D. Peña. CV - Amor Fugaz
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Al día siguiente pude asistir sin problemas, así como también el resto de la semana. Finalmente llegó el sábado y aproveché de dormir hasta tarde para salir por la noche con Rosa. Había reunido lo suficiente para invitarla junto a sus amigas, ya que tenían muchas ganas de salir juntas.
Dieron las ocho y la fui a buscar a su casa. Caminamos abrazados y sin prisa en ir recoger a sus amigas Dina y Talía. Al estar todos reunidos tomamos un taxi y fuimos al centro a hacer hora, ya que la discoteca era aburrida antes de las diez u once de la noche. Se me ocurrió sugerir ir a los juegos mecánicos, pero no les gustó la idea.
—¡Madura! —exclamó Rosa como si estuviera avergonzada de mí—, no te comportes como un niño.
Después de escuchar eso me sentí algo apenado, pues creí dar una mala impresión. Caminamos por la plaza del centro de Ica. Mi novia conversaba con sus amigas mientras la abrazaba. Preferí no entrometerme y guardar silencio. Rato después dieron las once y fuimos a la fiesta de la discoteca. Las tres mostraron sus identificaciones al guardia de seguridad. Rosa tenía dieciocho y era adulta legal en Perú, por lo que no tenía problemas para ingresar. Dina y Talía enseñaron las cédulas de su hermana y prima respectivamente; me enteré de ello mucho después, en una tragedia en aquel recinto.
Al entrar solo distinguí unas luces LED de colores que me fascinaron, pues lo demás estaba oscuro. La música era muy buena y el ambiente energético. Rosa me pidió comprar dos botellas de cerveza. No dudé en acceder y comenzamos a beber. Ella tenía experiencia en esas fiestas, sin duda, ya que bailaba muy bien. Yo, en cambio, apenas estaba aprendiendo, y me apenaba un poco la idea de que los demás descubrieran que no sabía bailar, así que traté de seguir sus pasos. Pronto Dina y Talía encontraron pareja y también comenzaron a bailar. Luego, aquellos jóvenes que estaban con ellas se unieron a nuestro grupo y aportaron para comprar más alcohol. Estaba muy mareado, pero aún me mantenía en pie. Decidí beber muy poco y en ocasiones simulé hacerlo. Conversamos largo y tendido esa noche.
Cuando vi el reloj, eran las dos de la madrugada. Se lo mencioné a Rosa y respondió que luego nos iríamos. Así fue; Dina y Talía acordaron reunirse con sus nuevos amigos el siguiente sábado por la noche en la misma discoteca, ya que en aquel entonces casi nadie tenía acceso a un celular, solo la gente adinerada, pues estaban recién de moda y costaban mucho dinero. En esa época ni siquiera podía imaginar que tendría uno en el futuro. Sentí que fue la mejor noche de mi vida, ya que nunca me había divertido tanto, aunque las experiencias posteriores me demostraron lo contrario.
Cuando nos acercamos a la puerta de salida me sentí un poco mareado, pero continuaba lúcido. Luego de despedirnos de los otros muchachos, tomamos un taxi y volvimos al pueblo. Dejé a Rosa en su casa y sus amigas se quedaron con ella, luego regresé a mi hogar y me percaté de que eran más de las cuatro de la madrugada. Entré a la sala con sigilo y vi a mi madre esperando despierta en el sillón. Se levantó apenas me escuchó. Con su mirada cargada de enojo me hizo soplar para oler mi aliento.
—Ve a dormir —dijo, enojada—, mañana hablaremos.
En ese momento supe que lo había arruinado y traté de dormir algo preocupado, aunque debido al alcohol lo conseguí con rapidez.
Al día siguiente desperté cerca del mediodía. Mi madre me esperaba en la sala, así que, al bajar, Jéssica me sirvió algo de comer y subió de inmediato a su habitación al igual que Rubén, llevándose sus platos con el almuerzo, como si supieran que mamá quería hablar a solas conmigo.
