Julián Resquicio - El sueño de Vara

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El sueño de Vara: краткое содержание, описание и аннотация

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Vara es una joven serpiente verdiamarilla muy humanizada. Su sueño es conocer al HOMBRE (con mayúsculas), ese gran «depredador» del equilibrio natural, a quien ella percibe como un sueño de perfección. Toda la peripecia de su viaje está contenida en ese sueño e impregnada de naturaleza, de poesía y de paisaje.

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Las dificultades de comprensión de este capítulo, tal vez se verían allanadas con un plano de situación y unas breves nociones de fracmasonería (algo que adoro, podéis creerme), pero la carencia de estos elementos de ayuda no impide una lectura cálida y sencilla del mismo, basta con que la imaginemos en un lugar arcano donde se desarrollan acciones de una cierta liturgia ancestral y secreta, oculta para los no miembros del grupo. Lógicamente, un conocimiento somero de la masonería nos permitiría una lectura más compleja e interesante, si bien también podría originar disensiones sobre las opiniones vertidas que, por lo demás, no van mucho más allá de una visión crítica e irónica, tal vez algo burlesca, de lo que puede otear nuestra curiosa protagonista.

Asumidos los hechos, tuve que emplearme a fondo. Por una parte, pensaba que lo más prudente sería eliminar el capítulo soñado por mí del sueño de Vara; por otra, veía en esta supresión una censura previa de la propia autonomía de mi personaje que me desagradaba, ¿no era esto lo que me sucedió a mí en la Obediencia, donde su máximo representante preconizaba la libertad absoluta de conciencia de sus miembros, pero luego era incapaz de soportarla? ¡No, no me parecía correcto recortar aquello que algo ajeno a mi propia voluntad había dispuesto!

Entonces, decidí dejarlo y lo reescribí, le busqué encaje en el relato, lo desarrollé hasta poderlo integrar en la experiencia vital de mi protagonista.

El problema surgió cuando hubo necesidad de sacarla de allí. Para ello, tuve que intervenir en el relato (¡Vara era la narradora, yo el autor!), era la única posibilidad de sacarla del templo, de salir de su sueño, de nuestro sueño simultáneo.

La duda, la oportunidad o no de este capítulo, ha sido una constante a lo largo de toda la redacción de nuestra novela, de nuestra fábula, de nuestro relato, llamadla como queráis, pero a medida que el relato avanzaba, esta pequeña parcela de este estaba tan integrada en la experiencia de nuestra joven serpiente, que hacerlo hubiera supuesto una redacción casi completa, casi en su integridad.

El resto del relato no me presentó ninguna dificultad. Las cosas sucedían como tenían que suceder, los acontecimientos se producían de manera tranquila, incluso las terribles tormentas que causaban estragos. Vara hacía bien su papel, solo cuando me llevaba a situaciones que no me parecían razonables (el encuentro con Goba, su amigo del alma), debía hacerme presente en el relato para no turbar el sueño global de una historia que de algún modo flotaba en mi memoria en su totalidad. Vara crecía casi sin mi intervención, pero lo hacía sobre un esquema global (mental, claro) del que no podía salirse. Su sueño era parte de mi sueño y eso había que respetarlo, era una prioridad.

Creo que, si algo va a salir en claro de este relato fabulado, tal vez sea el amor a los reptiles (¡ya casi en peligro de extinción en Europa!), al menos a los que tienen escasa o nula peligrosidad, aunque sin descartar a ninguno de ellos, evidentemente, pues Vara está adornada con los mejores atributos que puedan concebirse en cualquier ser humano.

¡Los seres humanos, ay, sí, nosotros! Estos son los más denostados en el relato que mis devotos animales han escrito, era imprescindible que una vez más tuviera que implicarme a fondo si deseaba salvar su autoestima, pero eso no voy a desvelarlo, eso solo puede suceder cuando ellos me hayan arrastrado hasta el final de esta bella aventura, cuando Vara haya culminado su hermoso sueño de acercarse a los hombres y, tal vez, de amarlos.

Espero que en tu calidad de adolescente o de adulto que todavía conserva huellas de su niñez, sepas identificarte con el recorrido vital y natural de nuestra protagonista.

