La desconfianza paternal no aplicaba al caso de Eddie. La pareja Steppleton nunca le limitó a su hijo el acceso al alcohol y a las drogas. Lo educaron de forma liberal y no creían en el poder de la prohibición. Madre e hijo compartían con frecuencia los mismo cigarros de marihuana en el estudio de Lady Marion. Ella se iba a pintar, mientras que él se quedaba escribiendo letras para la banda. Fue en una fiesta en esa casa —a la que llegaron sin invitación— que los amigos tuvieron su primer experiencia con cocaína. La lujosa mansión estaba repleta de invitados. Para el trío de adolescentes aquello era la entrada a un admirable mundo nuevo. Confiesa Tiago:
Parecía como si estuviéramos en una película: hombres mayores rodeados de mujeres jóvenes, y mujeres mayores acompañadas de muchachos mucho más jóvenes que ellas. Había un grupo de chicos y chicas de nuestra edad que andaban por ahí, tan deslumbrados como nosotros. Reconocía algunos de los rostros de la televisión, eran actores o modelos o las dos cosas. Circulaban charolas de comida por todas partes, había botellas de alcohol sobre todas las superficies. Eddie volteó hacia nosotros y nos dijo que nos relajáramos. Para él era fácil decirlo, era su casa. Nos presentó con sus padre y aun cuando no nos habían invitado nos agradecieron por haber asistido y nos dijeron que nos divirtiéramos. Seguimos su consejo religiosamente. A media noche, ya muy borrachos, nos sentamos en uno de los sofás de una sala con un trío —un muchacho y dos chicas que decían ser modelos—. Nosotros dijimos ser músicos. Creo que ninguno mintió, pero ninguno dijo la verdad completa. Pasó una mujer mayor, guapa a morir, de vestido negro con un escote descomunal, que le entregó al muchacho una cajita. Él la abrió e hizo unas líneas de polvo blanco sobre la mesa, frente a nosotros. Nos invitaron a esnifar cocaína. Mário no lo pensó dos veces. Temerosos, también la probamos. ¡Y nos gustó! Poco tiempo después Ricardo desapareció y yo me borré. No me acuerdo de nada.
El guitarrista se escapó a una de las habitaciones del segundo piso, acompañado de una de las modelos que estaban en el sofá. Susy —así se llamaba la futura esposa de Ricardo—, quien después de esa noche no volvió a despegarse de ellos. Iba al Dramático y asistía a todos los ensayos y los conciertos. Con el tiempo aprendió a montar el PA. Fue la primera roadie de la banda.
Sabían cuál era el paso que debían dar a continuación: grabar un demotape que sirviera para presentar a la Lazy Mayhem Orchestra. Sin ese registro no lograrían sentarse frente al escritorio de ninguna disquera. Sin embargo, un demotape, por simple que fuera, exigía tiempo y rentar un estudio, lo cual era bastante caro. Una tarea complicada para ellos, que no tenían dinero.
Mário les presentó una alternativa. Le habló a los amigos de un primo que tenía un restaurante en Coimbra. Hablaba de él como si fuera un viejo conocido, aunque ellos no recordaban haber oído nada de ese primo. Hasta donde sabían, Mário había roto los lazos con toda su familia. De cualquier modo, prefirieron no hacer preguntas. Anastácio Andrade era el dueño de El Horno de Leña, un lugar famoso por su comida tradicional portuguesa. Quería transmitir un anuncio en la radio regional, necesitaba un jingle y estaba dispuesto a pagar por él. Un par de llamadas después habían fijado el precio: cincuenta mil escudos por la canción. Tiago era el más reticente. No podía creer que fueran a componer el jingle de un restaurante para tragones, si no tenían siquiera donde grabar. Eddie, que consideraba que era una idea genial, alegó que no se trataba de una canción. Les bastaba con escribir una frase y grabarla en el Dramático, con sonido directo, usando el material de Laffite. Valdría la pena el esfuerzo. Estaba en juego dinero fácil.
