David Peace - Ciudad ocupada

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Tras Tokio Redux (Mejor Novela Negra del 2021 según El País) y Tokio año cero, rematamos la Trilogía de Tokio de David Peace con esta sensacional novela de intriga.Tokio, 26 de enero de 1948. Un hombre entra en una sucursal del Banco Teikoku, se identifica como funcionario de salud pública e informa a los empleados que ha de administrarles una vacuna para contener un brote de disentería. Minutos más tarde, doce de los trabajadores mueren, cuatro caen inconscientes y el falso doctor desaparece con el dinero. Sobre la nieve que cubre la ciudad ocupada por los estadounidenses, un escritor corre desesperado, tratando de concluir la crónica de aquella masacre sin sentido.Encuentra refugio y respuestas en la oscuridad de un templo en ruinas: un ritual arcano evoca a los testigos del crimen, cada uno con su propio fragmento de verdad. A la luz vacilante de doce velas, desfilan policías y delincuentes, chivos expiatorios y ocultistas, muertos que no encuentran descanso y vivos que se sienten culpables por no estar muertos. Guiado por estas voces de las sombras, el escritor rastrea informes confidenciales sobre el uso de armas químicas en Manchuria durante la guerra, confesiones avergonzadas de quienes las aplicaron y diarios desquiciados de quienes las investigaron, enfrentándose a la cambiante y esquiva verdad. Con Ciudad ocupada, segundo capítulo de la Trilogía de Tokio, David Peace recrea el caso real y desconcertante del envenenamiento en el Banco Teikoku.

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Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos.

En pleno ascenso te detienes, paralizado

en la escalera, escoliado, acuclillado,

sin respirar.

En la cámara del altillo, justo debajo de la techumbre, brilla una luz sobre tu cabeza, aquí dentro de la Puerta Negra,

aquí no estás solo, aquí en-presencia-do

Subes un poco más, vuelves a pararte, y ahora ves.

En la cámara superior, dentro de un círculo mágico.

Doce velas y doce sombras.

En la Ciudad Ocupada, bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, dentro de ese círculo mágico de doce velas,

ahora estás de rodillas.

De pronto, el destello de un relámpago ilumina el techo de la cámara. Miras, escuchas. Oyes el retumbar de un trueno, la lluvia que cae con fuerza sobre el tejado de la puerta. Escuchas, miras.

A la luz de las velas, ves y ahora oyes una campanilla, sacudida en medio de la habitación; oyes y ves una campanilla y una mano.

La campanilla roja y la mano blanca, el brazo blanco y la manga roja, la túnica roja y la cara blanca de una mujer.

La mujer, la médium, delante de ti.

En el centro del círculo de las velas,

plantada en su desagüe circular.

Ahora una repentina tormenta le agita el pelo y la túnica, porque te acaba de encontrar de nuevo el viento cargado, el viento lleno de fantasmas,

y la médium vuelve a sacudir la campanilla, una y otra vez.

Y a la campanilla se le suma un tambor que retumba despacio,

mientras la médium se pone a danzar, a girar sobre sí misma.

Frenética, la campanilla tintinea y el viento aúlla,

el tambor retumba una y otra vez, sin parar.

Los pies se mueven por la madera astillada,

danza y gira, gira sobre sí misma.

Y de pronto se detiene, como una

estatua, y se le cae la campanilla…

Te mira de golpe y te dice:

«Que empiece el juego de contar historias…» .

Y se abalanza hacia ti,

en esta Ciudad Poseída.

La médium cae al suelo delante de ti, a continuación se incorpora hasta sentarse, quieta y tensa, y abre la boca para hablar. Con voz monótona y etérea, la médium habla. Y pronuncia las palabras de los muertos.

—Es por ti que estamos aquí —susurran—. Es por ti, querido nuestro, querido escritor, es por ti…

LA PRIMERA VELA

EL TESTIMONIO DE LAS VÍCTIMAS DEL LLANTO

Es por ti. La ciudad es un ataúd. Bajo la nevada. En la parte de atrás de un camión. Aparcado delante del banco. Bajo el aguanieve. Bajo la lona húmeda y pesada. Conducido por las calles. Bajo la lluvia. Al hospital. Al depósito de cadáveres. Bajo el aguanieve. A la morgue. Al templo. Bajo la nevada. Al crematorio. A la tierra y al cielo.

En nuestros doce ataúdes baratos de madera.

En estos doce ataúdes baratos de madera estamos. Pero no estamos quietos. En estos doce ataúdes baratos de madera nos agitamos. Ni a oscuras ni a la luz; nos agitamos en el color gris; porque aquí solo hay gris, aquí solo nos agitamos.

En este sitio gris,

que no es un sitio,

nos agitamos, todo el tiempo, a cada minuto.

