Vincenzo respondió:
—Arturo Olarte.
—Ok. Lo apunto, ¿Que lo deje en recepción o que suba?
Seguí en blanco.
Vincenzo se apuró en responder:
—Que lo deje en recepción, por favor.
—Ok. Muchas gracias. Asimismo, le recuerdo que puede hacer uso de cualquier servicio del hotel sin ningún recargo adicional. Son la empresa con mayor productividad y gestión empresarial en el país, «Mujeres empoderando Mujeres».
Me quedé en silencio nuevamente. Vincenzo nos miró.
—Wao, no sabía.
Quise responderle «Yo tampoco», pero solo asentí cordialmente.
—Me retiro entonces, señorita.
—Muchas gracias.
—A usted.
Y se fue.
—Betsheba, no entiendo cómo no me has contado nada de esto.
—¿De qué?
—De tu empresa.
—O sea...
—¿Cómo se llama?
—Hatun Warmi
—¿Qué significa?
—Mujeres maravillosas.
—¿Y qué hacen?
Se acercó un señor con uniforme de chofer.
—¿Señor Vincenzo Canale?
—Sí.
—Lo estamos esperando.
—Ah, sí.
Vincenzo nos miró a los dos unos segundos.
—Beth, espérame.
Salió con el señor a la calle. Yo me saqué el fotocheck y comencé a pensar cómo metería aquella tarjeta en la rendija de la puerta. Me abstraje. A los minutos, Vincenzo volvió.
—¿Todo bien? ¿Qué pasó? —pregunté.
—¿Quién te va a traer ese vestido?
—¿Qué vestido?
—El que te están pidiendo.
—Ah... nadie.
—¿Por qué?
—Porque no quiero
—¿No quieres que te lo traigan?
—No leí nada, Vincenzo. No quiero ir además a esa «Noche de Gala»
—Te regalo el vestido.
—¿Qué?
—Vamos a comprarlo.
—¿Y tus fotos?
—Ya acabé.
—Vamos, lo compramos y me voy a mi casa.
—No entiendo.
—O sea, yo ya me estaba yendo, te vi y me quedé.
—¿Tus amigos ya se fueron?
—Sí, por eso vino el señor de la movilidad.
—¿Y te quedaste?
—Sí.
—Pero...
—Beth, vamos a comprar ese vestido.
—No, estás loco.
—Vamos.
—No.
—En serio.
—No.
Oye, yo también me estaba yendo.
—¿A dónde?
—A mi casa, pues.
—¿Por qué?
—Ay, ya basta, esto parece un juego.
Nos reímos.
—En serio, no quiero el vestido.
—¿No vas a ir a la fiesta?
—No quiero.
Nos miramos nuevamente, cómplices los dos, como hace un mes.
—Quiero un postre.
Vincenzo me miró extrañado.
—Hagamos uso de mi celebración real. Todo gratis.
Volvimos a reír y nos dirigimos al Salón Café.
—Espera, Betsheba, yo no puedo estar acá.
—¿Por qué?
—Tengo que ser huésped. Anda separando una mesa. Ya vengo.
—¿A dónde vas?
—Si no soy huésped, no puedo consumir, han separado estos días solo para ustedes y para los huéspedes.
—¿Cómo sabes?
—Pregunté.
—¿En qué momento?
—Apenas te vi con tus flores.
Tragué saliva.
—Ya vengo, Beth.
Estaba feliz, Vincenzo estaba allí. Comimos postres, probamos todo los que pudimos, reímos, conversamos, como cuando éramos amigos y nadie estaba enamorado de nadie. Escuchamos de lejos la premiación de mis compañeras y las disculpas que alguien debió dar por mi ausencia, mi celular seguía apagado. Exploramos cada espacio del Westin. Cuando nos intentaban parar, inventábamos excusas, él indicando la necesidad de sus fotos y yo fingiendo ser fotógrafa, él mi asistente y yo la gerente de Hatun Warmi; todos nos creían porque nosotros lo creíamos. No tuvimos ninguna foto juntos para que no duden de nuestra labor específica. Anduvimos toda la tarde, conversamos de muchos temas, ninguno mencionó algo respecto a la última vez que nos vimos, así que no hubo tensiones, fuimos luego al Salón-Bar, tomamos solo dos copas de vino cada uno, y creyendo que era mejor irme a dormir que seguir bebiendo, le dije a Vini que iba a mi habitación. Él aceptó y prometió llevarme y luego irse. Emprendimos la marcha, llegamos a la puerta y recordé que no sabía cómo abrirla. Nos miramos, él me entendió, le di la tarjeta y, como por arte de magia, se abrió.
