Son las tres y veinte minutos del lunes 26 de enero de 1948, en Tokio, y yo estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y estoy bebiendo y ahora, ahora corremos y sufrimos arcadas, nos tambaleamos y perdemos el equilibrio, y empezamos a caer y a caer y a caer.
Infectados, caemos y caemos.
Caemos. Caemos.
Caemos con lágrimas en la cara.
Con lágrimas y lágrimas.
Estamos llorando. Estamos llorando.
Lloramos todo el tiempo.
Lloramos a cada minuto,
aquí. Pero en la Ciudad Ocupada, son las tres y veinte,
ahora son las tres y veintiuno,
ahora las tres y veintidós,
y veintitrés.
En la Ciudad Ocupada, los minutos y las horas, los días y las semanas, los meses y los años pasarán. Pero en la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma, entre dos lugares, los minutos y las horas, los días y las semanas, los meses y los años no pasarán.
Aquí donde a cada minuto es enero, pero donde enero no es enero, aquí donde a cada minuto es 1948,
pero donde 1948 no es 1948;
aquí donde no envejecemos.
En la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma,
a cada minuto son las tres y veinte.
Pero aun así te vemos envejecer, te vemos
envejecer y te vemos olvidar…
Aquí, donde a cada minuto son las tres y veinte.
Aquí, donde a cada minuto es gris.
Y estoy cayendo al color gris, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo, estoy cayendo.
Estoy cayendo, estoy cayendo.
Estoy cayendo.
Cayendo.
Aquí, en la Ciudad Perpleja, la Ciudad Póstuma, esta ciudad que no es ninguna ciudad, en el lugar gris, este lugar que no es ningún lugar,
todos caemos, alejándonos de la luz,
de la Ciudad Ocupada,
todos caemos, a la tierra y al cielo,
todos caemos, caemos, caemos.
De tu ciudad y a nuestros ataúdes…
Doce ataúdes baratos de madera .
Tu ciudad, nuestro ataúd …
Aquí, aquí.
Bajo la nieve. En la parte de atrás de un camión. Aparcado delante del banco. Bajo el aguanieve. Bajo la lona húmeda y pesada. Conducida por las calles. Bajo la lluvia. Al hospital. Al depósito de cadáveres. Bajo el aguanieve. A la morgue. Al templo. Bajo la nieve. Al crematorio. A la tierra y al cielo. En nuestros doce ataúdes baratos de madera.
Ceniza en vez de pelo, tierra en vez de piel, entre los copos y los terrones / desafiamos al fuego y al rastrillo, a la pala y a la tumba / a la tumba de la tierra y a la tumba del cielo / en el abismo del cielo y en el abismo de la tierra / tu tierra y tu cielo, que no son nuestro cielo, ni
nuestra tierra / ni aquí ni ahora
Hacia las alturas caemos ,
hacia las profundidades…
Estos doce ataúdes baratos de madera, en los que yacemos. Pero no yacemos quietos. En estos doce ataúdes baratos de madera, nos agitamos. En el color gris, nos agitamos. En esta ciudad, nos agitamos. Nos agitamos y lloramos, lloramos las palabras:
¿Dónde está la ley, preguntamos al caer, al caer del ser al no-ser, mientras nos agitamos, entre un lugar y el no-lugar ,
mientras lloramos, dónde está la ley?
En el Ab-grund, en el No-suelo, la ausencia de fondo, la caída sin fondo / Aquí, otras voces en este Reino de lo Otro pronunciarán el otro-nombre de este otro-lugar.
En este no-lugar, en esta no-ciudad, entre dos lugares, en este Reino de lo Otro / No hay golondrinas, aquí no vuelan las golondrinas / Aquí arrastramos los pies por la alfombra de sus cadáveres, de un lado para otro, por sus pechos hinchados y sus alas estériles / Aquí, donde sus ojos quietos nos acusan, amarillos / Aquí, donde sus picos vacíos siguen abiertos, amarillos.
En este lugar de no-lugar, yacemos. Tiene un nombre
y no lo tiene. Dilo pues,
dilo ahora: Cesura.
Entre nosotros.
