Una investigación tan generosa como la presente, en la cual muchas notas a pie de página tienen sustancia suficiente para devenir embriones de nuevos estudios (trátese de los tipos de moral, o de la inclinación universitaria en Platón, o del lugar del bien entre la naturaleza y lo no escrito, o de la tensión entre dignidad y goce en la ética aristotélica, por dar sólo un par de ejemplos), no podría ser compendiada. Por lo demás, tampoco lo necesita ni lo merece. ¿Qué mejor que hacer silencio, entonces, y escuchar la voz de la autora?
Gerardo Arenas
Hay un banquillo al que la filosofía sube cada vez que escribe un nuevo capítulo de su historia. No importa si una vez ahí se declara culpable o inocente, porque tanto cuando pretende captar todo o hacer de todo un sistema, como cuando se muestra indiferente o rechaza el todo absolutamente, la acusación retorna y le recuerda que por más peripecias que haga, el suyo es un discurso en el que todo está puesto en juego. Y en cada oportunidad que esa acusación es dirigida en su contra, retornan orgullosas las palabras de Platón y Aristóteles para recordarnos que en el inicio de toda esta historia estuvieron ellos dedicados a buscar el orden de todo y que, como resultado, encontraron el buen orden.
Es decir, antes y después del desacuerdo entre Aristóteles y Platón con respecto al status del bien, hay un acuerdo. Y, antes y después del reemplazo de la idea del bien por la definición del bien como causa final a la que todo tiende, está el entusiasmo de ambos por hacer de la filosofía un rechazo, una desmentida, de lo que falta. Y eso, lo que falta, que es de lo que no se quiere saber nada, es lo que provoca la inquietud de saber de qué manera y con qué efectos esa desmentida de la falta tiene lugar en las filosofías de Platón y Aristóteles. En otras palabras, es lo que nos impulsa al atrevimiento de leer una vez más la escritura en la que occidente nunca deja de buscarse, aunque no logre encontrarse definitivamente.
Pero no alcanza con señalar que las filosofías que enlazan el orden y el bien se sostienen en una desmentida de la falta ni con afirmar que la falta insiste en escribir un acecho al orden, porque de lo que se trata en este escrito es de encontrar la trama discursiva que ubique en la falta el núcleo de su interés. Y eso es lo que justamente ofrece el psicoanálisis, especialmente en la enseñanza de Jacques Lacan. Es él quien nos brinda un discurso que se orienta por el saber no sabido en vistas a tramar el camino opuesto a la eclosión trágica de las razones con las que la filosofía sustenta el buen orden.
Pero aún más, para avanzar en esta búsqueda precisamos de una pregunta que nos oriente con mayor precisión en el terreno de las elaboraciones ético-políticas de Platón y Aristóteles. Veamos, la primera pregunta que nos permite calibrar la cuestión es la siguiente: ¿cuáles son las operaciones principales que efectúan Platón y Aristóteles para desmentir la falta en la que se sostiene la escritura del buen orden político?
Para dar respuesta a esta pregunta, en el presente libro retomamos ciertos aspectos de la enseñanza de Lacan que permiten configurar una lente de lectura ajustada. De su enseñanza, tomamos: 1) su teoría de los discursos como estructuras del lazo social que se modulan, de acuerdo con lo que expone en su Seminario 17. El reverso del psicoanálisis, como discurso del amo, discurso universitario, discurso de la histérica y discurso del analista; 2) sus lecturas de Antígona, en el Seminario 7. La ética del psicoanálisis, y de Sócrates, en el Seminario 8. La transferencia, en las que el deseo, puro o atópico, respectivamente, es clave; y 3) algunos señalamientos y esquemas, en particular el del florero invertido, que forman parte de su teoría de los registros simbólico, imaginario y real, que Lacan despliega desde comienzos de la década de 1950 hasta el final de su enseñanza.
El encuentro entre la pregunta y el marco de lectura tiene como efecto la formulación de la hipótesis general del libro, que afirma lo siguiente: las filosofías del buen orden —tanto en su modulación del discurso del amo, en el caso de Aristóteles, como en su desplazamiento hacia el discurso universitario, en el caso de Platón— reemplazan los nombres singulares de Antígona y Sócrates —que tienen cita en el lazo analítico— por las figuras del gobernante del orden ideal o del mejor orden posible, en las que a diferencia de Antígona y de Sócrates, el deseo no hace falta más que como síntoma en las contrafiguras del tirano, en Platón, y del hombre incontinente, en Aristóteles.
En lo que concierne a la lógica expositiva, el escrito está organizado en tres capítulos más un breve “Enlace”, que parte de los resultados obtenidos en la investigación sobre las operaciones que constituyen las tramas ético-políticas de República, de Ética a Nicómaco y Política para arribar a la indagación sobre el estilo singular de goce de Antígona y Sócrates.
En relación con el contenido, se enumeran a continuación los núcleos temáticos de cada uno de los capítulos que componen el libro.
En el primer capítulo, “Platón: el ilusionista de la felicidad”, la tesis ubica República como columna vertebral y se adentra en el teatro de operaciones que monta Platón para establecer el orden ideal en el que él, como filósofo político —es decir, como filósofo que es dueño de la escritura del buen orden—, no forma parte de la trama más que como alma reflejada en el libro IV y como ideal del sujeto político, que forja a partir de arrancar al prisionero alienado en su propia imagen para ponerlo luego en el camino en el que lo hace todo saber.
En este primer capítulo juega un papel fundamental la dilucidación de los usos de la imagen que hace Platón, es decir, lo que en términos de Lacan conforma el registro imaginario. En primer lugar, el capítulo efectúa un análisis de los primeros libros de República (I-IV) que aporta elementos para sostener que cuando Platón equipara el organismo al cuerpo, hay diferencia, y que cuando diferencia el cuerpo del alma, hay equivalencia. O sea, en este capítulo se exponen los argumentos que permiten afirmar que la imagen del cuerpo conforma el núcleo de la operatoria platónica, que se traduce en la presencia de una abundante variedad de imágenes en las que vemos agitarse sombras o destellar el ideal, pero también encontramos otras de carácter metodológico y finalmente, las imágenes del sueño del filósofo con las que Platón confecciona la contrafigura del tirano.
Por otra parte, en el apartado que se titula “El padre es un nombre que cae: degradación política y figura paterna”, el capítulo propone mostrar que la declinación del nombre del padre está en los orígenes del pensamiento político occidental, porque Platón no sólo no intenta su restauración, sino que ubica en la figura del padre el efecto del orden a la vez que la causa de la falla con la que se inicia la degradación que va desde el orden político ideal hasta culminar en su reverso, la tiranía.
Finalmente, el capítulo aborda la alegoría de la caverna de la mano del experimento del florero invertido que expone Lacan en el Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud y en el Seminario 8. La transferencia, que permite entender por qué reina la paz en el medio del engaño. Y, a su vez, señala el goce de saber con el que Platón determina al liberado de la caverna como un goce carente de deseo, en el que la figura del gobernante cumple con el deseo del filósofo, del Otro, al dejarlo gozar de escribir el orden sin tener que poner el cuerpo.
El capítulo II, “Aristóteles tiene razón”, expone tanto el desplazamiento de la idea del bien hacia la naturaleza como la centralidad que gana el significante propiedad en la constitución del sujeto político aristotélico. En su caso, y en oposición a Platón, sí se trata de fundar un amo tal como lo expone Lacan en la estructura del discurso homónimo. El amo aristotélico es la figura que corrobora que el discurso del buen orden se sostiene en el rechazo a saber algo del propio deseo, al hacer de este una ocupación del esclavo.
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