Comenzó su sermón diciendo que también había sido joven, por lo que prohibirme las salidas y beber con amigos sería una pérdida de tiempo, ya que me las arreglaría para seguir haciéndolo a escondidas. Sentí sus palabras como si de una vidente se tratase. Luego de un silencio corto me aconsejó que si bebía, debía hacerlo con moderación. No tenía que caer en excesos, y si un día volvía en muy mal estado, estaría castigado. También me pidió que avisara a qué sitios salía, así sabría dónde buscarme en caso de que no regresara alguna noche. Si la policía me detenía por beber en lugares prohibidos para menores de edad, también estaría castigado, pero de una forma aún más severa. Escuché callado ya que me parecieron buenos consejos, pero por el tono que ella usaba, se sentían como amenazas. Bueno, hasta que sí lo hizo y me asusté. Dijo que si comenzaba a beber en exceso, si me volvía malcriado, o peor, si se llegaba a enterar de que consumía algún tipo de droga, el castigo consistiría en contactar a la familia que trabajaba en la milicia para pedirles que me metieran al cuartel. Luego de su intensa declaración, suspiró.
—¡Espero que te haya quedado claro! —exclamó, mientras subía en dirección a su habitación.
Me dejó algo preocupado. Estaba muy molesta, pero era comprensible. A partir de entonces debía decirle dónde estaría cada vez que saliera. Tenía que planificar mis salidas y no podía ir a sitios que no estuvieran avisados con anterioridad. Accedí a sus reglas, luego subí a su habitación y le agradecí por su comprensión. Respondió que no había problema, pero que debía respetar sus condiciones al pie de la letra, ya que también había pasado por esa etapa y no por eso permitiría que hiciera y deshiciera a mi antojo. Volvió a recordar que no abusara del alcohol ni empezara a descarrilarme porque el ejército esperaba. Sabía que debía tener mucho cuidado, ya que no quería terminar como mis primos mayores, quienes llevaban años en el ejército. A uno de ellos lo habían enlistado por comenzar a fumar marihuana, otro cometió el error de querer formar su banda en el pueblo y abusar de las drogas, y otro, el que más conocía, por hacer disturbios en estado de ebriedad y provocar un accidente de tránsito, en el cual, aunque no ocurrió ninguna tragedia, hubo heridos. Por ese motivo también pasó varios meses en prisión.
Capítulo 4
Faltaban dieciocho días para el cumpleaños de Rubén, el 4 de agosto, y le había prometido llevarlo a los juegos mecánicos en el centro comercial, en especial a los carritos chocones.
Me había acostumbrado a los horarios del trabajo y la escuela, pues llevaba más de un mes desde mi ingreso y mi cuerpo se había adaptado a la nueva rutina. Estudiaba por la mañana, tomaba una siesta por la tarde, trabajaba durante la noche y llegaba a dormir después de la jornada laboral. Dejé de sentir fatiga, aunque ya no podía ver tan seguido a mi mejor amigo, Felipe, quien parecía haberse acercado más a Jhordi, ya que salían todos los días y yo solo estaba disponible algunos sábados, pues salía más con Rosa que con él. Sacrificaba mucho con tal de complacerla, ya que iba cada día libre a la discoteca. Por supuesto, no era como que me aburriese, al contrario, lo disfrutaba mucho, pero no era lo mismo salir con mi novia que con Felipe. Rosa se pasaba la noche hablando con sus amigas —ya que siempre nos acompañaban—, así que en ocasiones sentía que perdía el tiempo, sin mencionar que era molesto lidiar con los gastos de las otras dos, pero mi mayor error fue creer que todo eso era normal en una relación. Nunca pude ver las intenciones de Rosa.
Rubén quería conocerla, pero mi novia se negaba a visitar mi casa. Siempre decía: “aún es muy pronto, llevamos poco tiempo saliendo y no es momento de involucrar a la familia”. Todas las veces le di la razón. A Jéssica no le caía bien, pero nunca logró averiguar calamidades sobre ella. Lo único “malo” a considerar era que había repetido dos veces el ultimo grado de la secundaria. Por lo demás, era una chica muy tranquila, casi una santa paloma. Mi hermana se esforzaba mucho por encontrar algo negativo y perturbador de Rosa, pero como no tenía resultados, se enojaba mucho. Supuse que eran celos y le resté importancia.
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