Julián Resquicio - El sueño de Vara

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Vara es una joven serpiente verdiamarilla muy humanizada. Su sueño es conocer al HOMBRE (con mayúsculas), ese gran «depredador» del equilibrio natural, a quien ella percibe como un sueño de perfección. Toda la peripecia de su viaje está contenida en ese sueño e impregnada de naturaleza, de poesía y de paisaje.

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Este ultimo juego se realizó rodeando con proximidad su cuadrilátero protegido por columnas, salvo por una esquina, como ya se os ha informado. Sin embargo, ahora Vara se sentía tranquila, pues aparte de tener la convicción de que estaban jugando, y eso no parecía en principio nada intimidatorio, sus pies no se movían del sitio, es más, los mantenían pegados al suelo desplegados en forma de escuadra, y eso la tranquilizaba.

De repente, uno de aquellos hombres azulados, situado casi frente ella y que aparentaba tener una edad superior a la media, clavó su vista en Vara y de una forma enérgica, le reprochó:

—¿Puede saberse qué haces tú aquí? ¿Acaso no te estaba yo conduciendo por un pedregal repleto de pinchudos erizones y aliagas?

Todo esto se lo dijo aquel hombre sin cortarse, casi gritando, ante la aparente pasividad o indiferencia de todos sus acompañantes en aquel extraño juego, que ahora Vara imaginó como el rito previo a un banquete en el que sin duda ella debía tener un gran protagonismo.

Vara permaneció impávida, sin saber muy bien cómo reaccionar, pues temía que su respuesta fuese oída por todos, lo que sin duda originaría una persecución con palos y piedras para acabar con ella, pero en vista de que aquel hombre la miraba a los ojos, un tanto colérico, en espera de una respuesta, se vio obligada a responder:

—¡Yo…, señor…, pues… no lo sé!

En efecto, Vara desconocía cómo había podido llegar a este extrañísimo lugar en el que su vida parecía hallarse ahora en un riesgo inminente. Luego, tras respirar hondo, algo que su padre le había enseñado cuando la instruyó en la captura de las hormigas aladas, se tranquilizó un tanto al comprobar que, salvo el hombre airado que la interrogaba, los demás componentes del grupo no parecían estar al tanto de su interrogatorio, lo que le resultaba más tranquilizador. El hombre colérico no tardó en devolverla a la realidad, en deshacer su sueño.

—Tú no eres sino parte de mi sueño creativo y jamás deberías haberte salido del guion, soy yo quien decide lo que debes hacer en cada momento.

Vara no comprendía nada de aquellas autoritarias afirmaciones. Ella ni siquiera había respetado el deseo de su padre, la única persona a la que reconocía una cierta autoridad en su vida, a la que debía un cierto respeto, basado más en el amor que en otra cosa, pero, aun así, Vara presentía que aquellas encriptadas e incomprensibles palabras no podían conducir a nada bueno, por lo que apenas se atrevió a balbucear:

—Le aseguro..., señor..., que nunca pensé que ustedes pudieran estar celebrando su fiesta bajo…

Aquí se interrumpió, pues ella no podía imaginar nada de lo que allí estaba sucediendo. Ni siquiera comprendía las palabras malsonantes de aquel hombre que la reducía, a ella, a una parte de su sueño, que le quitaba su identidad, que pretendía que ella era solamente un títere que debía servir a sus malvados intereses y a sus juegos, que ahora se le antojaban crueles. Recordó las advertencias de su padre y pensó que la realidad superaba en mucho los peligros que le habían sido advertidos. Ante todo, no podía imaginarse que la crueldad de los hombres pudiese ser tan teatral, tan calculada. Recordó la escena del campamento de las ratas, en el que una de ellas hablaba por todas y las demás se limitaban a corearla, pero aquí era diferente, sus compañeros de juego permanecían inmutables lo que no le permitía ni siquiera sospechar lo que pensaban.

Después de unos segundos sin poder esbozar un sonido audible, finalmente se atrevió a explicar:

—Probablemente entré por alguna rendija sin advertirlo, le pido perdón, señor, por mi intromisión en su juego…, y…

—No te preocupes —respondió el hombre, ahora visiblemente más sosegado ante unos hechos que eran ya irreversibles—. Haré un nuevo borrador y te sacaré de aquí, pero debes olvidar todo lo vivido dentro de este espacio sagrado y no volverás a hacer referencia alguna al mismo en tus futuras andanzas. Nunca olvides que eres solo una pequeña serpiente inventada por mí, simplemente eso, una pequeña serpiente —reiteró para que le quedara bien grabado en la memoria.

Vara se sintió aliviada por su probable salvación mediante aquel método extraño de hacer un nuevo borrador, imaginó que se refería a una galería subterránea, como las que hacían los topos en su prado, cerca de su hogar y que tan bien solucionaba a menudo el menú de sus padres.

«Espero que ese borrador no sea algo así y me estén esperando todos a la salida para devorarme —pensó, pero luego se tranquilizó al recordar que los humanos eran vegetarianos—, ¡al menos tanto como ella!».

Un golpe violento sobre unas ramas secas del suelo la devolvió a la realidad. Se acopló al lugar, toda dolorida y suspiró pensando que todo había sido un sueño, o simplemente la consecuencia del estado de inconsciencia producido por su caída.

Una vez recuperada de su horrible pesadilla y del impacto no excesivamente grave de su caída, Vara recuperó algunas imágenes de su sueño para concluir que los hombres eran seres extraños pero incapaces de hacer daño a nadie, pues aparte de ser vegetarianos, les gustaba mucho disfrazarse y jugar, incluso algunos (y ahora, pensaba en los hombres del estrado), eran muy presumidos y les gustaba adornarse con colgajos de colores y cosas brillantes que al parecer les otorgaban mayor notoriedad. Sin lugar a duda, pensó, su padre no había sido demasiado equitativo al juzgarlos.

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