Betsheba Gil Vásquez - Yo era el mar y no lo sabía

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Fui criada en un espacio donde la importancia de ser madre o esposa eran el punto máximo de felicidad y de realización personal, el culmen de la vida de cualquier ser humano, y hacia eso iba. Soy la mayor de cuatro hermanos, diez nietos y dieciséis bisnietos. Mi boda fue la mejor planeada, con destellos de cuentos de hadas y paisajes de ensueño, con melodías de princesas y vestidos más blancos que las nubes que observaba de niña; debía ser un sueño hecho realidad, no solo mío sino de la familia entera. Yo realmente creí que serían el inicio de una vida ideal y de una mujer perfecta. Puse a todos en movimiento con seis meses de anticipación solo para que un día antes del día soñado yo me enterara que no me casaría. Mi familia lo supo el mismo día; otros, al llegar a la Iglesia. Algunos me creen hasta hoy casada. (BGV)

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«Fui criada en un espacio donde la importancia de ser madre o esposa eran el punto máximo de felicidad y de realización personal, el culmen de la vida de cualquier ser humano, y hacia eso iba. Soy la mayor de cuatro hermanos, diez nietos y dieciséis bisnietos. Mi boda fue la mejor planeada, con destellos de cuentos de hadas y paisajes de ensueño, con melodías de princesas y vestidos más blancos que las nubes que observaba de niña; debía ser un sueño hecho realidad, no solo mío sino de la familia entera. Yo realmente creí que serían el inicio de una vida ideal y de una mujer perfecta. Puse a todos en movimiento con seis meses de anticipación solo para que un día antes del día soñado yo me enterara que no me casaría. Mi familia lo supo el mismo día; otros, al llegar a la Iglesia. Algunos me creen hasta hoy casada». (BGV)

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Yo era el mar y no lo sabía

Primera edición electrónica: enero de 2022

© Betsheba Gil, 2022

© Paracaídas Soluciones Editoriales S.A.C., 2022

para su sello Narrar

APV. Las Margaritas Mz. C, Lt. 17,

San Martín de Porres, Lima

http://paracaidas-se.com/

editorial@paracaidas-se.com

Composición: Juan Pablo Mejía

Fotografía de portada: Nilton Vásquez Mejía

Retrato de la autora: Archivo personal

ISBN ePub N.° 978-612-48825-0-0

Se prohibe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio sin el correspondiente permiso por escrito de la editorial.

Producido en Perú

ella habla cuatro idiomas

yo hablo de vez en cuando

ella conoce mis palabras

lo importante es el silencio.

Cayre Alfaro Fonseca

A mi madre por enseñarme a amar y cómo no amar

A mi papá, a quien amo por sobre todo

A todas las mujeres que aún creen en mí

y en ellas mismas

Y a Moi, Ale, Mati, José Ignacio

Y a mi Eugenio

Julio, 21

No creo que la maldad tenga género.

Creo en la humanidad y considero que solo se puede desaprender cuando aceptamos que somos ignorantes y que, probablemente, partamos de esta vida ignorando muchas más cosas de las que sabemos, pero apelo a concientizar sobre aquello que ignoramos que transgrede la convivencia con el otro, pues somos los libros que leemos, la gente con la que compartimos, los amigos de los que nos rodeamos.

Observo y cuestiono siempre la «supuesta» alegría que expresan muchos al saber que hay algún embarazo, y también el desdén frente a un embarazo no deseado; en cualquiera de las dos posturas, lo común son las frases trilladas acerca de una nueva vida y la ternura frente a los latidos de un corazón dentro de un cuerpo en el que late otro, las atenciones desmesuradas frente a una gestante, el miedo a la pérdida y lo difícil que puede ser el antes, durante y después frente a una decisión de aborto.

