Sarai Walker - Bienvenidos a Dietland

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Novela en la que se basa la 
serie de televisión
Dietland emitida por AMC Plum hace todo lo posible para pasar desapercibida porque cuando estás gorda todo el mundo te juzga.Y para evitar el juicio de los demás, decide trabajar desde su casa respondiendo el correo de la directora en una revista de moda para adolescentes. Mientras, sueña con ahorrar para reducirse el estómago y así convertirse en una mujer atractiva y deseada. Pero un día conoce a una misteriosa chica que la introduce en el círculo de Calliope House, una comunidad de activistas que luchan por cambiar las reglas que la sociedad impone a las mujeres, e inicia un descenso por una madriguera de conejo de pesadilla que la lleva a ser consciente de los costes reales de ser aceptada socialmente. Además, Plum se verá envuelta en el siniestro plan de una guerrilla de mujeres que deciden tomarse la justicia por su mano, aterrorizando e imponiendo duras penas a los hombres que las desprecian y maltratan."Es muy raro encontrar una novela que se parezca tanto a la maligna «chick-lit», y que en ocasiones se lea de la misma manera, pero que celebre abiertamente censurar la cultura de la violación. Si usar la sátira puede llamar la atención, es solo porque en la vida real, cuando hablas de los abusos a mujeres, hay tal cantidad de basura con la que lidiar que difícilmente se puede recurrir a la sátira". —Lydia Kiesling, The Guardian"
Hilarante, surrealista y tremendamente original. El ambicioso debut de Walker evita las trampas moralistas para lograr algo mucho más escaso de ver: una genuina novela subversiva que a la vez es muy divertida. Con un poco de
El club de la lucha y otro poco de manifiesto feminista, esta novela es una curiosidad que retuerce las etiquetas de género. Un debut que apunta alto y consigue llegar a la diana". —Kirkus"
Sarai Walker ha escrito un llamamiento a las armas.
Bienvenidos a Dietland es una narración tortuosa, subversiva y muy entretenida. Es un «Manifiesto de la Escoria Humana» añadido a un beat de música pop, y Plum Kettle es la perfecta heroína feminista para los tiempos modernos". —Alice Sebold, autora de "
Desde mi cielo"

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Llevaba una camisola premamá en tonos pastel, su enorme barriga parecía un huevo de Pascua. Se sentó enfrente de mí, dejando escapar un resoplido y pasándose los dedos por su pelo negro y recogido.

—Venga, léeme uno.

Los mensajes de las chicas de Kitty tenían todo el morbo de un accidente de coche. Miré a la pantalla de mi ordenador.

—Querida Kitty, ¿está mal tener sexo con tu padre?

—Te lo estás inventando. Por Dios.

No estaba muy segura y esperaba que yo le hiciera una señal. Cuando empecé a reírme, ella también lo hizo, y me sentí malvada, como una psicóloga burlándose de sus pacientes. Carmen se frotó la barriga y dijo:

—Queríamos que fuese una niña, pero ahora ya no estoy segura. Me has asustado. Esas chicas me dan miedo.

—No a simple vista —le dije—. Solo cuando escarbas.

—Eso da más miedo todavía.

Ahora que tenía la atención de Carmen, decidí preguntarle sobre la chica misteriosa. No la había mencionado antes porque no quería parecer una paranoica.

—¿Te has fijado en esa chica de allí? —pregunté, señalando a la silla vacía.

—¿La del delineador de ojos? Ha estado viniendo mucho últimamente. ¿Por qué? ¿Te estaba molestando?

—Parece un poco extraña, ¿no crees?

Carmen se encogió de hombros.

—No particularmente. Ya ves el tipo de personas que vienen por aquí.

Hizo una pausa, y esperé que estuviera recordando algo importante acerca de la chica. En vez de eso, me preguntó si podría cubrir un turno la semana siguiente mientras ella iba al médico. Me lo pensé. Estaba intentando portarme bien con mi dieta. Sentarme en mi mesa no estaba tan mal si podía bloquear las vistas y los olores que me rodeaban, y beber solo café y té, pero estar tras el mostrador era otra cosa.

—Claro —dije. Algunos días, Carmen era la única persona con la que hablaba. Eran charlas intrascendentes; pero ella podía distraerme en los momentos adecuados. Solo por eso, ya se lo debía.

Carmen volvió al trabajo, y dado que estaba siendo buena, me permití darle un pequeño mordisco a la galleta de avena. Dos chicas en la mesa de al lado sonrieron burlonamente mientras me observaban. Dejé la galleta y decidí trabajar más rápido para poder irme antes. La mejor manera era tirarme de cabeza a la piscina, abriéndome paso entre la oscuridad, sin dejar que nada me afectara, permitiendo que la corriente me llevara:

