D. Peña. CV - Amor Fugaz

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Amor Fugaz nos enfrenta con la dura realidad de un adolescente acusado de abusador sexual por una alumna despechada que asiste a su misma escuela.En paralelo, surge la siguiente incógnita: ¿Es posible que las circunstancias lleven la amistad de dos muchachos heterosexuales a derivar en un amor profundo? De ser así, ¿cuál sería el comportamiento de sus cercanos?

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Al llegar vimos a un guardia de seguridad que nos pidió las identificaciones. Rosa le mostró la suya, y grande fue mi sorpresa cuando Dina y Talía también mostraron sus documentos. El guardia asumió que eran mayores y a mí no me pidió comprobar mi edad ya que íbamos en grupo, además, era alto y no representaba mis años. Al entrar había una cajera y otra puerta donde controlaban dos guardias. Aún no entrábamos a la fiesta, pero se escuchaba un poco el ruido de la música. La muchacha de uniforme cobraba la entrada a diez soles cada uno y éramos cuatro. Había gastado más de la mitad en el pasaje, los juegos y el helado. No me alcanzaba. Algo avergonzado, llamé a Rosa a un costado y se lo dije. Noté su mirada decepcionada y ella se lo explicó a sus amigas. No tuvieron pudor en mostrarse molestas. Al final tuvimos que salir y regresar a casa.

Mi novia no me hablaba y estaba muy apenado para iniciar una conversación. Caminé adelante, solitario, y de pronto las escuché susurrar. Rosa se acercó a mí y dijo que tenían que ir con Talía a casa de una tía a recoger un recado. Me ofrecí para acompañarlas, pero se negó. Argumentó que esa señora no me conocía y sería muy incómodo para todos que llegasen con un desconocido. Además, era probable que hicieran una pijamada con la prima de su amiga, así que al final solo pude conseguirles un taxi y regresar a casa. Estaba triste, pero había sido peor creerles la mentira.

Capítulo 3

Al día siguiente me levanté recordando las palabras de mi madre: debía buscar un empleo de medio tiempo para sustentar mis gastos personales. Así que salí temprano en busca de la señora Pilar, quien tenía una pollería. Era muy conocida ya que, cuando aún era joven, comenzó a vender dulces en un triciclo en las puertas del colegio. Poco tiempo después se adjudicó el permiso de vender dentro del establecimiento los desayunos: sándwiches, café, avena, jugos o lo que tuviese. Con el pasar de los años pudo abrir su pollería y la conocí gracias a que sus hijos estudiaban en la misma escuela que yo.

Al llegar a la casa de la señora Pilar, toqué el timbre y, en cuanto me abrió la puerta, saludé. Le planteé la posibilidad de que me diera trabajo. Por fortuna, uno de sus empleados había renunciado debido a la mudanza de su familia. Como necesitaba personal para reemplazarlo, me dio el empleo como ayudante de cocina. Muy alegre acepté y le supliqué para que me dejase descansar los sábados, a lo que accedió. Me comentó que iniciaba al día siguiente y el trato me puso muy contento. Lo mejor de todo era que pagaba a diario, así que para cuando llegase el sábado ya tendría algo de dinero para salir con Rosa.

El lunes fui a la escuela y estaba bien entusiasmado por empezar el trabajo por la noche. Llegó la hora de receso de medio tiempo y fui a buscar a mi novia. Noté que estaba algo molesta. Cuando le pregunté la razón, solo respondió que todo estaba bien, pero en el fondo sabía que era por lo de la fiesta del sábado. Le conté que tenía un empleo y que el fin de semana más próximo podríamos salir y entrar a la discoteca sin problemas. Sonrió de inmediato.

—¿En serio?, ¿lo prometes?

—Sí, lo prometo. Lo pasaremos muy bien.

Muy contenta, me besó mientras los demás nos veían. Al sonar la campana, cada uno regresó a su salón.

