Mario Miret Lucio - Lo que aprendí del Mar

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«Desenamorarme de ti ha sido lo más difícil que he hecho nunca». Las últimas palabras de la Chica de los tirabuzones siguen resonando todavía en mi cabeza. Luego me dio un abrazo y se marchó. Yo cogí el dolor, lo cargué en mi espalda y, poco a poco, lo he ido convirtiendo en este libro. Ahora, lo peor es que no puedo dormir, pero al insomnio le he cogido cariño porque en mi tristeza hay belleza en sus paredes, arte en sus palabras, vida en su derrota. Y así, junto a Carlos y a la mujer que da de comer a los gatos callejeros, el que les habla (un tal Martín) recorrerá los días y lugares que le hicieron cambiar la percepción del amor.
Ella se ha ido y con nuestra historia estoy construyendo un reino mágico al galope de los recuerdos más bonitos de mi vida. Acomodaos, echad un vistazo a vuestros sentimientos y dejad que os cuente cómo enamorarme de la Chica de los tirabuzones fue lo más fácil que hice nunca.
Coged una cerveza del frigorífico.
Estáis todos invitados.

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No sé si el mundo es un lugar mejor, solo sé que, pese a todo, la vida es tan bella como para merecer ser vivida siempre. En el ambiente se respira la incertidumbre de una nueva semana que en nada comienza. Tampoco sé si esas personas que caminan con la cabeza gacha son conscientes de la pena o si nos hemos convertido en fantasmas de nuestro propio entorno.

He vuelto hace un rato a casa y me he abierto una cerveza en la terraza. A lo lejos, el mar me ha acompañado en mi tristeza. Allí arriba, una nube en forma de perro se ha ido transformando, poco a poco, en un gato.

2

No soy de donde vivo, soy de mucho más abajo. Me vine hace años a la capital del Turia para estudiar, trabajar y vivir una juventud que ahora me despide. Aquí me siento muy solo, la gente que vive en la gran ciudad nunca mira a los ojos de los demás. Todos tienen prisa y nunca dan las gracias. Mi único vínculo con estas calles se ha desvanecido y me he quedado con un corazón roto y un hígado caprichoso. Al final, acabaré pagando caro la cerveza barata de los ultramarinos de debajo de mi casa.

«Nunca te enamores de una chica de la capital, porque le resultará más fácil pasar página». No sé qué borracho me dijo eso una vez. Lo pienso mientras dejo caer un par de lágrimas sobre el volante, ahora que me dirijo de nuevo a mi pueblo. Cuando estoy triste, recuerdo la frase favorita de mi madre: «Toda la vida te querré», así empiezo a verlo todo de otra manera. La recuerdo a ella y a la Chica de los tirabuzones porque las he perdido. Sé que no es lo mismo, pero a las dos les diría que las quiero.

He bajado las ventanillas del coche. La música resonará hasta en los latidos de mi chica de ciudad. Yo he hecho el amor a los cuatro vientos. Yo he saltado sin miedo por el precipicio de la valentía. Yo he construido puentes en cada abrazo que he dado. ¿Qué digo yo? ¡Nosotros! Nosotros hicimos todo eso, pero ahora solo soy yo quien está pagando las consecuencias de la alegría del amor pasado.

No soy de donde vivo ni tampoco de más abajo. Yo soy de más adentro. Yo soy de mi corazón.

3

Nací el día de la muerte de mi abuelo en el diciembre del año capicúa del siglo pasado. Acto seguido, improvisaron mi nombre en honor al padre de mi madre, y en cada cumpleaños reímos y lloramos a partes iguales. Ya desde mi primer momento de vida, en mi familia descubrieron que había belleza en la tristeza y pensaron que de mayor sería un niño especial; pero llevo renegando de ese calificativo desde que supe que la gente así sufre más de la cuenta.

Al pasar por el lago del parque de Cabecera, vi una especie de cisnes a los que llamé «gatos», y esa fue mi primera palabra. Mis padres sonrieron y dieron por hecho que a mí siempre me gustarían los mininos; pero la verdad es que yo quería decir «patos» y no se dieron cuenta de la torpeza de mi confusión.

En el recreo del colegio, me dieron un zumito para merendar, sin embargo, no había manera de sorberlo: «Necesito una pajita, pero no sé cómo». Y mi amigo Carlos se bajó los pantalones y se la cascó delante de mí. El muy inútil había confundido mis palabras y yo me puse pálido. Tenía siete años y acababa de descubrir el sexo. Renegué de esos actos durante mucho tiempo y, aunque sigo siendo amigo de Carlos, nunca más he vuelto a tomarme un zumito.