Por qué todas las modelos de tu revista son tan delgadas qué suerte nunca seré nada excepto una gorda me dijo después de clase pero todavía me gusta y sé que es una locura pq se porta fatal conmigo y mi amiga se quiere librar de los granos de los brazos me puedes ayudar por favor pq mis muslos parecen tan gruesos en bañador así q debería dejar el equipo de natación o qué debería hacer si ningún chico me invita al baile pq mi primo me dijo q fuera con él pero eso es incesto o no a los chicos les gustan las pelirrojas mi vagina no es sexy tetas mi profe de historia me dijo cuando me puse la camiseta morada o sea q es un pervertido y ahora tengo miedo de engordar durante las vacaciones qué puedo hacer si no me puedo pagar una rinoplastia no le voy a gustar a ningún chico con esta nariz estoy segura es un misterio para mí cómo puedes dormir por las noches zorra estúpida pero por qué me dijo eso no soy una zorra así que no entiendo por qué mi madre no me deja usar tampones pq le dije que seguiría siendo virgen si me ponía un tampón le puedes escribir para decírselo mi novio y yo lo hemos hecho porque me obligó pero después dijo que lo sentía mucho así que cuenta eso como violación pq todavía le quiero pero estoy confusa y por qué cada vez que me pongo pintalabios rojo se me manchan los dientes.

Y un último mensaje, de un hombre que estaba en la cárcel: «Me gusta masturbarme con tus fotos. ¿Me envías un par de bragas?».

Borrar.

En casa me esperaba un paquete. Me senté en la cama con el bolso y el maletín del portátil todavía colgados y abrí el sobre acolchado. Dentro había un vestido camisero de popelín hasta la rodilla, blanco, ribeteado en violeta. Era todavía más bonito que en las fotografías.

En la esquina de mi habitación tenía un espejo de cuerpo entero con marco de metal. Lo mantenía tapado con una sábana blanca, que aparté para poder sostener el vestido frente a mí, imaginándome cómo me quedaría cuando me cupiera. Cuando acabé lo coloqué en el armario junto con el resto de ropa que me quedaba pequeña.

Mi ropa normal, la que me ponía todos los días, estaba arrebujada en la cómoda o tirada por el suelo. De tejido flexible y sin forma alguna, llena de kilómetros de goma elástica, no estaba a la moda ni pasada de moda, simplemente no era moda. Siempre me vestía de negro y pocas veces me desviaba del uniforme de faldas hasta el tobillo y camisetas de manga larga, incluso en verano. Mi cabello también era casi negro. Durante años lo había llevado en una melenita a la altura de la barbilla que pensaba que me hacía más delgada, junto con un flequillo recto. Me gustaba ese corte pero hacía que mi cabeza pareciera una bola que se podía desenroscar del resto de mi cuerpo, como un frasco de perfume.

Dentro del armario, no había nada negro, solo luz y color. Durante meses había estado comprando la ropa que me pondría después de la operación. Los paquetes llegaban dos o tres veces por semana: blusas en lavanda y mandarina, faldas de tubo, vestidos, unos cuantos cinturones (jamás me había puesto un cinturón). No iba a comprarlos en persona; cuando alguien de mi talla entra en una tienda de ropa la gente se queda mirando. Lo había hecho solo una vez, al ver un vestido en el escaparate al que no me pude resistir. Entré, lo pagué y después hice que me lo envolvieran como si fuera un regalo para otra persona.

Nadie se había enterado de lo de la ropa, ni siquiera Carmen o mi madre. Carmen ni siquiera sabía lo de la cirugía, pero mi madre sí, y estaba totalmente en contra. Le preocupaban las posibles complicaciones. Me envió artículos de prensa que se centraban en lo peligroso del procedimiento, y una historia muy trágica acerca de unos niños que se habían quedado huérfanos cuando su madre se murió después de la operación.

—Pero yo no tengo hijos —le dije por teléfono, sin querer darle la razón.

—Eso no es lo importante —me respondió—. ¿Qué pasa conmigo?

Esto no tiene nada que ver contigo, quise decirle, y me negué a volver a discutir sobre la operación con ella después de eso.

Cuando coloqué la ropa cerré la puerta del armario. Sabía que era una tontería comprar ropa que no me podía probar. Podía ser que ni siquiera me sentase bien después, pero la compraba de todos modos. Necesitaba abrir el armario, mirar la ropa y saber que esto no iba a ser como las otras veces. El cambio ya era inevitable. Mi yo real, la mujer que se suponía que tenía que haber sido, estaba a mi alcance. La había atrapado como un pez en un anzuelo y estaba a punto de sacarla del agua. Esta vez no se me iba a escapar.

Carmen llamó para preguntarme si quería ir con ella y con su novia a cenar una pizza, pero no me gustaba ir a restaurantes cuando estaba siguiendo una dieta, así que le dije que no. Hice una lasaña a partir de una de las nuevas recetas de Waist Watchers en la que se utilizaba carne picada de pavo, queso bajo en grasas y pasta integral. Mientras la estaba cocinando olía como una lasaña de verdad, pero el sabor no tenía nada que ver. Le di tres estrellas. Después de comerme una porción pequeña (230) junto con una ensalada (150), corté el resto en cuadrados y los metí en el congelador. Todavía me temblaban las manos un poco debido al hambre, pero iba a ser buena y no iba a comer nada más.

Después de ponerme el camisón y lavarme los dientes, me tomé mi dosis diaria de Y-, la pastilla rosa. Era mi ritual de antes de irme a la cama, como rezar una oración. Mientras me bebía el vaso de agua, me dirigí a la ventana y aparté la cortina, intentando ver si la chica estaba sentada en las escaleras, escuchando su música, pero no estaba allí.

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