not a Destination». Ian C. Woodward, INSEAD Professor of Management Practice and Director of the INSEAD Advanced Management Programme. November 2, 2017.
17 Darío Fó: actor y escritor de teatro italiano ganador del Premio Nobel de Literatura en 1997. Junto a su compañera, Franca Rame, tuvo una participación intensa y desde distintas facetas como activista en la vida política de su tiempo.
18 Si os interesa saber más sobre Italo Calvino, sin duda un «grande», os recomiendo Las ciudades invisibles.
Algunos ingredientes
de la fórmula
Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron las preguntas.
Mario Benedetti
Espero que a estas alturas haya quedado mínimamente establecido que la complejidad tan disruptiva –y generadora– que nos traen los tiempos no nos deja otro camino inteligente que la transformación. A los grandes dilemas que ya no sabíamos cómo afrontar en un mundo «como lo conocíamos» se han unido las incógnitas que implican la crisis del coronavirus y todas sus múltiples derivadas. Ha llegado el momento de construir –o reconstruir– una red de liderazgo colectivo, porque la única forma de afrontar el futuro que tiene algún viso de ser efectiva es colaborar desde múltiples espacios de maneras nuevas, comprometidas, poderosas y creativas.
En este contexto, lo más importante que tenemos a nuestra disposición para cambiarlo todo es precisamente cambiar nosotros mismos. Explorar en carne propia la tecnología básica de la transformación para poder ejercer esos estilos de liderazgo que necesita el futuro y ser parte activa de la solución. Los tiempos representan el momento perfecto en términos kairós19, para hacer ese trabajo de «actualización de versiones» que empieza en el ser antes de reflejarse en el hacer, y que nos dará la autoridad moral y las herramientas para colaborar en la construcción de lo que vendrá. Y de hacerlo como camino de autoexpresión, desde nuestras fortalezas y desde el cuidado, el respeto y la generosidad hacia nosotros mismos para poder conquistar espacios de libertad y conciencia.
En las siguientes páginas revisaremos juntos algunos de los ingredientes de la fórmula para esa transformación, en cierta medida heroica, que hace posible un hermoso proceso de alquimia. Entenderemos que, aunque requerirá ciertas dosis de trabajo se verá recompensada con vidas llenas de matices, plenas y nunca inocuas. Percibiremos asimismo la importancia de aprender a descansar en un proceso en el que, aunque a veces pueda parecer lo contrario, en realidad no hay paradas, aunque a veces haya desvíos. Y descubriremos la importancia de abordarlo firmemente asidos a nuestras causas, que nos darán la certeza cuando lo demás falle, y de cultivar al mismo tiempo un cierto hedonismo para hacernos el camino más placentero. Experimentaremos también que algunos ingredientes de la fórmula de la transformación se refieren al proceso de actualización propio, mientras que otros tienen que ver con dar los pasos necesarios para que versiones actualizadas de nosotros mismos puedan expresarse de forma completa.
La reflexión está organizada en torno a ocho dimensiones o estrategias –podría haber tomar prestado el concepto de «hábitos» utilizado en su momento por Stephen Covey20–, que trascienden los conceptos de «competencias» o «habilidades». Ocho estrategias que van más allá del hacer para centrarse en el ser, y que trascienden a la cultura, nacionalidad, generación y cosmovisión, y están presentes –en dosis diversas y nunca todas a la vez– en los mejores y más plenos líderes –y seres humanos– que he conocido. No se trata de «dones», con los que uno tiene o no la suerte de nacer, sino de estrategias identificables y cultivables desde la conciencia, la reflexión y la determinación. Estrategias construidas sobre una base de principios que podrían ser universales, aunque pensados y adaptados al contexto actual y al nivel de evolución de nuestras organizaciones, de nuestras sociedades… y al nuestro propio.
La idea es combinar sabiamente estas estrategias para emprender un viaje hacia nosotros mismos, logrando en el camino conquistas tanto individuales –en mi experiencia las más exquisitas– como colectivas, que nos permitan dejar una estela cada vez más profunda y auténtica. Las primeras cuatro tienen que ver con emprender la revolución propia, con cruzar el umbral hacia nuestra siguiente versión y aprender a vivir en un proceso de actualización continuo. Las cuatro siguientes abordan las condiciones que es necesario crear para que esos seres «actualizados» puedan expresarse de forma más completa, expandida e intencional. Juntos las descubriremos y comprenderemos, y profundizaremos en cómo sacarles partido si ya son parte de nuestra naturaleza, o en cultivarlas si consideramos que merece la pena incorporarlas a nuestro registro. También que, como pronto vosotros mismos descubriréis, hay distintas puertas de entrada al círculo virtuoso que conforman y cada uno podréis decidir cuál es la vuestra.
Las dos primeras estrategias constituyen lo que para mí equivaldría a empezar por el principio. De hecho, me atrevería a afirmar que la primera –cultiva tu presencia– es condición sine qua non para abordar el proceso. Nada más importante en estos tiempos de derrumbes y oportunidades que actuar desde la presencia más luminosa a la que en cada momento podamos acceder. En un mundo tan complejo, que invita poderosamente a la ausencia, el mejor antídoto que conozco contra la sensación de enajenación es el cultivo deliberado del contacto con la «nave nodriza», con la parte de nosotros que contiene no solo las respuestas, sino sobre todo las preguntas verdaderamente relevantes. Solo así podremos elegir las respuestas haciendo uso de un cierto grado de libertad.
Ese «empezar por el principio» implica también identificar lo más pronto posible el hilo conductor de nuestra vida. Ese hilo conductor, causa, propósito –o sentido, si lo preferís– va mucho más allá de los objetivos y no tiene lado utilitarista, sino una fuerza mucho más parecida a la que confiere una misión. La única motivación verdaderamente poderosa para elegir estar despiertos en lugar de dejarnos llevar por la inercia o engrosar las abultadas filas del cinismo es justamente el amor a nuestras causas. Estar conectados a esa misión y dedicarle atención, tiempo y energía nos da la fuerza para navegar las tormentas, para seguir adelante a pesar de los obstáculos y para cultivar la paciencia estratégica cuando se hace necesaria. Este sentido de misión nos permite también comprender nuestro propio valor independientemente de la mirada de los demás y nos impulsa a acompañar a otros en el proceso para descubrir el suyo.
Los siguientes dos ingredientes tienen que ver con afinar el instrumento fundamental que tenemos para transformarnos y poder desde ahí transformar todo lo demás. Un proceso que comienza con expandir nuestra mente para poder desarrollar nuestros –escasos, aunque pensemos lo contrario– pensamientos propios y trascender nuestros casi todopoderosos programas, casi siempre inconscientes. De pensar –y no refreír– pensamientos surgidos de la presencia y de una mente poderosa, aguda, estratégica y flexible, que crezca con los desafíos y pueda comprender la globalidad, las partes y el todo, distinguir lo importante de lo accesorio y viajar en el tiempo. Una mente capaz de hacer simple lo complejo, de asociar conceptos aparentemente inconexos –a menudo provenientes de disciplinas dispares– y de movernos a obrar sin miedo y con generosidad. Una mente grande, centrada en la transformación y no en la gestión de lo trivial, y por ello incompatible con un ego excesivamente desarrollado.
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