En este lugar-no-lugar / ausencia de lugar, este lugar llamado Cesura, nombrado Cesura, este lugar que nos quita el aliento, este lugar que nos deja llorando. Siempre llorando. A cada minuto.
Eres sordo, eres mudo y eres ciego ,
es por eso que no puedes ni quieres oírnos ,
no puedes ni quieres ayudarnos ,
¿verdad…?
En la Ciudad Perpleja, en la Ciudad Póstuma, en Cesura, a cada minuto.
No quieres ayudarnos, ¿verdad que no, querido escritor?
La primera vela es apagada.
Apagada a cada minuto.
En-Cesura, In-diferencia …
Bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, en el círculo mágico, con la cara blanca cayendo y la túnica roja ondeando, la médium ya se ha desplomado al suelo antes de que puedas hacer nada. El viento, la campanilla y el tambor quedan en silencio, la médium queda muda y tumbada en el suelo,
en el suelo bañado de lágrim-astillas.
In-diferencia y en-cesura…
La primera vela apagada,
la médium agotada.
Des-in-corpor-ada…
Ahora que ya no estás poseído, te has quedado solo aquí. Aquí en la Ciudad Ocupada, solo y sordo, mudo y ciego.
Y aun así, intentas escribir,
coger tu pluma
para volver a escribir
aquí. Aquí, en este lugar situado entre las cosas que hiciste y las que no hiciste, entre las cosas que sentiste y las que no sentiste, entre las cosas que dijiste y las que no dijiste,
aquí, en este lugar situado entre lo hecho y lo des-hecho, entre lo sentido y lo no-sentido, entre lo dicho y lo desdicho.
Y aun así, intentar escribir,
volver a escribir
aquí.
Pero aquí lo hecho nunca puede des-hacerse,
ni lo des-hecho hacerse.
Aquí lo sentido nunca puede no-sentirse,
ni lo no-sentido sentirse.
Lo dicho nunca puede des-decirse,
ni lo des-dicho
decirse.
Aquí donde ya sabes que lo escrito no puede des-escribirse,
y donde tienes miedo —miedo, miedo, miedo— a lo no-escrito,
lo no-escrito nunca puede escribirse,
lo no-escrito no puede escribirse
aquí. Aquí donde la vista se te nubla, donde el oído te falla. Aquí y ahora, donde las pesadillas y los dolores de cabeza atormentan tus días y tus noches. Aquí y ahora, mientras confundes el sol con la luna, la luz del sol con la de la luna, la caída del sol con la luz de la lluvia,
la vida con la muerte, tos-tos,
la muerte con el nacimiento. Aquí.
En este círculo mágico de once velas, en esta cámara superior de la Puerta Negra, toses y tos-toses, viendo-nublado y oyendo-mal, toses y tos-toses, lagrimeando y sangre-manchando aquí. Aquí entre las lágrimas vacías y los papeles que caen, estás tosiendo, tos-tos, y también dando vueltas, vueltas y más vueltas, sin poder escribir, sin ver nada,
todavía medio sordo a los pasos-en-escalera,
a las sirenas y a los teléfonos.
—Basta de llorar —susurra una voz, la voz de un viejo—. Basta de llorar, basta de llorar por él…
Se te cae la pluma, la pluma-sin-tinta. Abres los ojos, los ojos rojo-secos. Las once velas se han apagado, la Puerta Negra ha desaparecido, la Ciudad Ocupada ha desaparecido. Estás de pie en un cobertizo, en un establo, con olor a tierra, olor a humedad. Estás mirando cómo un anciano abre cajas de cartón y saca expedientes de ellas, expedientes polvorientos y telarañosos, y se pone a ojear los papeles y los documentos, los documentos y los cuadernos, cuadernos y más cuadernos.
—Fue hace muchos años —está diciendo el viejo—. Ya no hay mucha gente que se acuerde de cómo fue en realidad el caso de Teigin.
»Pero yo sí me acuerdo. Porque yo estaba en la Unidad de Asesinatos. La Unidad n.º 2 de la Primera División de Investigaciones de la Policía Metropolitana de Tokio. Y la Unidad n.º 2 era la que se ocupaba de todos los asesinatos.
Читать дальше