CAPÍTULO 1

Así pudo empezar todo Había una vez una familia de serpientes que habitaba - фото 2

Así pudo empezar todo

Había una vez una familia de serpientes que habitaba bajo un cúmulo de piedras que soportaba un viejo poste de teléfono, en un hermoso prado de montaña. Tenían una sola hija de apenas dieciocho meses.

Sus recursos parecían escasos, pues el entorno era apenas visitado por moscardones y mariposas nocturnas, lo que representaba un gran problema de abastecimiento para la familia, dado que el moscardón es rápido y desconfiado, en tanto que las polillas no tenían gran cosa que llevarse a la boca. Esto, sin contar con que Vara, así se llamaba la hija de nuestra humilde familia, se sentía más bien vegetariana, ¡bueno, en la medida en que esto fuera posible!, pues todas las serpientes son carnívoras. Además, era alérgica al polvo que se desprende de las alas de las mariposas.

Cuando hubo cumplido apenas veinte meses, tomó la decisión de dejar de ser una carga para sus padres, y aprovechando el momento de la comida en que, eventualmente, los tres disfrutaban de una amena conversación sobre la abundante floración del prado en aquella primavera, Vara les espetó:

—¡Mamá, papá, me gustaría recorrer el mundo! Deseo ver unas flores distintas de las que llevo viendo a lo largo de mi vida y además deseo dejar de ser una carga para vosotros que sois tan pobres.

—¡Ay, hijita, recorrer el mundo! Pero el mundo está lleno de peligros y tú todavía no has alcanzado los dos añitos —le respondió muy triste su madre.

—¡No sabes lo que dices, hija mía!, el mundo que deseas recorrer es muy peligroso, incluso para mí. En ese mundo hay muchos animales que intentarán hacerte daño, especialmente los hombres, esos seres extraños que en tiempos remotos debieron pertenecer a nuestra familia pero que ahora caminan erguidos como el poste que se sostiene sobre nuestras cabezas. Esos seres son muy dañinos, hasta los más chicos, pues utilizan piedras y palos para hacernos daño —le aclaró su padre, no menos triste y apenado que su esposa.

—Lo sé, papá, ¡pero no todos esos seres serán tan malos! Además, yo también puedo ser muy peligrosa —se defendió la serpientita, al tiempo que mostraba sus dos hileras de dientecillos, apenas visibles, en cada una de sus mandíbulas.

—Pero, Vara, nosotras no tenemos ponzoña, solo somos peligrosas para pequeños animales o insectos. Correrás grandes riesgos que van a preocuparnos en exceso —le matizó su madre, que temía que su decisión fuese ya irrevocable.

Y, en efecto, la decisión de Vara era ya irrevocable. Durante los escasos días que siguieron, nuestra protagonista se proveyó de un pequeño hatillo en el que puso un poquito de todo. Algo para comer, alguna camisa por si mudaba y algunos utensilios de uso frecuente y poco voluminosos que podrían serle útiles. Cuando tuvo todo preparado, se despidió cariñosamente de sus padres y apenas despertó el nuevo día partió a su aventura un tanto entristecida, pero a la vez llena de animosidad y de deseos de conocer cosas nuevas y, sobre todo, a los hombres, esos seres casi desconocidos e intrigantes que, sin saber muy bien por qué, siempre le habían fascinado.

CAPÍTULO 2

El encuentro con las ratas de agua La primera jornada de su viaje resultó - фото 3

El encuentro con las ratas de agua

La primera jornada de su viaje resultó tranquila. Apenas tuvo necesidad de comer unas babosas que abundaban por doquier, pues continuamente caminaba por la orilla umbrosa de un riachuelo que de ningún modo se le ocurrió atravesar.

Ya la oscuridad desalojaba a la mortecina luz del atardecer cuando de repente atisbó a lo lejos el humo blanquecino de una fogata. Como estaba muy fatigada y el frío comenzaba a hacer mella en su alargado y minúsculo cuerpo, Vara sintió al mismo tiempo un gran alivio y un temor desconcertante. A esas horas su familia solía recogerse al calor del hogar y solamente cuando amanecía, ya desayunados, se colocaban en la dirección del sol naciente para recibir su calor benefactor. Sin embargo, esas sensaciones que tanto le agradaban, pertenecían ya a un pasado que a la vez le parecía inmediato y muy lejano. Ahora era ella misma la que tenía que asumir su destino, la que debía tomar las decisiones, acertadas o no, para poder sobrevivir.

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