Al ver la puerta abierta, las camas vacías, recordé el infierno que había sido la noche anterior. Por unos segundos dudé en qué hacer, si irme o quedarme. Pero Vincenzo cerró la puerta y nos quedamos mirándonos. Se fue acercando despacio, llegó a mí y me besó. No me resistí, solo me dejé llevar, era Vini, era yo, una mujer vulnerable que luchaba cada día, cada minuto, cada instante por dejar atrás sus temores y prejuicios, y que ya se había resistido mucho, además, «él era menor que yo, y siempre podía manejar la situación», quise seguir creyendo.
Me entregué al momento, no quise pensar qué era correcto o incorrecto, éramos solo los dos en el espacio deseado, en la noche más genuina, era Vini, era yo. Juro que traté de seguir, pero empecé a escuchar la voz de Vincenzo, no lo que me decía si no su voz, el sonido de su voz, mi nombre en su voz, y no pude, no pude continuar, una vez más, aunque quise, no pude, la sensación de no reconocerlo se iba apoderando de mí, toda yo me iba desvaneciendo, alejando, haciéndome consciente de que no era él a quien yo quería. Me propuse hacer un esfuerzo y fue peor, fracasé. Detuve mis movimientos sin darme cuenta, me quedé paralizada esperando que todo pase, me abstraje en mí misma, mi mente fugó.
Pausa.
Pausa en mí.
Pausa en la oscuridad.
Pausa en Vini.
Pausa en los dos.
Sentí entonces que su sonrisa infinita decayó, sentí mis lágrimas, sintió mis lágrimas, su respiración se desaceleró, su excitación se desvaneció, paró, se apartó de mí, se acostó boca arriba.
Silencio.
Me empecé a llenar de angustia, tuve miedo, me quedé inmóvil mirando a la nada.
Pausa.
Lo escuché pensar, lo vi sentir.
—Ven, échate aquí a mi lado.
No respondí, no me moví. Él se acercó. Se puso muy juntito a mí.
Silencio. Gran silencio entre nosotros dos. Había bulla afuera, pero gran silencio entre nosotros dos.
No sabía qué estaba pasando, mis lágrimas caían y yo era incapaz de calmarme, no podía parar. Él seguía callado, lo sentí pensar sin saber qué hacer, puedo jurar que le dolía mi dolor. Permanecimos en silencio un tiempo más, luego se acercó despacito y empezó a secar mis lágrimas como pudo, con sus manos, con su boca, a acariciar mi cabello como un acto involuntario pero consecutivo, hasta que por fin preguntó:
—¿Qué pasa?
Pensé tantas cosas, pero opté por decir la verdad.
—Tengo miedo.
—¿A qué?
—No sé.
De algún lado sacó mi coleta y comenzó a peinar mi cabello hasta hacerme una cola.
—No, no quiero.
Él insistió y me dejé peinar. De un salto prendió la luz. Yo estaba desnuda, así que rápidamente me tapé mientras él se sentó nuevamente en la cama.
—Apaga la luz —le pedí.
—Apágala tú.
—Por favor, apágala.
—¿A qué le tienes miedo?
—Apaga la luz.
—No, Betsheba, no la voy a apagar.
No entendía qué hacía, no sabía qué pretendía, me quedé un rato mirándolo, nuestros ojos empezaron a comunicarse. Dejé que con suavidad quitara la sábana y me ayudara a ponerme de pie para luego dirigirme hacia el ropero. Cerró la puerta y quedamos los dos desnudos frente a un espejo de cuerpo entero. Hice un ligero ademán de querer salir de allí, pero él me retuvo besando mi hombro izquierdo, después se sentó y me quedé sola frente al espejo, en ese momento la sensación de llanto nuevamente volvió.
—¿Qué ves?
No respondí y él insistió.
Читать дальше