Marcela de Albali - Duermevela

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Duermevela es una historia inquietante y sobrecogedora, basada en hechos reales, en la que la autora nos lleva por parajes de la vida y del mundo de los sueños, donde nos podemos encontrar con personajes siniestros, como una mujer de cabello largo y andrajoso, en cuyo rostro se resguarda una incógnita. Ella se presentará en tus sueños, en el plano astral, onírico o, incluso, en el real. Es así como con maestría, Marcela De Albali nos lleva por lugares increíbles, terroríficos, o, incluso, exóticos, de la mano de su protagonista, Fernando, un joven abogado, con una gran vida por delante, pero quien tendrá que aprender a enfrentar sus peores miedos: la parálisis del sueño o a seres tan escalofriantes como la entidad que a él lo persigue. "Este sueño siempre se repetía de la misma manera, y a la mis ma hora: 3 a.m. Lo recuerdo porque cada vez que despertaba gritando, mi abuela corría a mi lado para tranquilizarme: «son solo malos sueños hijo, esto te pasa por ver tantas películas de terror. Pero duérmete ya, que las tres de la mañana es una mala hora y no conviene que andes despierto». Recuerdo que luego de las honras fúnebres de mis padres, decidí hablar sobre la parálisis. En medio del dolor, saqué de algún lado el valor para contarle a mi abuela la horrible experiencia: —Abuela, anoche no podía moverme y vi un monstruo horrible mientras me leías el cuento. Y detrás del monstruo, había una puerta… —Mi amor, solo son pesadillas. Los monstruos no existen…

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En medio de mi carrera, llegaba al corredor de la casa, y este se volvía infinito; no podía ver el final. Corría tan rápido que las manos no llegaban a atraparme, pero sentía las puntas de las uñas afiladas y putrefactas rasgar la piel de mis piernas y mi espalda. El agotamiento se apoderaba de mí, me costaba respirar, me sentía agitado huyendo en ese pasillo sin fin. Era entonces cuando mis piernas flaqueaban, mis pasos eran cada vez más lentos, y sucumbía en el suelo, derrotado. Justo en ese punto sentía el contacto gélido de las manos muertas, que me rodeaban con sus dedos largos y huesudos, y me apretaban hasta cortarme la respiración. Con mi último aliento, arrojaba un grito de desesperación y terror, para luego despertar en mi cama desgarrando mi garganta con ese mismo alarido.

Este sueño siempre se repetía de la misma manera, y a la misma hora: 3 a.m. Lo recuerdo porque cada vez que despertaba gritando, mi abuela corría a mi lado para tranquilizarme: “son solo malos sueños hijo, esto te pasa por ver tantas películas de terror. Pero duérmete ya, que las tres de la mañana es una mala hora y no conviene que andes despierto”.

Recuerdo que luego de las honras fúnebres de mis padres, decidí hablar sobre la parálisis. En medio del dolor, saqué de algún lado el valor para contarle a mi abuela la horrible experiencia:

—Abuela, anoche no podía moverme y vi un monstruo horrible mientras me leías el cuento. Y detrás del monstruo, había una puerta…

—Mi amor, solo son pesadillas. Los monstruos no existen.

—No, abuela. Sé que no estaba dormido, fue real. Necesito que me creas, sabes que yo no digo mentiras, y menos a ti.

—Así es mi amor. Y yo tampoco te miento a ti cuando te digo que solo fue una pesadilla. Como bien decía Thomas Jefferson: “la honestidad es el primer capítulo en el libro de la sabiduría”.

—Abuela, te estoy diciendo la verdad. Estaba despierto, pero no podía moverme. ¡Nunca me había pasado algo así! —en ese punto de la conversación, ya yo estaba al borde de las lágrimas.

—Cariño, yo sé que extrañas a papá y mamá, pero no tienes por qué inventar historias para llamar la atención. Ya tienes siete años, y eres el hombre de la casa, así que compórtate como tal.

CAPÍTULO 3

Estoy decidido a continuar desempolvando mis recuerdos de sueños y parálisis para atar todos los cabos posibles. Acabo de crear un documento en la nube, al que puedo acceder en cualquier momento, desde mi celular. Es una bitácora de las parálisis, desde que comenzaron a ocurrir justo después de la muerte de mis padres, hasta la actualidad. En todas estaba la puerta negra.

1 de diciembre de 1992 (cumpleaños número siete)

Mi primera experiencia. Una figura de aspecto horrendo se apareció en mi habitación mientras mi abuela me leía un cuento, y me lastimó las manos.

