No hay culpabilidad que valga en las relaciones de amor, sólo hay amor, sólo hay buena voluntad, sólo existen respuestas reales.
Tenemos que ser generosos con nosotros, tenemos que ser comprensivos en el sentido real de la palabra. Esto significa integrar la acción dentro de su contexto y reconocer la buena voluntad y la capacidad de amor de entonces, que ya no tiene nada que ver con la que se nos ha despertado una vez perdida la presencia física de esa persona, que ahora queremos más que nunca.
Cuando nuestra pérdida es tan grande que la sensación es como si fuera un castigo descomunal, buscaremos alguna actuación por parte nuestra para justificarlo. En ese momento entraremos en la necesidad de encontrar todo lo que habíamos hecho mal, para de alguna forma explicar la condena por la cual estamos pasando.
De esta manera entramos en la dinámica de “si no hubiese hecho...”, “Si hubiese dicho...” “Si hubiese hecho...” Todo lo que no hicimos o hicimos, lo que dijimos o no, incluso nuestros pensamientos serán revisados. Además, podemos llegar a pensar: si yo hubiese sido de otra manera aún estaría con nosotros. Esto es un verdadero calvario, porque no podemos cambiar o “mejorar” el pasado y nos torturamos con imposibilidades.
La pérdida de un ser querido es suficiente tortura. La ausencia real de esa persona es tan tremenda que no necesitamos más razones para pasarlo aún peor. El periodo de duelo es un periodo en el cual vamos a intentar sobrevivir esa ausencia física y para ello es imprescindible comprender lo que nos está pasando y no añadir más razones para pasarlo aún peor.
Tenemos otros recursos que iremos descubriendo y trabajando, pero ahora quiero hacer hincapié en lo nefasta que puede ser la culpabilidad y en lo innecesario y dañino que es.
TIEMPO Y REPARACIÓN
El duelo es una vivencia total y compleja. Sabemos que no podemos hacer comparaciones ya que es sumamente personal. No existe medida posible que calibre y valore el amor que teníamos y que seguimos teniendo cada vez más, ni tampoco podemos comparar una forma de doler con otra.
Esto lo reitero ya que, aunque lo sepamos, seguimos pensando que los demás tendrían que vivir su dolor de forma parecida a la nuestra, especialmente cuando se trata de dos o tres personas que compartían con nosotros a ese ser que se ha ido. Puede haber culpabilidades por parte de unos y recelos por parte de otros, por no estar sintiendo lo mismo ni expresando el dolor de la misma manera. Es normal, ya que tendemos a pensar y sentir que nuestra forma es la mejor y más adecuada. En realidad, lo es, pero, para nosotros mismos. No pretendamos pues, que los demás vivan su dolor como nosotros lo hacemos.
Dicho esto, que suele ser, sin darnos cuenta el punto de fricción entre los que se quedan con su gran sufrimiento, podemos ampliar un poco más nuestra visión y ver exactamente qué papel juegan la predisposición y el tiempo en nuestro duelo.
Existen muchos factores que nos van a ayudar hacia una reparación temprana y otros que van a retardar nuestra recuperación del sufrimiento.
En primer lugar está la propia persona con sus características, cualidades y puntos débiles. Y esto es inamovible. Las constantes que se desarrollan desde que somos niños, juegan uno de los papeles más básicos en estos momentos, que podrían definirse como, la experiencia más esencial y desgarradora que puede experimentar cualquier ser humano. De hecho es la sacudida mayor que no sólo cambia nuestras vidas sino que las desmonta.
Evolucionamos a través de los cambios. Nuestro crecimiento depende de ellos. Pero todo cambio que nos permite crecer, también está talando nuestra vida y esa tala va a doler hasta que vuelvan a crecer nuevas hojas. Para algunos este crecimiento puede ser rápido y para otros lento y el amor será el abono que necesitan esas hojas para brotar con fuerza. Es imposible generalizar y pronto nos damos cuenta que cada uno de nosotros tiene unas capacidades de recuperación muy distintas a los demás.
