Bueno, alguna cosa tenía que acontecer con este t-shirt lleno de rastros de sudor y ya no muy azul celeste. Mariamaria casi automáticamente pensó en su prima mayor Elsbet. De todas maneras tenía que pasar en frente de su casa. A ella, probablemente, podría dejar claro como es, y además sus tíos ya eran un poco seniles, ellos no deberían notar el tejido manchado.
¿Pues qué pensarían todas las personas que la perseguían con sus ojos implacables, cuando aquellos podían verla ahora en esta condición? Tal vez ellos irían a usar sus pestañas con más moderación?
Mariamaria había olvidado completamente volver a cubrir sus piernas recatadamente, hizo eso rápidamente intentando alisar los pliegues de su minifalda hacia abajo. Sacó las piernas desnudas fuera del agua del Jordán, se puso de pie y se secó los pies en el césped de la orilla del río. En seguida se deslizó en sus sandalias marrones planas, trajo la mochila de cuero hacia su pecho y subió el barranco.
Para llegar a la casa de Elsbet y, si es posible, quedar escondida, tenía que hacer un corto atajo que la llevó a través del pequeño parque municipal del distrito sur de la ciudad de Nazaré. A partir de ahí sólo faltaba pasar una calle lateral.
La puerta principal de la casa de su tío quedaba semi-abierta, como siempre en el verano, y así anduvo de puntillas dirigiéndose directamente a la habitación de Elsbet que estaba en la parte trasera de la casa. Por la puerta del patio vio que tía y tío, ya un poco sordos, estaban sentados en el jardín jugando naipes.
Elsbet, cómodamente tumbada en su sofá-cama, con el notebook sobre las rodillas y los auriculares en sus oídos, no se había dado cuenta de inmediato y se asustó después que Mariamaria había abierto la puerta de la habitación. Pero en el mismo instante puso la mano en la boca de su prima para no revelar esta situación delicada.
Elsbet arrancó los auriculares de sus oídos, miró a Mariamaría con los ojos abiertos, frunció la frente con profunda sorpresa, entonces apretó los labios, los abrió de nuevo con la lengua y tartamudeó: Sí, ¿pero, cómo estás? La prima percibió inmediatamente que el rubor de la vergüenza se apoderó de la cara de Mariamaria y Elsbet contestó con las cejas levantadas.
Como si hubiera sido atrapado en una situación embarazosa, Mariamaria apretó sus pestañas superiores en las inferiores, respiró profundamente, dejó el aire mucho tiempo en su pecho antes de que se oyó salir el aliento lentamente sin responder nada. Poco a poco dirigió su mirada a Elsbet que tenía la boca abierta con la mandíbula inferior caída. La prima también respiró profundamente por la nariz, pero expiró inmediatamente por sus dientes y estaba yendo a anexar otra pregunta.
Mariamaria ya había esperado esta reacción, estiró su brazo derecho hacia delante, hacia el pecho de Elsbet, queriendo interrumpirla con los dedos extendidos de la mano abierta. Elsbet dejó caer las manos batiendo sobre sus muslos, miró a los ojos de Mariamaria intensamente, interrogativamente, y no consiguió creer la apariencia extraña de su prima más joven.
Mariamaria se mordió rápidamente con los incisivos el labio inferior, en seguida, pasó inquietamente la punta de la lengua sobre el labio superior seco cubriéndolo apenas con el dedo índice izquierdo, para indicar a Elsbet que ella ahora debería parar de preguntar. Por un momento las dos se miraron sin decir nada hasta que Mariamaria rompió el silencio suspirando y susurrando a su prima en voz baja: Por favor, no digas nada más, yo tampoco no sé exactamente lo que hay de errado conmigo, por favor, no vuelvas a preguntar, seguramente te voy a contar luego así que pueda pensar razonablemente.
