Unos días después, cuando pasaba por la cafetería del edificio de estudiantes, una estudiante del estudio bíblico me llamó y me presentó a un hombre mayor que nosotras. Dijo que le acababan de contar la situación en torno al estudio bíblico y me pidió que le explicara lo que había pasado. Después de escuchar mi historia dijo: “Becky, soy el pastor de una iglesia unitaria de la ciudad. ¿Querrías venir este domingo y contar tu historia en lugar de mi sermón?”.
Intenté negarme, pero él insistió tanto, que al final decidí aceptar. Pero me quedé preocupada. Los unitarios niegan la existencia de la Trinidad, uno de los pilares de la verdadera fe cristiana. Fui a hablar con una estudiante cristiana madura, Lydia, y le pregunté si había cometido un error al aceptar.
“Becky”, dijo Lydia. “Creo que el Señor te ha dado una oportunidad de proclamar el evangelio. Así que no solo compartas lo que pasó. Asegúrate de compartir tu testimonio también”.
“Lo haré”, respondí. “Pero... ¿qué es un testimonio?”.
“Es explicar cómo conociste a Cristo. Cuenta lo que nos has contado: que eras agnóstica y tenías muchas preguntas intelectuales, que estuviste investigando en otras religiones antes de fijarte en el cristianismo… ¡Y explica qué te hizo concluir que el evangelio tenía sentido!”.
Llegó el domingo por la mañana y estaba más que aterrorizada. Pero cuando empecé a hablar, sentí la misma paz que había experimentado cuando la encargada de la residencia me confrontó. Después del servicio dominical descubrí que muchos miembros de la iglesia trabajaban en la universidad. Cuatro profesores se me acercaron y me dieron sus tarjetas, diciéndome: “Te ayudaremos en todo lo que podamos. Llámanos si tienes algún otro problema”.
La encargada de la residencia y yo tuvimos una última reunión, pero esta vez sabía que sus amenazas eran huecas. Nunca sabré qué motivó sus acciones.
Más fácil y más difícil a la vez
¿Qué aprendí en mi primer año de universidad, hace ya tantos años? Primero, que cuando la evangelización se hace como Jesús lo hacía, es mucho más fácil de lo que imaginamos. Algunas de las personas menos inimaginables resultaron ser las más sedientas espiritualmente hablando.
En segundo lugar, aprendí que compartir el evangelio es extremadamente serio. Me preocupaba ofender a algún escéptico o que me acusaran de ser antiintelectual. Nunca imaginé que me tendría que defender ante la encargada de la residencia, que me prohibirían invitar a nadie más al estudio bíblico y que me amenazarían con expulsarme de la universidad.
¿Qué estaba pasando, incluso en pleno Cinturón Bíblico y hace ya cuarenta años? Estaba experimentando algo de lo que nunca había oído hablar: la guerra espiritual. Me sentí como si me hubiera metido en medio del fuego cruzado de una batalla que yo no había iniciado. Había leído sobre Satanás en la Biblia, pero ahora sabía de primera mano que hay un ser malévolo que se opone ferozmente a la proclamación de Cristo y que amenazará, intimidará, acosará y usará todas las tácticas intimidatorias posibles para detenernos. Y conmigo, casi había funcionado.
Aprendí otra lección de un valor incalculable: Dios no solo se alegra cuando damos a conocer el evangelio, sino que multiplicará nuestros esfuerzos, ¡incluso cuando no queremos que lo haga!
“ Dios no solo se alegra cuando damos a conocer el evangelio, sino que multiplicará nuestros esfuerzos”.
Recibir una amenaza de expulsión fue una experiencia aterradora. Aunque elegí obedecer, confiaba poder “manejar” el peligro manteniendo el modesto tamaño del estudio bíblico. ¡En cambio, Dios abrió las compuertas! Todas las tácticas que Satanás usó para ahogar el evangelio, Dios las utilizó para hacer que el evangelio llegara a más personas.