Fui a la playa cierta tarde y allí me dejé olvidada la cartera. Al regresar, una chica estaba tomando el sol donde yo antes tenía mis cosas. Me ayudó a buscarla y tardamos cinco minutos en encontrarla y uno en enamorarnos. Pasé los tres mejores años de mi vida con mi primer amor. Luego me he dejado más cosas olvidadas en la arena, pero las he acabado perdiendo.

Hacía mucho que no escribía, pero el desamor llevó al insomnio y este a las largas noches de lápiz y libreta. Ahora me apetece hablaros de mi madre, de los gatos, de Carlos y de la chica de la cartera, que es a su vez la Chica de los tirabuzones. Si la vida es una sucesión de casualidades, mi mayor suerte fue conocerla y, ahora que la he perdido, necesito olvidarla convirtiéndola en libro. No sé si es motivo de celebración:

¡Qué feliz y qué triste me pone haber vuelto a escribir de nuevo!

4

«Y supe en seguida que no era magnífico.

Desde lo alto de la autopista

(con un asfalto resbaladizo lleno de hielo)

podía ver millas y millas».

BON IVER

No es mi verdadero nombre, pero Carlos está empeñado en llamarme así una y otra vez. Me ha cogido por banda y me ha dicho que necesito un alter ego para verter toda mi bilis en un papel en blanco. «Hazme caso, tío, no te pasaste toda tu adolescencia leyendo a Bukowski para no querer darle vida ahora a tu propio Hank Chinaski». Yo me he encogido de hombros y he suspirado:

—Así que desde este momento me llamo Martín, ¿no es así? —le he preguntado.

—Martín Herrainz, para ser más exactos. Un placer, yo soy Carlos. —Y los dos nos hemos puesto a reír mientras subíamos al tranvía camino a la Malvarrosa.

Tengo debilidad por los paseos marítimos. Me parece la perfecta línea divisoria entre un mundo que no quiere escapar de la rutina y otro que se cobija bajo el manto de un mar en calma que transmite la verdadera paz que necesito. Al llegar a la arena, he puesto Holocene de Bon Iver en el móvil, he sacado la libreta y me he sentado en la orilla a escribir versos míseros dedicados a los tirabuzones de las olas. Carlos, mientras, se ha dedicado a coquetear con dos chicas y, al acercarse con ellas, me ha presentado como Martín.

—Vaya, qué nombre más bonito —ha dicho una de ellas.

—No es real, pero escribo y necesito un sobrenombre, supongo.

—¿Escritor? Entonces seguro que estás enamorado.

Pero cualquiera que conociera a la Chica de los tirabuzones podría ser escritor o escritora. Ella es la línea divisoria de la que es imposible no enamorarse. Yo no he contestado a la pregunta y, al volver de nuevo hacia mi casa, he vuelto a escuchar Holocene , he cerrado los ojos y he recorrido con mis recuerdos el paseo marítimo del amor que guardo.

Es cierto que Martín no es mi verdadero nombre, pero no conozco sentimiento más real que el de mi línea divisoria.

5

«Como un simple beso tuyo en mi nariz.

Como el sol revoloteando en mi jardín.

Como aquella mariposa, con sus néctares, hermosa,

que se posa sobre el beso en mi nariz».

ADRIÁN BERRA

Si vienes y me preguntas te contestaré que no, que no sé lo que es el amor. Pensaba que tenía todo claro y sabía perfectamente cómo iba a hacer las cosas, que sentiría algo y lo vería venir, que actuaría de una forma determinada. Pero llegaste tú de la más absoluta casualidad y aún hoy me pregunto por qué fuiste diferente y desde que empezamos a quedar me preguntaba si era posible que me gustaras de la manera tan caótica y fabulosa en que me estabas gustando.

Comenzamos a salir y no solo te conocí a ti, también descubrí partes de mí que no sabía que existían; sin embargo, me ayudaste a averiguarlas y dominarlas para crecer como persona. En nuestras primeras quedadas exhibimos el encanto de convertir cada día en un sinfín de magia especial. Y, aunque suene raro, me complacía que nos preguntaran sobre nuestros planes y tener un gran abanico de respuestas: «Cuando nos juntamos, no existen dos citas iguales».

Martín, has roto todos mis esquemas. Has hecho que me plantee muchas cosas y mentiría si te dijera que eso no me dio miedo al principio (hasta me echó un poco para atrás); pero ahora veo que eso es lo que hay que pedirle a la vida, porque en algún momento hemos de cuestionárnoslo todo. No hace mucho me dijeron que nos pueden gustar o atraer involuntariamente muchas personas, pero somos nosotros los que elegimos a quién querer y a quién estamos dispuestos a conocer e intentar llegar hasta el final. Por eso, esta carta es para decirte que yo quiero elegirte a ti, en esta vida y en todas las que hiciera falta. Y, si me permites el juego de palabras, crecí con la idea de ser mayor y tener un Mar-ido a mi lado; ahora simplemente quiero crecer y seguir teniendo un Mar-tín.

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