Recurrieron al pobre Lafitte, quien instaló un estudio improvisado y se vio obligado a asumir las funciones de ingeniero de sonido. Esa misma noche grabaron un tema de veinte segundos con la frase «El Horno de Leña lo está esperando. Vamos a comer sabroso… ¡Es delicioso!». La melodía, desvergonzadamente inspirada en «Barbie Girl» de los Acqua, pasó durante toda la primavera y el verano en los cortes comerciales de las estaciones de radio locales de la Beira Litoral. Fue la primera canción de su autoría en ser registrada en la Sociedad Portuguesa de Autores, aunque el nombre del compositor estuviera atribuido al desconocido Anastácio Andrade, el «primo» de Mário. Eran muy bajas las expectativas de que el pago fuera realizado de acuerdo con lo acordado, por eso sorprendió a todo el grupo (a excepción del promotor de la negociación) que les pagaran los cincuenta mil escudos la semana siguiente. Con ese dinero en la bolsa, salieron en busca de un estudio de grabación. Encontraron un hueco en la agenda de Alcochete, cuya sala de grabación no tenía más de diez metros cuadrados. El técnico de sonido iba de un lado para otro, ajustando los micrófonos sin dirigirles la palabra. Se limitó a indicarles el rec y el stop haciéndoles señas con las manos para que supieran cuando estaba grabando. Las dos horas que pasaron en aquella salita les costaron cien mil escudos, y no pudieron grabar más que tres temas: «This Bitch», «A Minor» y «Suburbia». Mário recuerda que quedaron muy decepcionados con el resultado.
Echamos a perder esa oportunidad. Éramos inexpertos… El tiempo del estudio estaba limitado y el reloj no paraba de presionarnos. El resultado final fue bastante pobre, pero ¿qué podíamos hacer? Era nuestra demotape, con aquellas tres canciones teníamos que conquistar el mundo.
La primera persona a quien mostraron la grabación fue Lafitte. Apenas iba a la mitad «This Bitch» y ya estaba arrugando la nariz. Afirmaba que eran «mucho mejores que esa mierda». Aun cuando fuera cierto, era con «aquella mierda» que tenían que ir a la lucha. Intentaron en varias disqueras. Enviaron cartas de presentación junto con la maqueta. Sin respuesta. Volvieron a enviar cartas y preguntaron a todos los conocidos —amigos, dueños de bares, colegas de otras bandas, periodistas— si sabían de alguien que pudiera abrirles las puertas. Empezaban a desesperarse, cuando Tiago se le ocurrió dar miniconciertos en la mismas disqueras donde querían ser recibidos. Podía suceder que a alguien le pareciera chistoso y por esa razón decidieran recibirles la maqueta.
Intentaron en las principales firmas con sede en Lisboa, pero solo atrajeron la atención de los de seguridad. Los corrían de mal modo. Por la manera como los miraban, parecía que no habían sido los primeros en ejecutar esa idea. De la lista que tenían, ya solo les quedaba la Gramophone, y la fiel Susy los ayudó a montar el circo en la entrada de la empresa. Lo hicieron lo más rápido posible, para evitar que los de seguridad o la policía los interrumpiera antes de que pudieran tocar un par de canciones. Conectaron los amplificadores a un generador que les habían prestado y comenzaron a tocar. La Gramophone estaba situada en el actual Parque das Nações. Había mucha gente caminando en la calle y al oírlos acababan dándoles dinero. Grupos de adolescentes que seguramente se habían escapado de clases, se sentaron a escucharlos. Por fin salió alguien del edificio y les preguntó qué querían. Ellos explicaron el objetivo de aquel espectáculo, y diez minutos después les dijeron que serían recibidos. La reunión no duró mucho. Se limitaron a entregar la maqueta y a presentarse, medio abochornados. Miguel Marques, uno de los A&R**** de la Gramophone Records recuerda a la fecha:
En ese momento recibía maquetas, cassettes, demotapes y solicitudes de entrevista todos los días. Había decenas de bandas nuevas que surgían a cada instante y era imposible prestarles mucha atención. Confieso que le encontré gracia al modo en que se presentaron. No todo el mundo tiene los pantalones para plantarse y tocar en la puerta de una disquera. Había una buena dosis de irreverencia que me pareció atrayente, pero quedé bastante desilusionado con la reunión. Eran demasiado jóvenes, apáticos, demasiado impresionados con mi presencia y sin saber lo que querían. No tenían ni mánager… Si nadie apostaba en ellos, ¿qué esperaban de mí? Vivíamos tiempos de vacas flacas, acababan de llegar los download piratas, la época de oro del Napster. Necesitábamos recortar gastos. Era una cuestión de supervivencia y hasta se hablaba de cerrar la oficina de Lisboa. En este contexto, apostar por desconocidos era casi un suicidio. El sonido tenía algo de potencial, los chicos demostraban virtuosismo, pero hasta ahí llegaban. La grabación era muy mala, por ejemplo. Yo necesitaba gente que tuviera una estructura profesional que los apoyara, así reduciría los riesgos. Acabé por deciles que no, pero los recomendé con otra disquera, nacional y más pequeña. Conocía al dueño y creía que a pesar de todo merecían una oportunidad.
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