Todos necesitamos examinar de vez en cuando la salud de nuestra lealtad intelectual y teológica a Cristo, y solo podemos hacerlo al escudriñar constantemente la Biblia. Es muy fácil olvidar cómo la Escritura llegó a nuestras manos. John Wycliffe y William Tyndale trabajaron duro y en condiciones muy peligrosas para entregarnos la Biblia en inglés. Tyndale fue quemado vivo en Bélgica por la traición de un coterráneo suyo. Cranmer, Ridley y Latimer fueron quemados vivos en Oxford. Estos valientes hombres estaban decididos a entregarles la Escritura a las personas. Sus esfuerzos encendieron un fuego en los corazones de hombres y mujeres en todo el mundo, estimulando e inspirando, incluso a los más humildes, a estudiar la Biblia por su cuenta y escuchar la voz de Dios, en vez de inclinarse ante alguna autoridad eclesiástica externa y opresora. ¿Qué pensarían si vieran las Biblias, ahora disponibles gracias a sus sacrificios, en las estanterías sin que nadie las lea?
A todos nos gusta estar en contacto. Es por eso que hoy los teléfonos móviles superan en número a las Biblias en las manos y los bolsillos de los cristianos en todo el país (¡aunque los teléfonos tienen Biblias en ellos!). Pero, aunque sea importante escuchar a los demás, nuestra prioridad es escuchar a Dios. Al menos, es uno de los retos de la vida de Daniel.
LA FORMA DE LA PROTESTA
Daniel 1
La forma en que Daniel llevó a cabo su protesta es un modelo para nosotros. Una vez más usamos la declaración de Pedro para ilustrarlo:
Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo (1 Pedro 3:14-16).
La necesidad de ser sensibles
Ahora nos enfocamos en la última parte de la declaración de Pedro, donde él se centra en la forma en que defendemos el mensaje. Él expresa que debemos hacerlo «con mansedumbre y respeto». Daniel ejemplifica esta actitud de manera exacta. Primero se dirige a Aspenaz, el jefe de los eunucos en la corte, quien parece haber sido una especie de oficial administrativo responsable del bienestar de los estudiantes. Daniel le pide autorización para no servirse de la comida. Él no golpea de repente la mesa del comedor y exige otra comida como un derecho (en nombre de su religión, derechos humanos, o alguna otra cosa). De forma educada le hace su petición a Aspenaz en privado.
El hombre tiene miedo y confiesa su temor a Daniel . Esto es notable. La explicación es: «Dios le dio a Daniel favor y compasión» a los ojos del oficial. No se narra, pero podemos estar seguros de que Daniel había orado por la situación. También podemos estar convencidos, por lo que sigue, de que Daniel se había comportado de una forma amable y respetuosa con el oficial y se ganó su confianza. Si tenemos que iniciar algún tema difícil con las personas, de igual modo debemos aprender a ser gentiles y respetuosos con ellas. Es triste que haya algunos cristianos a los que estas dos cosas les sean muy engorrosas. Vale la pena analizar por qué ocurre esto.
Para algunos, la convicción de que «conocen la verdad» les produce una actitud agresiva que apesta a superioridad y es muy desagradable. Olvidan que Aquel de quien profesan ser testigos, Él que es la verdad (Juan 14:6), fue el más gentil de los hombres. Él era manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Por supuesto, esto no significa que era un derrotista tonto, aburrido y sin fuerza de carácter. Cristo estaba lleno de valor y autoridad moral, y mostró (justa) ira cuando fue necesario. Pero siempre fue cortés y respetuoso. Aquellos de nosotros a quienes les es muy difícil respetar o ser gentiles con los que no están de acuerdo con nosotros, necesitan esforzarse mucho para aprender a ser así.
Con cuánta facilidad olvidamos que el hombre o la mujer con quien hablamos es una criatura, como nosotros, infinitamente preciosa porque fue hecha a la imagen de Dios. De hecho, eso es parte de la gloria del mensaje que deseamos transmitir a nuestros semejantes. No son meras excrecencias casuales en el universo, sino que tienen una dignidad dada por Dios como su Creador. Caemos entonces ante nuestro primer obstáculo si no reflejamos esa dignidad en nuestras actitudes. Queremos también que ellos sepan que Dios amó tanto al mundo, lo amó de tal manera que, de hecho, dio a Su Hijo para que muriera por él. Poco nos ayudará comunicar este mensaje si lo transmitimos con un aire de superioridad y arrogancia. Nuestro objetivo debe ser fraternizar con las personas como Jesús lo hizo, no simplemente hablar a posibles conversos. Si no estoy interesado en una persona como persona, es comprensible que ella no se interese en mí o en mi fe.
Entonces, ¿cómo acercarnos a otros con una verdadera motivación? C. S. Lewis, como en muchas otras cosas, es útil en este punto. En una ocasión sugirió que si queremos saber cómo es amar a alguien, debemos preguntarnos qué haríamos si amáramos a la persona, y entonces ir y hacerlo. Lo mismo sucede con el respeto. Necesitamos tomar tiempo para meditar en lo que haríamos si respetáramos a la persona con la que hablamos, y entonces hacerlo. En lugar de esperar a que nuestros motivos sean perfectos, hacemos lo correcto y dejamos que los motivos se resuelvan. El Señor Jesús nunca excusó el pecado. Lo expuso y lo trajo a la luz, pero (y esto es esencial) lo hizo de tal manera, que las personas que estaban en verdad arrepentidas podían entender que Él ofrecía perdonarlos de forma gratuita. Jesús no aprobó el adulterio de la mujer que fue llevada ante Su presencia (Juan 8:1-11). Él le dijo que se fuera y no pecara más y al mismo tiempo le ofreció Su perdón y un retorno a la decencia sobre la base de su arrepentimiento y confianza en Él. Pero al mismo tiempo expuso la hipocresía en los corazones de aquellos que la condenaban.
Tomemos otro ejemplo. Los dos hombres que fueron crucificados con Cristo eran insurgentes. Cristo no aprobó su violencia, sin embargo, fue gentil con el terrorista arrepentido. En su momento de morir, Cristo le aseguró que estaría, ese día, con Él en el paraíso (Lucas 23:39-43).
La manera sensible con la que el Señor trató a tales personas es excepcionalmente magnífica. Pero ¿algo no nos dice que Él dejó Sus pisadas para que las sigamos, y debemos hacerlo, aunque cometamos errores?
Una confianza tranquila
Aspenaz no solo le confesó a Daniel que tenía miedo. Confió en él lo suficiente como para revelarle la razón de su ansiedad:
Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza (Daniel 1:10).
Aspenaz había sido responsable de cambiar los nombres de Daniel y sus amigos, de acuerdo con la política de Nabucodonosor de hacer que todos lucieran igual. En esta ocasión Aspenaz temía que Daniel luciera peor que sus compañeros, y que él fuera condenado como culpable. Ahora no es tanto una cuestión de identidad sino de imagen. Al igual que muchas culturas antiguas, Babilonia premiaba la apariencia física. Las personas, en especial aquellos que buscaban altos cargos, no solo tenían que ser buenos, tenían que lucir bien. (¿Le suena familiar?) La forma en que las personas lucen puede valer más que lo que tienen que decir, incluso en la esfera de la política y la administración. ¿Tienen la imagen correcta? Si no, entonces ¿podemos transformarlos para crear la imagen correcta?
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