Elsbet cerró la boca, se extendía de la almohada, se levantó medio irritada, hizo un gesto de socorro, giró su cabeza hacia un lado, tiró su pelo de la frente balanceando la cabeza de nuevo. Mucho tiempo que una estaba enfrente de la otra con los hombros caídos hasta que Mariamaria acaba murmurando: Ya ves, querida, de ninguna manera yo puedo ir a casa así y me dejo ver bajo los ojos de mis padres, porque ellos van a preguntar y no comprender nada, igual que tú, y no puedo contestar a ellos así como no puedo, a ti. La única cosa que realmente necesito ahora, es que tengo que tomar una ducha con urgencia para lavar las manchas de transpiración de mi t-shirt sudado.
Elsbet se quedó pensativa mucho tiempo, cruzó los brazos bajo su pecho exuberante, frunció el ceño, miró al techo y, en seguida, miró a Mariamaria desesperadamente y por fin respondió: Pero todavía mucho menos puedes llegar a casa con esta camiseta mojada. Pero Mariamaria, de repente, obviamente ya había inventado la solución: Eso no es ningún problema, nosotros dos vamos a retorcerla, la ponemos en la secadora, y el resto lo hacemos con tu secador de pelo. Hasta que llegue a casa el viento del verano la habrá secado completamente.
Elsbet había entendido el plan de su prima, asintió con la cabeza, se dejó caer con las nalgas primero en su sofá-cama, buscó apoyo con los hombros en el respaldo, tiró las rodillas abrazadas hacia el pecho, puso el lado de la cabeza en los brazos esperando lo que la prima hiciera ahora. Mariamaria miró alrededor del cuarto, así que sólo con la segunda mirada se dio cuenta que Elsbet con las piernas levantadas y por la falda plisada descubierta dejó a la vista la piel demasiado desnuda y de esta manera ofreció un aspecto, ciertamente no intencional, insólito, que ella hasta ahora no había percibido.
Elsbet miró atenta y curiosamente como Mariamaría resbaló de las sandalias, empujó la minifalda rayada rosa y blanca sobre sus muslos y pantorrillas hacia abajo y salió primero con el pie izquierdo y, en seguida, con el derecho. Todo lo que restó era el slip blanco. Elsbet levantó la cabeza y sus ojos estaban quedando cada vez más grandes, cuando Mariamaria, totalmente inesperada, sin vacilar y completamente sin vergüenza metió sus pulgares al nivel de los huesos de la cadera en la cintura de su slip y, poco a poco, lo empujó bajo sinuosos movimientos de sus caderas hacia los muslos a lo largo de las rodillas hasta los tobillos. Para librarse de la mini-falda había sido más fácil, pero su slip se mantuvo detenido en los talones, y ellos tenían que lidiar con las plantas de los dos pies. Elsbet había mirado los esfuerzos de su prima medio sorprendida, medio divertida, y cuando Mariamaria se levantó nuevamente, automáticamente los ojos de Elsbet también se deslizaron hacia arriba y quedaron capturados por una concha peluda.
Mariamaria dio media vuelta rápidamente y se dirigió directamente hacia la ducha, que estaba situada detrás de la puerta al lado de la entrada de la habitación. Elsbet oyó abrir los grifos. Mariamaria jugó con el agua fría y caliente, con el tiempo se acomodó a una temperatura tibia y dejó tamborear el agua sobre sus hombros en su parte delantera. Dos brotes florecieron a través del tejido mojado de la goteante camiseta chupadera, y ella sintió sus curvas debajo de sus manos. Una y otra vez miró los rastros que había traído de las orillas del Jordán intentando barrerlos y Mariamaria observó cómo desaparecieron lentamente.
Con gotas de agua entre los dientes ella llamó a su prima: ¡Ven a ayudarme para limpiar la parte posterior de la camiseta! Elsbet se levantó inmediatamente del sofá, vino corriendo, abrió la puerta de la ducha y comenzó a tratar las manchas blancas de sudor en la espalda. Con las puntas de los dedos frotó sobre el algodón, ahora profundamente azul, tiró varias veces la tela empapada de la espalda de Mariamaria y dejó fluir agua nueva hasta que las manchas desaparecieron definitivamente. Ella tiró la camiseta por delante y detrás hacia abajo dejándola lisa, e, involuntariamente, casi sin querer, raspó los rizos de cabello castaño, que ya le habían sorprendido mientras su prima se desvestía y que ella misma no podía sentir más.
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