Las lecciones que aprendí por medio de esa experiencia me han sostenido y moldeado a lo largo de todo mi ministerio. Aunque muchas cosas han cambiado desde finales de los años 60, hay algo que continúa siendo cierto:
Compartir el evangelio sigue siendo más fácil de lo que pensamos y más difícil de lo que imaginamos: es a la vez emocionante y extremadamente serio.
Para ser testigos eficaces en los tiempos que corren necesitaremos valentía, perseverancia y capacitación práctica. Pero también debemos hacerlo con confianza y expectativa. Como dice el evangelista británico Rico Tice:
“[Hoy] somos testigos de mucha más hostilidad hacia el mensaje del evangelio. Pero eso no es lo único que está ocurriendo. También hay mucha más sed. Esa marea creciente de secularismo y materialismo que rechaza la idea de una única verdad y se ofende ante las normas morales absolutas está resultando ser una manera de vivir vacía y hueca. Y eso es emocionante, pues significa que te vas a encontrar con más y más personas que, aunque no lo verbalicen, ansían lo que el evangelio ofrece” (Honest Evangelism, p. 20).
Sobre todo necesitamos empezar con Dios, porque todas las luchas que tenemos a la hora de evangelizar —nos sentimos incapaces y débiles, vemos nuestros miedos, nuestra falta de compromiso en la oración, dudamos de que el evangelio realmente tenga poder para transformar vidas, que Dios pueda usarnos, y en el fondo
OPOSICIÓN EN EL CAMPUS
no queremos asumir riesgos y ponernos en las situaciones donde Dios podría usarnos— nos frenarán hasta que no entendamos quién es Dios realmente. Saber que Dios está con nosotros, que va delante de nosotros y que desea usarnos, incluso a pesar de nuestros miedos y nuestra poca fe, es lo que marca la diferencia. Como dijo el predicador del siglo XIX Charles Spurgeon: “Algunos son bebés y otros son gigantes. Pero... un poco de fe es fe. Y una esperanza trémula es esperanza” (Faith’s Checkbook, crosswalk. com/devotionals/faithcheckbook, devocional del 21 de febrero, visto el 23/12/19).
Lo cierto es que no necesitamos confiar más en nosotros mismos. Lo que precisamos, más que nada, es confiar en Dios. Confiar en el Dios verdadero es lo que nos permite ver que nuestra debilidad no limita al Dios vivo y poderoso. A él le complace usarnos, mientras damos pequeños pasos de obediencia.
Jesús nos manda que seamos sus testigos. Será más fácil de lo que pensamos y más difícil de lo que imaginamos. Pero Jesús no nos envía con las manos vacías. Nos da los medios divinos que necesitamos para obedecer ese mandamiento divino; y de esos medios hablaremos en esta primera sección del libro.
1 Piensa en las veces que has intentando compartir el evangelio con otros. ¿Cómo han marcado esas experiencias tus expectativas y cómo te sientes en cuanto a la evangelización?
1 ¿Qué has aprendido de Becky sobre la forma en que Jesús se acercaba a la gente con el evangelio? ¿Cómo podrías aplicar el acercamiento de Jesús en tu propio testimonio?
1 “No necesitamos confiar más en nosotros mismos. Lo que precisamos, más que nada, es confiar en Dios”. ¿Tiendes a avanzar confiando en ti mismo o a dudar de ti mismo y no avanzar? ¿Cómo influye eso tu actitud respecto a compartir tu fe?
02 Celebrar nuestra pequeñez
 
Cuando era agnóstica, constantemente le daba vueltas a la misma pregunta: “¿Cómo puede el ser humano finito afirmar que conoce a Dios? ¿Cómo sabe que no está siendo engañado?”.
Un día soleado de verano estaba tumbada en el césped de nuestro jardín cuando vi que unas hormigas estaban ocupadas construyendo un hormiguero. Se me ocurrió redireccionar sus pasos usando ramitas y hojas. Y, sin más, cambiaron de ruta y empezaron un nuevo hormiguero. Pensé: “¡Esto es como ser Dios! ¡Estoy redirigiendo sus pasos y ni siquiera se dan cuenta!”.
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