Plum hace todo lo posible para pasar desapercibida porque cuando estás gorda todo el mundo te juzga. Y para evitar el juicio de los demás, decide trabajar desde su casa respondiendo el correo de la directora en una revista de moda para adolescentes. Mientras, sueña con ahorrar para reducirse el estómago y así convertirse en una mujer atractiva y deseada.
Pero un día conoce a una misteriosa chica que la introduce en el círculo de Calliope House, una comunidad de activistas que luchan por cambiar las reglas que la sociedad impone a las mujeres, e inicia un descenso por una madriguera de conejo de pesadilla que la lleva a ser consciente de los costes reales de ser aceptada socialmente.
Además, Plum se verá envuelta en el siniestro plan de una guerrilla de mujeres que deciden tomarse la justicia por su mano, aterrorizando e imponiendo duras penas a los hombres que las desprecian y maltratan.
«Hilarante, surrealista y tremendamente original. El ambicioso debut de Walker evita las trampas moralistas para lograr algo mucho más escaso de ver: una genuina novela subversiva que a la vez es muy divertida. Con un poco de El club de la lucha y otro poco de manifiesto feminista, esta novela es una curiosidad que retuerce las etiquetas de género. Un debut que apunta alto y consigue llegar a la diana».
—Kirkus
«Sarai Walker ha escrito un llamamiento a las armas. Bienvenidos a Dietland es una narración tortuosa, subversiva y muy entretenida. Es un “Manifiesto de la Escoria Humana” añadido a un beat de música pop, y Plum Kettle es la perfecta heroína feminista para los tiempos modernos».
—Alice Sebold, autora de Desde mi cielo
«Es muy raro encontrar una novela que se parezca tanto a la maligna “chick-lit”, y que en ocasiones se lea de la misma manera, pero que celebre abiertamente censurar la cultura de la violación. Si usar la sátira puede llamar la atención, es solo porque en la vida real, cuando hablas de los abusos a mujeres, hay tal cantidad de basura con la que lidiar que difícilmente se puede recurrir a la sátira».
—Lydia Kiesling, The Guardian
Sarai Walker fue redactora y editora de las revistas femeninas Our Bodies, Ourselves, Seventeen y Mademoiselle.
Sus artículos han aparecido en prestigiosos periódicos de Estados Unidos y Reino Unido, como en The New York Times, The Washington Post o The Guardian.
Se graduó en escritura creativa y en literatura inglesa en Bennington College y en la Universidad de Londres. Actualmente vive en Los Ángeles, donde trabaja como escritora y guionista de televisión. Entre sus trabajos se encuentra la adaptación a serie de televisión de este libro, que ha sido emitida por la cadena AMC con gran éxito de crítica y espectadores.
Este es su debut literario.
A mis padres, por creer en mí.
Y a mis antepasadas, que no siempre tuvieron voz
Esperó unos minutos para ver si seguía encogiéndose, y esto la hizo sentirse un poco nerviosa. «Porque puedo acabar —se dijo Alicia a sí misma— consumiéndome, como una vela. Me pregunto qué aspecto tendría entonces».
LEWIS CARROLL, Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas
Estaba bien entrada la primavera a finales de mayo, un mes que en inglés significa quizás o podría ser, cuando me di cuenta de que una chica me estaba siguiendo. Se deslizó por los márgenes de mi percepción como una mancha borrosa que comienza a enfocarse. Era una chica rara, que pisoteaba con fuerza llevando unas botas negras con los cordones desatados, las piernas enfundadas en medias de colores vivos, como los de un paquete de gominolas. No sabía por qué me estaba siguiendo. La gente se me quedaba mirando fuera adonde fuera, pero esto era diferente. Para esta chica yo era un objeto de interés, más que de ridículo. Me observaba y después escribía cosas en una libreta roja encuadernada en espiral.
La primera vez que reparé en ella estaba en la cafetería. La mayoría de los días trabajaba allí, sentada en una mesa al fondo con mi portátil, respondiendo los mensajes que me enviaban las adolescentes. Querida Kitty, tengo estrías en los pechos, por favor, ayúdame. Los correos no se acababan nunca y solía quedarme durante horas, bebiendo tazas de café y poleos mientras daba consejos en asuntos para los que no estaba cualificada. Durante tres años la cafetería había sido todo mi mundo. No soportaba trabajar en casa, atrapada en mi piso durante todo el día sin nada que me distrajera del repiqueteo del querida Kitty, querida Kitty, por favor, ayúdame.
Una tarde alcé la vista del mensaje que estaba respondiendo y vi a la chica sentada en una mesa cercana, moviendo nerviosamente las piernas, enfundadas en verde lima, y con su bolsa de tela tirada en la silla de enfrente. Me di cuenta de que ya la había visto antes. Esa misma mañana había estado sentada en las escaleras de la entrada de mi edificio. Tenía el pelo largo y oscuro, y recuerdo que se había girado para mirarme. Nuestras miradas se encontraron y esta fue la imagen que me acompañaría en los meses siguientes, cuando su rostro saliera en todos los periódicos y en todos los canales de televisión; una mirada esquiva por encima del hombro, asomándose entre todo el maquillaje negro que le enmarcaba los ojos.
Después de que la viera en el café aquel día, empecé a vislumbrarla en otros sitios. Cuando salí de mi reunión en Waist Watchers(1), la chica estaba al otro lado de la calle, apoyada contra un árbol. En el supermercado la vi leyendo la etiqueta de información nutricional en una lata de alubias. Me abrí paso entre los atestados pasillos del híper siguiendo las montañas de coloreadas cajas y latas, y la chica fue detrás de mí, echando cosas al azar en su cesta de la compra (canela, líquido para encendedores) cada vez que me daba la vuelta para vigilarla.
Estaba acostumbrada a que se me quedaran mirando, sobre todo a gente que lo hacía con repulsión, cada vez que salía a hacer recados por mi barrio. No me examinaban de cerca, no como esta chica lo estaba haciendo. Pasaba la mayor parte de mi tiempo intentando camuflarme, lo que no era nada fácil, pero con esta chica siguiéndome me sentía como si me arrebataran las mantas estando metida en la cama, dejándome en bragas, temblando y expuesta. Una tarde en la que me dirigía a mi casa, me di cuenta de que la chica estaba detrás de mí, así que me di la vuelta y le dije:
—¿Me estás siguiendo?
Se quitó los diminutos auriculares blancos de las orejas.
—¿Perdona? No te he oído.
No había escuchado antes su voz. Me había esperado algo más frágil pero lo que escuché en sus palabras fue seguridad en sí misma.
—¿Me estás siguiendo? —volví a preguntar, aunque no tan confiada como la primera vez.
—¿Que si te estoy siguiendo?
A la chica le pareció divertido.
—No tengo ni idea de lo que me estás hablando.
Me rozó al pasarme por delante y continuó andando por la calle, con cuidado de no tropezarse con las raíces de un árbol que sobresalían agrietando el cemento.
Mientras la observaba alejarse no fui capaz de ver a la chica como lo que realmente era: una mensajera de otro mundo, enviada para despertarme de un profundo sueño.
***
Cuando pienso en mi vida de entonces, en aquella época, me la imagino como si estuviera metida en una caja, como un diorama: aquí están las calles de mi barrio y yo soy una figura vestida de negro. Mis actividades diarias se desplegaban en un radio de cinco manzanas y así había sido durante años: me desplazaba entre mi piso, la cafetería y Waist Watchers. Mi vida tenía unos parámetros muy estrechos, y así lo prefería yo. Me veía a mí misma como un contorno esperando que alguien me colorease.
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