¿Por qué digo todo esto? Porque automáticamente el bebé deja de ser niño, el niño pasa a ser adolescente, y nos olvidamos de que este ser humano era el poseedor de esos latidos que tanto nos conmovía, la vida que esperábamos o la razón por la que nos cuestionábamos una pérdida. Me inclino a pensar que este olvido se da antes incluso, y que la expectativa del ser humano que llega, luego de nacer, se desvanece, y que si la mantuviéramos tendríamos el cuidado anterior, ya que lo importante, esencial y determinante es saber que esos primeros años de vida serán el esbozo de la vida posterior. La responsabilidad es gigantesca si es que hay alguna palabra que pueda definir su tamaño; somos los libros que leemos, la música que escuchamos, las personas que frecuentamos. Es utópico pensar en «hacer» un ser humano infalible, pero más utópico es creer que desde donde estamos no podemos hacer nada, que «uno» no cambia el mundo, que lo que hacemos es poco en comparación a la humanidad entera.

He visto mujeres dejarse violar en silencio por sus esposos para que sus hijos no despierten asustados, he visto hombres devastados al verse engañados, madres quitarse un pan de la boca para que sus hijos coman, hombres avergonzados pidiendo dinero prestado para las cuentas del hogar, mujeres aprovecharse de su maternidad, varones aprovecharse de sus hijos, mujeres cansadas, hombres muertos de miedo.

La maldad no tiene género, pero la bondad sí existe en todos nosotros.

Yo era el mar y no lo sabía es un viaje por la naturaleza humana desde una visión amorosa, aunque hace falta reconocernos como ese mar, poderoso, majestuoso y dador de vida, pues esa es nuestra esencia, independientemente de lo que hayamos vivido, esa es nuestra esencia, que tarde o temprano, siempre nos reclama su razón de ser en cada uno de nosotros.

EL TSUNAMI MÁS GRANDE DE MI HISTORIA

La verdad es que no puedo quejarme de nada, ni hoy, ni mañana, ni nunca... De niña escuché tantas historias de mis padres, miedos traspasados, ideas aprendidas, que en algún momento había que soltar. Supongo que lo valioso de vivir es evolucionar. Lanzarte sin miedo —o a pesar de él— a desaprender todo lo que nos tomó una vida cultivar.

Soy mujer y eso me hace frágil, temerosa y dependiente; es la principal influencia de mi padre y quizá de mi abuela.

¿Por qué vas a la universidad? A ti te van mantener. ¿En serio vamos a invertir en una carrera? Acabarás lavando ollas y bañando a tus hijos, es lo que te toca, eres mujer, para eso has nacido, vas a ser madre...

No tiene sentido que saques brevete, no creo que lo uses alguna vez.

Ya sabes, si tienes sexo con un hombre, acabarás siendo su mujer siempre, o te puede golpear y justificado está, no vengas llorando tampoco nueve meses después a preguntarme qué debes hacer. Te quiero mucho, pero ya sabes, el hombre avanza hasta donde una mujer se lo permite.

No creo que Ingeniería sea una carrera para ti.

Llegas a la casa máximo 10:30 de la noche, si no qué pueden pensar los vecinos, y sabe Dios de dónde vendrás.

Ya estás en edad de casarte, se te pasará el tren.

Los hijos son una bendición. Algo debes estar haciendo mal.

¿Crees que una mujer decente usaría esas transparencias?

Lo que de ti encanta es tu forma de ser, no tu físico, así que no te pintes tanto. Olvídate de los escotes.

Supongo que podría seguir enumerando mil cosas más. Solo puedo decir hoy:

Todo lo creí.

Todo.

Y viví feliz en mi mundo ideal, evitando reírme fuerte y usar faldas cortas, menos labial rojo; saqué el brevete por insistencia de mi mamá y me titulé tres veces por insistencia... mía; obtuve el magíster porque asumí que eso era lo que seguía. Llevo a mi padre en mi auto cada vez que está enfermo, porque, aunque soy la mayor de cuatro, «tengo más tiempo»; nunca me casé y no tengo hijos.

Cuando pienso en todo lo que aprendí y dejé atrás, me doy cuenta de que hay una elección inmanente —divina o genealógica— en cada ser humano que lo hace dar el gran salto, a veces forzosamente, a veces a voluntad propia, el hecho es que siempre hay algo que nos hace dar el gran salto, aunque también es cierto que no todos lo damos. La vida nos presenta diariamente oportunidades de cambio, pero cada uno se defiende como puede. Nos aferramos a nuestras creencias o damos un giro que nos coloca incluso en otra figura geométrica.

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