El segundo factor que influye en el tiempo de reparación es la relación que hubo entre la persona que se ha ido y los que se quedan. Y aunque pensemos que todos lo queríamos por igual, ninguna vivencia suele ser la misma. Ni entre esa persona y su padre o su madre, su pareja, su hermano o hermana o hijo, hija, amigo... Si ahora pensáramos en nuestras relaciones, no existe ninguna que se parezca a otra. Esta forma de vivirnos y vivir al otro y los lazos creados van a influenciar en nuestro dolor y la manera en que echamos de menos.
Otro factor importantísimo es el tiempo que esa persona pasaba con cada una de las personas que se quedan y puede tener la misma importancia que la calidad o profundidad a la que nos referíamos anteriormente. Después de los primeros momentos de shock y movida inusual, cuando volvemos a retomar nuestra vida de todos los días, cobra muchísima importancia la cantidad de momentos que pasábamos con esa persona. Ese tiempo que ya no podrá ser en el día a día, hará que echemos de menos sufriendo el vacío muy específicamente y el síndrome de abstinencia tendrá mayor campo de acción, por así decirlo.
Las asignaturas pendientes, todo lo que dejamos en el tintero sin hacer, sin decir, sin expresar y demostrar, suelen generar frustraciones muy marcadas y culpabilidades que machacarán en ese periodo tan abrumador en el que nos sentimos demasiado descolocados y faltos de energía para poder transformar lo que no pudo ser.
Pero por encima de muchos factores vamos a tener que enfrentarnos a nuestras propias muertes. ¿Cuánto de nosotros ha muerto o ha dejado de poder realizarse porque esa persona tan necesitada ya no está?
Aquí tenemos el quid de la cuestión ya que de alguna manera, según la importancia de cada área, vamos a tener que crearla. No se trata de una reconstrucción ya que falta el ingrediente central. Se trata de creación, que no es nada más que fabricar de nada.
Cuando contábamos con esa persona que ya no nos va a poder ayudar de una forma material y lo que necesitamos es esa ayuda puntual, la recuperación se hará mucho más difícil hasta que podamos solucionar ese vacío.
Aquí pueden entrar muchos factores que impiden una recuperación ya que se trata de nuestra vida y su desarrollo en el aquí y ahora. Muchas veces perdemos amigos, libertad económica, movilidad física y real, placeres que compartíamos, incluso familiares porque el nexo de unión ya no está. Muchas soledades podrían solucionarse si aplacáramos un poco nuestra exigencia y aceptáramos lo que se nos está ofreciendo.
Una vez, cuando salía de una reunión, estuvimos hablando de lo que creemos que los demás nos deben por nuestra condición y que nos va a causar dolor o rabia o malestar si no se cumple. El ejemplo fue muy puntual: Cuando la pareja falta, en fechas puntuales como puede ser un aniversario podemos creer que todos nuestros hijos tienen que estar con nosotros y si por razones suyas que no entendemos, no lo hacen, vamos a tener problemas. Allí hay un dolor añadido, IDA.
¿Cuántas veces dolores añadidos dificultan aún más nuestro proceso? ¿No tenemos suficiente con los nuestros? ¿Aún vamos a dejar que los demás manden en nuestro duelo? Pues lo estamos haciendo una y otra vez, si dejamos que sus acciones nos causen más dolor. Y si os ayuda identificarlo como tener que pagar IDA, y dejáis de hacerlo, mejor.
Y aquí podemos entrar en todo lo que hacen los demás que nos duele o todo lo que no hacen y sentimos que tendrían que hacer. Peor aún está lo que piensan y juzgan. Nuestro duelo es nuestro. Por algo empecé diciendo que era personal e intransferible y así como no podemos juzgar si las personas cercanas están haciendo su duelo bien o mal, de ninguna manera tenemos que dejar que los demás nos juzguen, ni tampoco vivir nuestro duelo como exigen algunos cánones sociales. No hay nada más ambiguo y vago que lo que nosotros interpretamos que tenemos que cumplir para satisfacer algún criterio.
Читать дальше