Sin limitarse al humano, la referencia sobre actitudes diferentes e interacciones con cualquier ser viviente nos permite compenetrarnos con el resto de la naturaleza en evolución, como parte de sus vivencias. Al describir los sentidos como una verdadera gastronomía oriental, con distintos aromas, sabores y colores, nos permite palpar esa rica exuberancia natural.
En algunas partes nos presenta las distintas actitudes de vida del hombre para con el hombre mismo, sus conductas y ambiciones. Y nos introduce en los comportamientos de la psiquis humana, alteraciones compulsivas y viajes mentales oscuros, de una lectura compleja literalmente, dejándonos expuestos a una libre interpretación de sus textos. El hecho de que el autor sea profesional de la medicina le permite ahondar, muchas veces, en la verdadera mente enferma y brindarnos una descripción desde una óptica particular, por así decirlo, de cómo puede observarse la vida en sus distintos aspectos.
La espiritualidad y la idea de que todo se concentra en un solo ser superior, se expone a menudo, en momentos de búsqueda de justicia o sanación.
Varias referencias a distintos tipos de autores y escritores de otras índoles, hacen que el conjunto del texto sea interesante por las múltiples visiones que se les da a las distintas actitudes del ser humano y a la incidencia psicológica de sus comportamientos.
Claudio Roberto Vanni
Recordar a mi madre en un día como hoy, muy joven ella, me dejó huérfano.
Intelecto de vida por la vida misma, unida a su genética emprendedora, de personalidades fuertes, construyó una formación familiar en una época inhóspita, machista. Papel femenino, defendiendo a sus hijos en todos los frentes. Su rigidez frontal, fue pocas veces reconocida. Tenacidad maternal, marcada con empuje, sobresalir en la vida para continuar adelante. Supieron aprovechar sus descendientes, aquellos que quisieron, en este ocaso de mi vida, el reconocimiento como fuimos educados. Formación cuasi victoriana si lo fue, solo para que no te detuvieras en el presente. No fueron tres sino cuatro los varones educados, decía mi padre. El camino era recto, no existían las curvas muchas veces no entendidas. Agradezco lo logrado en mi profesión humanista, con pesar del desarraigo obligatorio, su apoyo prusiano. Escribía desde lejos y me hacía sentir su mecanografía, “tu madre Benicia”. Gracias por lo que fui en la vida, por afectos genuinos, disfraz de rigidez que me empujó a subir ese pedestal. Los logros son para ti, presente, constantemente, en recuerdos de enseñanzas de vida, afecto de madre ejemplar que nos cobijó. Alguno tendrá que rendir cuentas ante el maestro, sus dichos y actitudes para con ella, somos lo que somos por esa escuela de madre que nos brindó: Hasta pronto, mamá.
Aromas profundos, se hacen conscientes por momentos, en ese aire etéreo en movimiento constante, sobre la verde alfombra donde cobran vida embriagante en su andar de colores, perfumes de rosas que parecen exultantes, apabullantes. Narcisismo al extremo en su andar perenne de eterna primavera, colores fluctuantes y perfumes en ese aire de Plein Air, donde todo es abrumador, con sus aromas y elegantes colores de rosales móviles, que cobran vida con esos pasos elegantes. Haciendo gala de su fugaz belleza, engalana la verde alfombra que la expone, regalando todo en su corto pasar. Es vida, la que brinda en su pequeño andar, en la exposición del parque, vidrieras de colores y perfumes de rosas que cobran movimientos en su brisa que caminan, y deslumbran aromas por doquier, para el disfrute de aquellos, que los observan en su pasar.
Cuando los tiempos de instrucción anual finalizaban, venía el compás vacacional, como en un cuento de almejas. Me preparaba a partir en ese tren de vapor con sus múltiples estaciones de pueblos, donde las anécdotas vivenciales sobraban, aun hoy en mis recuerdos, aventuras de distintas índoles hechas reales, donde se acuñarían tiempos y noches largas para narrarlas. Emociones latentes en el recuerdo de ese niño engalanado de tantos sentires. Era de la mano de Irene, con quien veía los movimientos del tren que avanzaba por las múltiples estaciones de esos pueblos, con paisajes peculiares. Descubrimientos de vivencias marcadas en sus diferentes parajes. Sentir ese andar de máquina, con humos de nubes andantes y trajinar de sonidos, hacían fluir todos mis latidos de recuerdos emotivos. Tiempos vividos que se han ido de esa mano de Irene que acariciaba emociones de su nieto cada vez más sorprendido, hasta llegar a esa estación de pueblo cuasi dormido. Cuentos de almejas que serán revividos en los múltiples recuerdos muy sentidos. Años dorados que pasaron, donde aún persisten latidos
de la vida vivida.