Cuando salí de la escuela volví a casa para descansar un par de horas y luego prepararme para empezar el trabajo a las siete de la tarde. Al llegar al local, la señora Pilar me presentó a mis compañeros. Tania era algo robusta y tenía alrededor de treinta años. Su principal labor era servir los pedidos. Jorge se encargaba de asar los pollos y tenía unos veinticinco años. Lorenzo se veía de veintidós y era el responsable de freír las papas y salchichas en caso de que alguien pidiese salchipapas o mollejitas a la mostaza. Por último estaban Margarita y Verónica, las más jóvenes del local con dieciocho y diecinueve años respectivamente. Eran las meseras que atendían a los clientes, pero antes de abrir las puertas al público, se encargaban de preparar las ensaladas y abastecer las enfriadoras con bebidas. Mi trabajo consistía en lavar platos y utensilios y apoyar al resto del equipo en caso de que lo necesitasen.

Aquella noche fue agotadora, pues la jornada laboral era hasta las doce y el sueño me ganaba. No hubo muchas ventas, así que supuse que mi cansancio era por falta de costumbre. La señora Pilar me invitó un café al verme con sueño.

—Prepárate, se pondrá peor cuando seas adulto —rio.

Solo pude sonreír, pues tenía razón. Cuando uno se convierte en adulto debe trabajar para costear sus gastos; lo tenía clarísimo, pero en ese momento mi motivación era Rosa, la única razón por la que quería ganar dinero.

Mi jefa estaba de cajera de su propio negocio, mientras que los demás conversábamos en la cocina para distraernos y olvidar el sueño. En una de esas instancias, cuando no hubo pedidos, supe que la señora Tania era madre soltera, ya que un poco hombre la dejó por otra mujer, sin siquiera pagarle pensión. Lo peor del asunto era que estaba inubicable, ya que ni la justicia podía encontrarlo para obligarlo a cumplir con sus responsabilidades. Por otro lado, Jorge contó que tenía pareja y había dado a luz a su primer hijo. Lorenzo estudiaba mecánica y trabajaba para costear los gastos de sus estudios.

Seguimos conversando mientras trabajábamos en los pedidos, aunque no había mucho movimiento debido a la baja venta del día. Después de minutos que parecieron horas, dieron las doce. Cerramos las puertas y terminamos la limpieza cerca de la una de la madrugada. La señora Pilar se mostró muy cuidadosa con los empleados, puesto que a las doce en punto su esposo llegó con su furgoneta y nos esperó para llevarnos de regreso a nuestros domicilios, así evitaba que fuéramos asaltados o algo semejante. Por eso, antes de contratarnos, se aseguraba de que cada empleado nuevo viviera cerca del local de su pollería, así no se le dificultaba el traslado.

A la mañana siguiente me costó mucho trabajo levantarme para ir a la escuela, ya que no había dormido lo suficiente. Aun así me esforcé y me paré con somnolencia. Escondí treinta soles en una lata vacía y solo llevé los otros diez a la escuela. Me pareció buena paga cuarenta soles por cada noche de trabajo.

Ese martes noté a Rosa muy alegre, pues le invité unos helados junto a sus amigas en el recreo. En ese entonces, diez soles era mucho dinero para cualquier estudiante. Parecía absurdo de mi parte, pero estaba muy contento de hacerla feliz.

Por la noche regresé al trabajo. Fue la misma rutina de siempre, sin cambios ni variantes. Sin embargo, al día siguiente falté a la escuela. Me había quedado dormido. Desperté muy tarde y mis hermanos se fueron solos, así que corrí a esperar a mi novia a la salida. Pensaba invitarla a almorzar a modo de compensación por haber faltado a la escuela y a nuestras citas en los recesos.

Fuimos a almorzar a un pequeño local. Mientras caminábamos, me dijo que se había preocupado mucho al no verme en la escuela. Pensé que algo había sucedido, así que me disculpé y le expliqué que solo me dormí, ya que el trabajo me había desvelado. Ella lo entendió y me preguntó si podríamos salir el sábado; le volví a prometer que sí. Después de almorzar regresé a casa y apenas llegué le pregunté a Jéssica por qué no me había despertado para ir a la escuela. Me explicó que lo había hecho cuatro veces, pero que yo solo le respondía que me levantaría enseguida, y como no lo hacía, comprendió que estaba muy cansado, de modo que se fue a la escuela sola, llevando a Rubén. Yo no recordaba haber intentado levantarme, pero le creía, pues llegué tan cansado del trabajo que me dormí con rapidez. “Descuida —dijo Jéssica— mamá llamó a la escuela y avisó que no irías, ya que te habías enfermado”. Eso me tranquilizó.

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