Sarai Walker - Bienvenidos a Dietland

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Novela en la que se basa la 
serie de televisión
Dietland emitida por AMC Plum hace todo lo posible para pasar desapercibida porque cuando estás gorda todo el mundo te juzga.Y para evitar el juicio de los demás, decide trabajar desde su casa respondiendo el correo de la directora en una revista de moda para adolescentes. Mientras, sueña con ahorrar para reducirse el estómago y así convertirse en una mujer atractiva y deseada. Pero un día conoce a una misteriosa chica que la introduce en el círculo de Calliope House, una comunidad de activistas que luchan por cambiar las reglas que la sociedad impone a las mujeres, e inicia un descenso por una madriguera de conejo de pesadilla que la lleva a ser consciente de los costes reales de ser aceptada socialmente. Además, Plum se verá envuelta en el siniestro plan de una guerrilla de mujeres que deciden tomarse la justicia por su mano, aterrorizando e imponiendo duras penas a los hombres que las desprecian y maltratan."Es muy raro encontrar una novela que se parezca tanto a la maligna «chick-lit», y que en ocasiones se lea de la misma manera, pero que celebre abiertamente censurar la cultura de la violación. Si usar la sátira puede llamar la atención, es solo porque en la vida real, cuando hablas de los abusos a mujeres, hay tal cantidad de basura con la que lidiar que difícilmente se puede recurrir a la sátira". —Lydia Kiesling, The Guardian"
Hilarante, surrealista y tremendamente original. El ambicioso debut de Walker evita las trampas moralistas para lograr algo mucho más escaso de ver: una genuina novela subversiva que a la vez es muy divertida. Con un poco de
El club de la lucha y otro poco de manifiesto feminista, esta novela es una curiosidad que retuerce las etiquetas de género. Un debut que apunta alto y consigue llegar a la diana". —Kirkus"
Sarai Walker ha escrito un llamamiento a las armas.
Bienvenidos a Dietland es una narración tortuosa, subversiva y muy entretenida. Es un «Manifiesto de la Escoria Humana» añadido a un beat de música pop, y Plum Kettle es la perfecta heroína feminista para los tiempos modernos". —Alice Sebold, autora de "
Desde mi cielo"

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Desde fuera, para alguien como esa chica, podría haber parecido triste, pero no lo estaba. Todos los días me tomaba una pastilla del antidepresivo Y-. Llevaba tomándolo desde mi último año de universidad. Ese año tuve un problema con un chico. En las semanas posteriores a las vacaciones de Navidad me sumí en una oscura espiral. Pasaba la mayor parte de mi tiempo en la biblioteca, donde fingía que estudiaba. Estaba en el séptimo piso y una tarde me quedé mirando al horizonte. Me imaginé que saltaba por la ventana y aterrizaba en la nieve, donde no dolería tanto.

Una bibliotecaria me vio (más tarde me contaron que yo había estado llorando) y llamó al médico del campus. Después de eso, las medicinas fueron algo inevitable. Mi madre vino a Vermont. Ella y el doctor Willoughby (un hombrecillo viejo y gris, con el pelo canoso, gafas ahumadas y un diente descolorido) decidieron que lo mejor era que acudiera a una terapia y me tomara Y-. La medicación me quitó la tristeza y la reemplazó con otra cosa; no era felicidad, sino un murmullo sordo, una interferencia en mis sensaciones que no se podía subir o bajar de volumen.

Mucho después de acabar la universidad y la terapia, y de haberme mudado a Nueva York, seguía tomando Y-. Vivía en una casa en Brooklyn, en la calle Swann, en el segundo piso de un edificio de piedra rojiza. Era un apartamento largo y estrecho, con suelos de madera y un ventanal que daba a la calle principal. Ese piso, en un barrio tan codiciado, se salía de mi presupuesto pero Jeremy, el primo de mi madre, era el dueño, así que me lo dejaba a un precio muy reducido. Me lo hubiera dejado gratis de no ser por la insistencia de mi madre, que decía que debía darle algo, así que al final acabé pagando muy poco. Jeremy trabajaba como periodista para el Wall Street Journal. Cuando su mujer falleció estaba como loco por irse de Nueva York y especialmente de Brooklyn, el barrio en el que tan mal lo había pasado. Sus jefes lo mandaron a Buenos Aires, después a El Cairo. La casa tenía dos habitaciones y una de ellas estaba llena con sus cosas, pero no parecía que fuese a volver nunca a por ellas.

No tenía muchas visitas en la calle Swann. Mi madre venía a verme una vez al año. Mi amiga Carmen se pasaba algunas veces, pero sobre todo la veía en la cafetería. En mi vida real tendría más amigos, y cenas en grupo, y gente que se quedara a dormir, pero mi vida todavía no era real.

El día después de mi enfrentamiento con la chica miré a un lado y a otro de la calle, pero no la vi, así que salí, aliviada por que no me estuviera siguiendo. Me esperaba una jornada de trabajo en la cafetería, pero primero tenía que ir a mi reunión de Waist Watchers. Escogí el camino largo para no encontrarme con el grupo de chicos que solían estar en la esquina y me hacían comentarios groseros.