Placer eterno de la carne móvil, sin espiritualidad sentida, moviliza caminos sin latidos de existencia. Lo que brilla siempre brilla. Verás inmóvil, sin nada ese brillar, pecunio andante que desgasta la mente de la nada. Avaricia de quererlo todo, como en el cuento de Dickens. Vida sin latido, vida sin afectos sentidos, vida con alforjas llenas que suenan huecas. Todo finaliza cuando atraviesas el puente. Te despojarán del todo, finalizarás tu llenado de alforjas, partirás como viniste a la vida, observarás lo que alguna vez acuñaste. Ya no serán tuyas, como el hombre de lata, en la vista del arcoíris que solo quería un corazón. Entonces verás lo hueca que fue la vida. Te faltó corazón, sueños de alforjas que no finalizarán en su andar por la vida, ejemplos vivientes de errores cometidos, siempre repetidos, ejemplos no válidos. La vida hueca sin un corazón latiendo es solo acuñar
el tiempo perdido.
Con Percí muy temprano, aún de madrugada, partíamos para la chacra. Larga tenida en ese cabalgar. Atravesar selvas verdaderas, senderos pequeños con oscuridad de sombras arboladas, ruidos de selva tropical, chimpancés, aves múltiples y algún que otro felino, se escuchaban en tremendo silencio de ese monte puro, con su único caminar civilizado dado por el camino por seguir. Andar azaroso donde el horario marcado era el brillo solar que traslucía el verde fulgurante de la selva. Palpitaciones mías hacían de mi latir un ruido unido al unísono de lo que sonaba, adrenalina en su estado puro que me daba tensión, placer y curiosidad por esos andares de aventura con mis años de niño adolescente, que acompañaban al andar de Percí. Él, muy serio, desafiante y atento de su nieto inquieto. Al llegar nos esperaban con el almuerzo de los campos y sabores de la tierra auténtica nunca más repetida. El sol brillante sobre los maizales, ese era otro cantar. Era la hora del fantasma de la siesta, prendido a Percí, que solo sonreía con afecto al percibir mis sentires. Yo admiraba el ruido del silencio, el andar de la nada que sentía mi latir que él lo escuchaba. Atardecía, y el volar era de los pájaros y también la mía, porque una noche con doble silencio, no sé si lo habría soportado. Entonces la vuelta a la casa era obligatoria, así tuviera que cabalgar con la penumbra del poniente entre esos ruidos que la selva intensifica en el horario donde las aves buscan su pernoctar, dando su despedida del día con ese trinar más intenso que el amanecer. Apresuraba mi andar para que no oscureciera porque mi latir ya lo escuchaba mi abuelo Percí. La aventura del día había finalizado, hoy lo recuerdo con mis recuerdos, de que mi viaje a la chacra fue muy feliz.
Pasaron años. Mi imagen de infancia quedó prendida en esa mente de recuerdos para seguir visualizando esos enormes piletones de seres vivos que me observaban, y yo a ellos, esperando su turno para el próximo diagnóstico. Batracios de distintos colores eran mi atracción favorita de los domingos en ese patio del fondo. Eran los que certificaban la anunciación de un nuevo ser humano, que venía a esta tierra como decía Manini. Curiosidad sin fin eran ellos que marcaban también mi futuro para que pueda seguir enunciando “llegará otro humano”. Atardeceres curiosos que me llevaban a los piletones del fondo donde me miraban algunos con sus ojos rojos y me hablaban para decirme, “verás, otro humano más que vendrá a tu mundo”. Esa anunciación me estremecía. Era un ser viviente que anunciaba la llegada de otro ser viviente. Nobles batracios que siempre finalizaban como la famosa higuera de Juana, tristes y feos.Acariciaba su tez fría y les decía que eran hermosos. Era en ese momento, en que con certeza, anunciaban la venida de una nueva vida y eso los hacía felices. Hoy, añoro esos recuerdos porque me anunciaban que sería yo el próximo batracio que anunciaría una nueva vida.
Читать дальше