En este sitio, que no es un sitio, que está entre dos sitios. Los sitios donde estábamos antes y los sitios donde estaremos.

Los muertos que viven,

la muerte en vida.

Entre estos dos sitios, entre estas dos ciudades:

Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, aquí habitamos, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma.

Aquí habitamos, en la tierra, con los gusanos,

en el cielo, con las moscas, ya no estamos en las casas del ser. Más allá de la pérdida, bandadas enteras de pájaros caen del cielo y nos rocían de plumas ensangrentadas y alas cortadas. Pero aun así te oímos . Los que ahora estamos en las casas del no-ser. Más allá de la pérdida, bancos enteros de peces saltan desde el mar y nos rocían de tripas ensangrentadas y de cabezas cortadas. Aun así te vemos . Queremos volver a respirar, pero nunca volveremos a respirar. Más allá de la pérdida, rebaños enteros de ganado se escapan corriendo de los campos y nos pisotean con sus cadáveres ensangrentados y sus brazos y piernas cortados. Te escuchamos . Queremos regresar una vez más, pero nunca lo conseguiremos. Más allá de la pérdida. Te seguimos mirando . A través de nuestros velos.

Esos velos que ya no nos cuelgan ante los ojos, esos velos que ahora nos cuelgan detrás de los ojos, de hilos tejidos con nuestras lágrimas, de tramas tejidas con nuestras muertes, esos velos que han reemplazado a nuestros nombres, que han reemplazado a nuestras vidas.

A través de estos velos,

seguimos viendo.

Te seguimos mirando, te miramos…

Con las bocas siempre abiertas, con las bocas ya abiertas. Pero ya no hablamos, ya no podemos hablar, solo podemos articular, en silencio:

¿Te importamos? ¿Alguna vez te importamos?

Nuestras bocas siempre gritan,

ya gritan, ya grita

esa boca:

Tu apatía es nuestra enfermedad; tu apatía, una plaga…

Habitamos más allá de la pena. Tienes la boca cerrada. Habitamos más allá del dolor. Tienes los ojos cerrados. Más allá de la aflicción y de la desesperación. Tienes los oídos cerrados, porque no nos oyes, porque no nos escuchas…

Y estamos cansados, muy cansados, increíblemente cansados.

Pero seguimos habitando, entre estos dos lugares.

Seguimos más allá del abandono y la ruina. Cuando te emborrachas, nos sueltas una arenga . Esperamos más allá de la extinción. Sobrio, no nos haces caso . Olvidados y sin que nadie nos atienda, enterrados o quemados, atormentados y agitados, bajo tierra y por encima del cielo, sin sueños y sin descanso. Estamos cansados, muy cansados. Eres ciego a nuestro sufrimiento . Estamos muy cansados, muy y muy cansados. Eres sordo a nuestras súplicas . Lloramos sin lágrimas, gritamos sin hacer ruido,

pero seguimos esperando, y seguimos

mirando.

Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma, esperamos y nos agitamos. En este sitio gris, en el que seguimos esperando,

mirando y agitándonos:

¡Maldito seas por habernos arrojado a este lugar! ¡Maldito seas por retenernos aquí! Veleidoso, eso es lo que eres .

Veleidosos es lo que sois, los vivos sois veleidosos…

Mientras nosotros seguimos olvidados, olvidados y denegados.

Vidas olvidadas y muertes denegadas.

Porque nos negáis la muerte…

Nos denegáis y nos atrapáis…

En la Ciudad Perpleja, la Ciudad Póstuma, más allá de la Ciudad Ocupada, antes de la Ciudad Muerta, seguimos atrapados, atrapados en el color gris, atrapados en la ciudad. En esta ciudad que no es una ciudad,

este lugar que no es ningún lugar.

Aquí nos removemos, no paramos de movernos, de ir en círculos, con nuestras cajas. ¿Has oído nuestros pasos en tu corazón? Nuestras cenizas, colgando del cuello, nuestros huesos, en estas cajas. ¿Has sentido nuestras yemas en tu carne? Levantamos los hombros, levantamos la cara, levantamos la vista. ¿Has venido a llevarnos de vuelta, de vuelta a la luz? De vuelta a la luz, empezamos a arrastrar los pies. ¿De vuelta a la Ciudad Ocupada? En la Ciudad Ocupada, vamos en círculos, alrededor de estas doce velas, nos congregamos, damos vueltas y vueltas.

De vuelta en la Ciudad Ocupada, volvemos a ser las víctimas.

Aquí nunca somos los testigos. A cada minuto somos las víctimas.

Y por eso lloramos. A cada minuto estamos llorando.

Aquí, los que una vez estuvimos vivos.

Ahora lloramos todo el tiempo, aquí.

Aquí y esta noche, llorando.

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