Se dio cuenta de que el desafío no era solo cómo llegar a los no creyentes con el evangelio, ¡sino también cómo llegar a los creyentes con el evangelio! Y ese es, creo, el desafío para los cristianos en todo lugar. En Occidente, el desafío se produce por vivir en una cultura posverdad y poscristiana que refleja las distorsiones de la posmodernidad. 1Esto significa que tenemos que crecer en nuestro amor por Jesús y descubrirlo con ojos nuevos: permitir que la verdad del evangelio tenga pleno efecto en nosotros y encontrar formas eficaces de comunicar el evangelio para un momento como este.
Nuestro problema, sin embargo, es que estamos mucho más influenciados por la cultura secular de lo que pensamos. Corremos el gran peligro de creer el evangelio con nuestra mente, pero vivir como escépticos porque hemos adoptado una visión más secular de la realidad, sin darnos cuenta. Necesitamos recuperar la confianza en que el evangelio es realmente relevante para la gente secular de hoy, que Dios y su evangelio aún tienen el poder de cambiar vidas. Necesitamos ver por qué debemos involucrarnos en la evangelización aunque no nos sintamos dotados para ello. Necesitamos recordar por qué merece la pena pasar por situaciones en las que podríamos ser rechazados.
Si vamos a predicar el evangelio a los demás, también necesitamos predicárnoslo a nosotros mismos: a nuestros propios corazones y mentes. Este es nuestro doble desafío. Para ser mensajeros creíbles del increíble mensaje del evangelio, ¡nosotros mismos tenemos que entender y creer de verdad el evangelio! Nuestro énfasis nunca debe estar en los números o las técnicas, las fórmulas o la manipulación, sino en la autenticidad, la credibilidad y el poder espiritual. Así que este libro pretende entusiasmarnos con la profundidad y la belleza del evangelio, mientras a la vez nos equipa para compartirlo.
Después de hablar y escuchar a miles de cristianos alrededor del mundo, ayudándolos a entender el evangelio y a compartirlo de manera atractiva, casi siempre mencionan tres razones por las que les cuesta hablar del evangelio o por las que eligen no sacar el tema.
Esas tres razones dan forma a la estructura de este libro.
Continuamente oímos del profundo sentimiento de incapacidad que los cristianos tienen en cuanto a compartir su fe. Se preguntan cómo podría Dios usarles en estos tiempos que corren. Es otra forma de decir que temen que Dios no vaya a obrar. En otras palabras, están luchando con la incredulidad. También suponen que la evangelización es un llamamiento especial y no es para personas como ellos. Aunque no se dan cuenta, lo que realmente están diciendo es que la evangelización depende solo de ellos y por eso les entra el pánico.
Así que empezaremos este libro mirando los medios para el testimonio. Veremos que Dios nos ha dado todos los recursos divinos que necesitamos para la vida y para el testimonio; veremos que la clave no es si somos grandes evangelistas, sino darnos cuenta de que Dios ha dado poder a todos sus hijos a través de su Espíritu para ser sus testigos. Aceptar nuestras limitaciones y disfrutar de nuestro Dios ilimitado es el punto de inflexión no solo en nuestro caminar con Cristo sino también en nuestro testimonio.
Pensamos que no sabemos lo suficiente
Otra área de inseguridad para los cristianos es sentir que les falta conocimiento. Temen no entender el evangelio lo suficientemente bien como para explicarlo o defenderlo. No saben cómo responder a las preguntas que los escépticos plantean. Tampoco saben cómo ayudar a los no cristianos a ver la belleza y la relevancia del evangelio para sus vidas.
Es por eso por lo que la segunda sección se centra en el mensaje. Miraremos cuidadosamente cada aspecto del evangelio: la creación, la caída, la cruz, la resurrección y la segunda venida de Cristo. Recordaremos qué significa cada aspecto del evangelio y por qué es tan maravilloso. Veremos las objeciones que recibiremos de los escépticos y posibles formas de responder a sus preguntas. Y, esto es clave, entenderemos cómo podemos usar cada parte del mensaje para conectar el evangelio con las preocupaciones y prioridades tanto de buscadores como de escépticos, y hacerlo de maneras que muestren la belleza y la relevancia del evangelio.
Lo que oímos repetidamente es “No estoy seguro de cómo hacer esto. Sí quiero compartir mi fe, pero no sé por dónde empezar”. Así que la última sección se centra en el modelo: lo que podemos aprender de Jesús y de la iglesia primitiva sobre el “cómo” del testimonio. Veremos cómo podemos compartir eficazmente el evangelio tanto con personas que están espiritualmente abiertas como con aquellas que están cerradas.
El propósito de este libro es ayudarnos a estar a la altura del desafío de nuestro tiempo: hablar en nombre de nuestro Señor de una manera que refleje la maravilla de quién es Dios; comunicar la belleza, la profundidad y la relevancia del evangelio que él nos ha confiado; llegar a depender del Espíritu para que, a través del Espíritu de Dios, podamos abrir una brecha en la resistencia y la obstinación de las mentes y los corazones que todavía no creen. En resumen, ayudarnos a encontrar maneras eficaces de compartir nuestra fe incluso, o especialmente, con todos los desafíos que presenta el mundo de hoy.
SECCIÓN UNO: LOS MEDIOS
01 Oposición en el campus
 
No provengo de una familia cristiana. De hecho, mucho tiempo no fui cristiana.
Durante varios años me habría descrito como agnóstica nostálgica. Sentía que me faltaba algo: había en mí un anhelo al que no lograba poner nombre, una sed que no podía saciar, una añoranza de algo que no alcanzaba a visualizar.
Recientemente encontré algo que escribí para una clase de literatura en mi último año de secundaria. Me sorprendió ver lo claramente que aquel texto revelaba mi búsqueda de significado. Aquí va un fragmento: “Yo también me identifico con lo que el autor aborda en esta novela. Esa añoranza, esa sensación de que hemos sido creados para algo más, de que se nos promete algo más, ¿tiene alguna respuesta desde la realidad objetiva? ¿Existe alguna respuesta a esa ‘sed inconsolable’ de la que escribe?”.
El instituto de secundaria al que asistí era un instituto público; es decir, no era una escuela cristiana. Sin embargo, mi profesor escribió en el margen: “Becky, estás en el viaje más importante que cualquier ser humano puede hacer. Aunque no lo sepas, estás buscando a Dios. No te conformes con sustitutos baratos. Llama a todas las puertas y sigue llamando hasta que obtengas una respuesta. Hagas lo que hagas, ¡no te rindas!”.
En esa búsqueda de significado exploré otras religiones y otras filosofías. Todo lo que leí me dejó insatisfecha. Sin embargo, nunca había investigado el cristianismo, ni leído una sola página de la Biblia, porque asumí que, como había crecido en EE. UU., ya lo entendía.
Entonces leí dos libros que me cambiaron la vida. El primero fue la novela La caída, de Albert Camus, el existencialista y ateo francés que me reveló que yo era pecadora. Afirmar que llegué a esa conclusión gracias a un autor ateo puede sonar extraño, pero su valiente análisis del corazón humano era tan devastador que ahogó toda esperanza de que llegara a ser una humanista optimista que solo veía el lado bueno de la naturaleza humana. No obstante, yo tenía un problema con Camus: aunque era profundamente realista sobre el lado oscuro de la naturaleza humana, no tenía respuestas satisfactorias para explicar el bien que vemos.
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