D. Peña. CV - Amor Fugaz
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El tiempo del juego acabó y tuvimos que bajar. Mi pequeño hermano, muy contento, me pidió ir también a los videojuegos. Eligió el de Van Helsing, tomó los controles y comenzó a matar vampiros y otros monstruos que aparecían en la pantalla. De pronto quedé totalmente helado. Mientras Rubén jugaba, como a unos cinco metros, cerca del pasillo para salir de la sala de videojuegos, vi a Rosa. Hubiera deseado no voltear para evitar mirarla pasar muy abrazada con otro tipo, cariñosos, como dos enamorados. Llevaba un oso de peluche en sus manos y estaba seguro de que aquel tipo debía habérselo regalado. Al salir de mi trance, compré tres fichas más para que Rubén siguiera en esa consola. Le pedí que me esperara allí y que no se moviera por ningún motivo hasta que regresara.
Salí corriendo tras ellos y al verlos besándose mi sangre hirvió de rabia. Me apresuré aún más y jalé con violencia el hombro del tipo. Lo golpeé directo en la cara y de inmediato reaccionó de la misma forma. Así dimos comienzo a una gran pelea. Caímos al suelo a puñetazos, mientras Rosa gritaba por ayuda. Debo admitir que ese tipo sí sabía pelear, pues me dio más golpes de los que pude darle. Pronto llegaron los guardias del centro comercial y nos separaron. Le grité al sujeto que se alejara de mi novia y él, enojado, respondió que era su novia. Al parecer aún no se percataba de que salíamos con la misma chica, pero unos segundos después le grité a Rosa que era una maldita ingrata. No respondió por la vergüenza que le causaba el escándalo frente a la gran multitud que nos observaba. Entonces, el otro chico reaccionó y le preguntó entre gritos de enojo y confusión si andaba conmigo y con él a la vez, pero de nuevo evitó responder, ni siquiera lo miró a la cara. Solo dio media vuelta y comenzó a caminar lejos del alboroto. Los guardias intentaron sacarnos del centro comercial, pero logré convencerlos de que me dejaran rescatar a mi hermano de los juegos mecánicos. Fui acompañado por dos de ellos hasta los juegos, donde llamé a Rubén para regresar a casa. Quería seguir jugando, pero no era posible, teníamos que salir de inmediato o me llevarían detenido. Mi hermanito se percató de que algo sucedía y salió sin rechistar.
Afuera me preguntó por qué estaba enojado, pero me limité a responder que eran boberías. Sin embargo, en plena avenida vi a Rosa discutiendo con el tipo de mi enfrentamiento. Pasé muy cerca y frunció el ceño al verme.
—¿Desde cuándo salen juntos?
—Pregúntaselo a ella —respondí igual de enojado.
—No es nadie, no te preocupes por él, es un malentendido.
Me sorprendió lo descarada que podía llegar a ser.
—¡¿Que no soy importante?! —exclamé, rojo de cólera—. Llevamos juntos meses.
—¡¿Meses?! Nosotros comenzamos a salir hace ocho meses.
—¡Guau! —exclamó Rubén con sorpresa—, así que ella es tu novia.
El sujeto, al escuchar lo que dijo Rubén, confirmó lo que estábamos discutiendo.
—¡No te metas, mocoso! —gritó Rosa a Rubén.
—¡No le grites a mi hermano!
Al final, el desconocido le quitó el peluche y mientras se iba lo arrojó en un tacho de basura.
—Déjame explicarte, Diego.
La vi inquieta, pero no me interesaba escucharla. Tomé de la mano a Rubén y fui por un taxi para regresar a casa. Estaba muy enojado, aunque durante el viaje de vuelta me sentí algo sensible. Entonces recordé lo que había dicho Jéssica: era muy extraño no saber detalles sobre la vida de Rosa. Asumí que, si no lograban descubrir datos sobre la vida de alguien, era porque tenía algo que ocultar. No podía creer que mi hermana hubiese tenido razón todo ese tiempo. Mi exnovia solo me utilizaba para costear sus gastos y los de sus amigas. Fui la sucia billetera y me sentí como un estúpido.
Al llegar a casa mi madre vio los moretones de mi cara y preguntó qué había sucedido. No quería responder, así que solo le dije que no deseaba hablar del tema en ese momento.