Las reuniones se convocaban en Second Street, en el sótano de una iglesia de piedra gris situada entre una tintorería y un gimnasio, y en cuya fachada había un rosetón en forma de margarita. Ya dentro de la iglesia, bajé las curvadas escaleras hacia el sótano, donde me saludó la mujer de siempre con su carpeta sujetapapeles. «Hola, Plum», me dijo, y me hizo señas para que me subiera a la báscula. «Ciento treinta y siete kilos», me susurró, y me alegré de pesar un kilo menos que la semana pasada.

En la mesa situada junto a la puerta firmé el registro y cogí las recetas de la semana, dándome prisa para poder irme antes de que empezara la reunión. Había asistido a Waist Watchers durante años y no necesitaba ir más; en mi lecho de muerte todavía sería capaz de recitar los principios básicos del programa.

Solo había mujeres en las reuniones matinales, la mayoría de ellas un poco mayores que yo, con bebés o niños en sus regazos. Estaban ligeramente fofas debido a los embarazos, pero no estaban gordas. A su lado me sentía mucho más grande y más joven. Comparada con ellas, era como una de las adolescentes de Kitty, aunque iba a cumplir treinta años. Cuando estaba rodeada de mujeres que llevaban vidas de adultas, el tipo de vida que yo debería haber llevado, me sentía inmovilizada en el tiempo, como un animal flotando en un tarro de formol.

Subí otra vez por las escaleras y metí las recetas, impresas en cartulinas, en el maletín del portátil. En casa tenía una colección de más de mil recetas de Waist Watchers ordenadas por aperitivos, primeros platos, postres y todo eso. Después de cocinar un plato lo calificaba con estrellas. Cinco estrellas era lo mejor.

Intentaba seguir lo que me decían en Waist Watchers pero era difícil. Empezaba todos los días con un desayuno adecuado y me preparaba algo para picar a lo largo del día, pero algunas veces tenía tanta hambre que me temblaban las manos y no me podía concentrar en nada. Entonces comía cosas malas. No podía soportar estar hambrienta. Para mí tener hambre era similar a estarse muriendo.

Dado mi fracaso a la hora de hacer dieta el plan era cambiar Waist Watchers por una cirugía de reducción de estómago. La tenía programada para octubre, en poco menos de cuatro meses. Estaba muy emocionada, pero también tenía un poco de miedo ante la idea de que me sajaran los órganos internos y me los recolocaran, y las posibles complicaciones posteriores.

La operación haría que mi estómago fuera del tamaño de una nuez, y después solo sería capaz de ingerir unas cucharaditas de comida durante el resto de mi vida. Esa era la parte aterradora, pero el milagro sería que perdería entre cinco y diez kilos al mes.

En un año era posible perder más de noventa kilos, pero no iría tan lejos. Yo quería llegar a unos cincuenta y siete kilos, y entonces sería feliz. Waist Watchers no podía ofrecerme eso. Había seguido el programa durante años y estaba más gorda que nunca.

Cuando salí de la oscura iglesia, parpadeando ante la cegadora luz del sol, esperaba ver a la chica apoyada en un árbol, pero no estaba allí. Crucé rápido la calle para no tener que pasar por delante de los ventanales del gimnasio y evitar que esos vanidosos de las cintas de correr se me quedasen mirando.

Como no había visto a la chica aquel día supuse que la había ahuyentado, pero cuando llegué a la cafetería estaba allí. Más que seguirme había empezado a adelantárseme. A lo mejor me echaba en cara que era yo la que la estaba siguiendo.

Mientras pasaba por delante de ella se puso a mordisquear el tapón de su bolígrafo, fingiendo estar sumida en sus propios pensamientos. La ignoré y coloqué el portátil en mi mesa habitual. Teniéndola tan cerca, me iba a ser difícil concentrarme en mi trabajo, pero me metí en mi cuenta y descargué los mensajes. Abrí el primero.

De: LuLu6

Para: DaisyChain

Asunto: hermanastro

Querida Kitty,

Tengo 14 años y medio. Espero q me puedas ayudar. Mi madre se casó el año pasado con un tipo que se llama Larry. Mi padre de verdad está muerto. Larry tiene dos hijos son mis hermanastros Evan y Troy. Estoy muy asustada y no sé q hacer. Muchas veces me despierto en mitad de la noche y Troy está en mi habitación, mirándome dormir. Cuando ve q me despierto se va. Tiene 19. Creo q a lo mejor me toca pero no lo sé. Una vez entró en el baño mientras me estaba duchando y me vio desnuda. Dice q le gustan mis tetas. Se lo conté a mi madre y me dijo q me lo estaba inventando para q se divorciara de Larry (pq le odio) ¿Qué hago?

Con cariño,

LuAnne de Ohio

LuAnne era mi primera chica del día, así que no estaba en la plenitud de mis facultades mentales. Miré por la ventana para librarme de la ansiedad producida por el puntero parpadeante y empecé a responderle en mi cabeza.

Querida LuAnne, siento que tu madre no te crea. Ni siquiera debería tener derecho a llamarse a sí misma “madre”. Las progenitoras de las lectoras de Kitty a menudo escogían a sus hombres frente a sus hijas; su necesidad de romance sobrepasaba su deseo de protegerlas. Me apetecía preguntarle a LuAnne su teléfono para llamar a su madre y decirle que era una persona horrible. Me alegro de que me hayas pedido ayuda, LuAnne. Habla inmediatamente con el psicólogo de tu instituto. No, eso tampoco. LuAnne se merecía algo mejor que ser pasada de uno a otro como si fuera un relevo.

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