31 de octubre de 1995 (nueve años)

Recuerdo que me quedé a dormir en casa de Matías, luego de asistir a una fiesta de Halloween que había organizado uno de nuestros amigos del colegio. Concilié el sueño casi justo después de acostarme, ya que había llegado cansado de la fiesta, pero al cabo de unas horas me hallé paralizado en la colchoneta que Matías había dispuesto para mí, al lado de su cama. Vi un cabello muy largo y nudoso en el suelo, justo ante mis ojos, y quise pensar que se trataba de Matías disfrazado, intentando asustarme. Pero al ver más allá, divisé a una criatura agazapada en un rincón, llevándose ambas manos a la boca y haciendo mucho ruido al masticar. Estaba oscuro, y no podía ver su rostro ni su cuerpo con claridad, solo alcanzaba a percibir una silueta negra. Gracias al cielo, Matías encendió su Game Boy en ese instante y me hizo volver en mí, y yo no le comenté nada al respecto. Alcancé a ver en el reloj digital que eran las tres de la mañana.

Febrero de 1996 –no recuerdo la fecha exacta– (diez años)

Fue a plena luz del día, cuando estaba tomando una siesta después de almorzar. Una escuálida criatura levantó sus esqueléticas manos ante mí, las mantuvo extendidas durante unos segundos, y luego comenzó a moverlas como si manejara una marioneta. Mi cuerpo se movía al compás de sus manos, halado por unos hilos invisibles; como un títere a su merced: primero me hizo poner de pie, luego levantó mis brazos, y mis manos quedaron alrededor de mi cuello. Involuntariamente, comencé a apretar, cada vez con más fuerza, hasta que ya no pude respirar más. Cuando me soltó, noté que ya podía moverme, pero me quedé tieso en el piso, resistiendo el deseo de huir hacia aquella puerta enigmática. Desperté en medio de un intenso ataque de tos seca, gracias a un perro que ladró desde el andén.

Mayo de 1997 –no recuerdo la fecha exacta— (once años)

A raíz de la experiencia que narraré a continuación, bauticé a esa criatura como la Mujer Comehuesos. Mientras yo luchaba por recuperar el movimiento de mi cuerpo, ella deambulaba de un lado a otro, indiferente a mí. De pronto, se me acercó y quedamos cara a cara. Su rostro estaba cubierto a medias por su cabello largo, opaco y andrajoso, y llevaba puesta una máscara de mujer bonita. Se levantó la máscara un poco con una de sus demacradas manos, y comenzó a masticar fuertemente algo muy duro. “Yo como huesos”, me dijo con la boca llena, y un escalofrío me recorrió la espalda. “Mira como mastico”, agregó con su voz de ultratumba. En ese instante recobré el movimiento, levantándome de un salto de la cama. Fue la primera vez que la vi de frente, y que escuché su voz. La bocina de un auto me hizo reaccionar y quedar sentado en mi cama, y esta vez también pude ver que eran las tres de la mañana.

Diciembre de 1997 –tampoco recuerdo la fecha exacta– (doce años)

Esa noche sufrí la parálisis de sueño más horrenda que he tenido, porque fui atacado de forma brutal. No había pasado mucho tiempo después de dormirme, cuando me hallé inmóvil, y desde mi cama, vi a la Mujer Comehuesos devorando y chupando huesos humanos con voracidad, como un caníbal. Al igual que en la ocasión anterior, llevaba puesta la máscara, y solo la levantaba un poco para que su mano tuviera acceso a su boca.

Luego se aproximó a mí con pasos toscos y cortos. Intenté moverme con todas mis fuerzas, hasta sentir que mis músculos estaban a punto de romperse. Se acercó aún más, mientras yo yacía paralizado, y se levantó la careta lo suficiente para morderme con fuerza el brazo. La sensación del mordisco era tan dolorosa como extraña: en algunos puntos, sentía que se me clavaban agujas muy finas y afiladas, y en otros, sentía burdos puñales. Ese contacto de mi piel con sus fauces está grabado en mi memoria como el dolor más atroz que he sentido en mi vida. Aunque luego pude correr, me abstuve de abrir la puerta negra.

Esta vez no conté con la suerte de que algo me despertara. La mujer se acercó a mí y clavó sus garras en la herida, para abrirla aún más. No sé por cuánto tiempo estuvo infligiéndome dolor, pero me pareció una eternidad. Desperté temblando y con la respiración entrecortada, y revisé mi piel en el lugar del mordisco. No tenía nada extraño ni dolor alguno.

Diciembre 1 de 2018 (cumpleaños número treinta y tres)

Una parálisis muy breve. Vi con claridad sus manos que intentaban asfixiarme, pero no alcancé a ver su rostro.

Diciembre 2 de 2018 (Treinta y tres años)

Parálisis en pleno concierto de Matías. Vi a la Mujer Comehuesos asomada en la ventana del faro.

Diciembre 3 de 2018 (Treinta y tres años)

Pensé que iba a ver a la Mujer Comehuesos en la biblioteca, pero solo la sentí masticar, y, por segunda vez en mi vida, escuché su horrorosa voz. Me estremezco al recordar sus garras rasgando mi piel en tiras.

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