—No lo vi, pero estoy seguro de que se peleó antes de salir de los juegos mecánicos —respondió Rubén mientras yo subía a mi habitación.
Alcancé a escuchar que mi madre preguntó el porqué de la pelea y mi hermano respondió que mi novia tenía a otro. Aparentemente, mi madre comprendió la situación y no me volvió a interrogar.
Me di una ducha y luego me acosté. No podía quitarme la imagen de Rosa abrazando y besando al otro tipo. Estaba tan enojado y dolido que no podía dormir. Lo peor fue comprender que él tampoco tenía la culpa, pues también había sido engañado por ella. De tanto darle vueltas al asunto, caí dormido muy avanzada la madrugada.
Capítulo 6
Jéssica entró a mi habitación temprano. Traía una bandeja con el desayuno e intentó consolarme con palabras de aliento, lo que me pareció un lindo gesto.
—Estoy bien, no te preocupes.
—¡Ni hablar! Me encargaré de que pague. Te lo dije antes, no permitiré que te lastimen.
—Por favor, no te entrometas. No vale la pena involucrarse en problemas ajenos.
Me miró con cierta suspicacia, pero accedió a regañadientes. Desayuné con calma: tomé el jugo de naranja y comí los sándwiches de jamón y queso, luego me levanté. Comencé a limpiar y ordenar mi habitación. Decidí faltar a la escuela, puesto que mi hermana se ofreció para acompañar a Rubén a su establecimiento, después de todo, ya tenía catorce años y le faltaba poco para cumplir los quince. Además, su colegio no estaba tan lejos debido al tamaño del pueblo.
Decidí preparar el almuerzo al recordar que mamá había salido temprano a trabajar. Cociné arroz con pollo al horno y dejé todo listo para cuando regresara mi familia. Dieron las seis de la tarde y fui directo al trabajo donde la señora Pilar, aunque no tenía ganas. Sin embargo, no podía faltar sin avisar con anticipación; debía ser responsable.
Durante las conversaciones con mis compañeros pude olvidar por un momento lo sucedido con Rosa. La señora Tania nos contó que uno de sus hijos había enfermado de gravedad y tuvieron que ingresarlo al hospital debido a una infección estomacal, ya que el día anterior su curso había ido de paseo a una zona costera y comieron todo tipo de mariscos que pudieron haber afectado su digestión. Por suerte le detectaron apendicitis y la operación fue a tiempo, ya que en su familia era costumbre el autodiagnóstico cuando sentían dolor y no acudían a controles oportunos. De no haber sido por la infección estomacal, quizás la historia hubiera sido distinta. La señora Tania dijo que le sirvió de experiencia para tomar en serio ciertos problemas que parecían muy comunes y normales, cuando en realidad podían ser lo contrario.
Aquel día hubo muchas ventas, cosa rara al ser miércoles y no un fin de semana. De todas formas, el flujo de clientes me ayudó a olvidar mis angustias, al menos por esa noche. Tuvimos tantos comensales que terminamos pasadas las tres de la mañana. El tiempo transcurrió rápido y no nos dimos cuenta, pero parecía que la señora Pilar esperaba esa magnitud de órdenes, ya que solicitó asar más pollo de lo habitual. Adicional a ello, compró más carbón, papas y ensaladas.
A la mañana siguiente volví a faltar al colegio debido al cansancio acumulado después de tan extenuante jornada. Mi madre no emitió juicios, pues creía que seguía triste por lo de mi exnovia.
Rato después descubrí que la noche anterior habían celebrado la Fiesta de la Vendimia y, como era costumbre, muchos iban a la Tinguiña. Era una festividad nocturna donde se bebía vino, pisco y un trago exótico llamado cachina, que era similar al vino, pero con textura más contundente. La ciudad de Ica entera salió a festejar y muchos gastaron su dinero en compras, tragos y comida. Sin embargo, eran muy pocos los que conocían la verdadera celebración del 5 de agosto en honor a la santísima Virgen de las Nieves. Comprendí entonces la razón de algunos clientes mareados incluso sin pedir bebestibles. De todas formas, el trabajo exhaustivo no fue en vano. La señora Pilar, muy considerada, nos dio un incentivo por el esfuerzo y las horas extras.
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