Tal era el hombre. Ocupémonos por fin del escritor y del poeta.
Llegado a este punto, preciso es que abandone el alto criterio que las deslumbradoras facultades de Gustavo y la especialidad de su trato habían engendrado en mis juicios, para examinar el conjunto de obras que nos lega; las cuales, a pesar de no ser aquellas en que yo fundaba mi segura confianza, forman, sin embargo, un conjunto que basta a dar idea fija de su importancia en el terreno de nuestra literatura.
Sin entrar todavía en el campo de las relaciones, basta abrir esta obra por cualquiera de sus páginas para sentir en el mismo instante el ánimo agradablemente sorprendido, encontrándole fuera de esa atmósfera de lo vulgar, que tantos se afanan por romper, domeñando, sobre todo en España, la dificultad del lenguaje para expresar lo ideal y analítico del sentir moderno. Aunque Gustavo, cuando escribía en reposo, jamás olvidaba que su cuna literaria se había mecido en la patria de Herrera, Rioja, Mármol y Lista, como quiera que es un escritor eminentemente subjetivo, jamás deben desligarse en el análisis para su crítica la forma y la idea, dueña casi siempre ésta de aquélla, la una dictando, obedeciendo la otra. En el fondo de sus escritos hay lo que podría llamarse realismo ideal, único realismo posible en artes, si no han de ser mera imitación de la naturaleza o anacronismo literario y han de llevar el sello de algo, creado por el artista. Sorprende a veces su semejanza con ciertos autores alemanes, a quienes no había leído hasta hace muy poco, y a los que se parece, porque sus producciones están pensadas y escritas con la razón y la imaginación, que son en aquéllos inseparables y como dos buenas hermanas entre las que no hay secretos ni odios, reinando siempre armonía inalterable, producto del largo uso de la libertad de conciencia. Vese en Gustavo dominar siempre la idea a la forma, por más que ésta sea brillante y riquísima y oculte en apariencia a aquélla primorosamente; pues artista verdadero, es decir, hombre de sentimiento que atisba y oye repetirse dentro de su ser en mil ecos cualquier sensación externa, sabe permanecer siempre dentro del arte, o sease de lo bello, de lo bueno, de lo simpático, de lo sublime que casi todos fantaseamos aunque necesitemos las más de las veces que alguien, el genio, nos lo enseñe y explique para comprenderlo y precisarlo. Como todos los autores de estima, es Gustavo revolucionario, es decir, innovador y creador, amante de la verdad. En sus escritos tiende más a conmover que a enseñar; porque el tiempo y la razón a él y a aquéllos han demostrado que despertar los sentimientos que duermen en el fondo del alma es dar a los hombres la mejor enseñanza, llevándolos por el camino de lo bello (en cualquier sentimiento fingido no hay belleza), a cuyo término está la única moral, la moral subjetiva, por decirlo así, la que se desprende de todas las sensaciones que han agitado una vida. Todo hombre que siente, esto es, que puede conmoverse profundamente, está en vías de perfeccionarse y de llegar a la verdadera moral; la moral, que a mi juicio es la vida de la idea, la Oda del cuerpo y del alma que viven en paz y armonía.
Sí: Gustavo es revolucionario; porque, como los pocos que en las letras se distinguen por su originalidad y verdadero mérito, antes que escritor es artista, y por eso siente lo que dice mucho más de lo que expresa, sabiendo hacerlo sentir a los demás. Es revolucionario, como los alemanes, pero no por imitación, sino dentro de la espontaneidad y del arte cuyos límites, por muy dilatados que sean, no se pueden traspasar impunemente, aunque sí ensancharlos, siempre que la imaginación y la razón, la idea y la forma vayan unidas, sin separarse un ápice una de otra. He aquí por qué se parece a los alemanes, porque llega a esos límites, y sabe y tiene poder para agrandarlos, lo cual consiguen muy pocos. Sus leyendas, que pueden competir con los cuentos ds Hoffmann y de Grimm, y con las baladas de Rückert y de Uhland, por muy fantásticas que sean, por muy imaginarias que parezcan, entrañan siempre un fondo tal de verdad, una idea tan real, que en medio de su forma y contextura extraordinarias, aparece espontáneamente un hecho que ha sucedido o puede suceder sin dificultad alguna, a poco que se analicen la situación de los personajes, el tiempo en que se agitan o las circunstancias que les rodean. No son una idea filosófica que oculta tal o cual cosa y que quiere decir esto o lo otro; no: contienen una realidad que, para grabarse más profundamente en el corazón, hiere primero la fantasía con deslumbradoras apariencias, y, disipadas éstas, queda espontánea, fuerte y erguida. De la verdad ha de brotar la filosofía, y no de ésta ha de resultar aquélla. Tal sucede en las leyendas, en los artículos y, sobre todo, en sus magníficas Cartas, modelos de buen decir, verdaderas obras maestras de fecundia y de lenguaje. El rayo de luna, Los ojos verdes, ¿qué son sino cuadros fantásticos en que tal vez la locura de un hombre hace brillar una idea para todos real y visible? Aquel contorno de mujer que dibuja la luna, al atravesar las inquietas ramas de los árboles; aquel hada de ojos verdes que habita en el fondo del lago ¿qué representan sino la mujer ideal, pura, que inspira el amor de los amores, el amor que todo corazón noble desea y siente, amor interno, duradero, que jamás se encuentra en la tierra? ¿Qué significa aquel Miserere magnífico de las montañas, que va a escuchar un músico extraño, y al que pone notas tan extrañas como él, sino ese anhelar del artista, ese luchar sin reposo con la forma, esa desesperación eterna por hallar digno ropaje, línea precisa, color verdadero, palabra oportuna y nota adecuada al mundo increado de su alma, a los hijos brillantes de su fantasía? ¿Qué nos enseña aquel viejo Órgano de Maese Pérez , que nadie puede hacer sonar delante de Dios y del mundo, a no ser su propio espíritu, sino la imposibilidad de las escuelas, ese arte de las serviles imitaciones, en que no deben suceder falsos Rafaeles, Ticianos y Velázquez a los que así se llamaron en la tierra, a menos que Dios no haga el milagro de permitir bajar del cielo el ánima que le entregaron con el último estertor de la agonía?
Y si, teniendo presente que se publican sus obras después de muerto el autor y sin la menor enmienda, examinamos el estilo, la propiedad, el profundo conocimiento de épocas lejanas y de costumbres ya idas, no podremos menos de admirar consorcio tan sorprendente entre la espontaneidad y el estudio, entre lo fantástico y lo real.
Otra de las particularidades de Gustavo, la más esencial a mi juicio, la que más claramente revela su genio noble y elevado, es que personalmente siente y manifiesta sus particulares sensaciones, resultando, y así debe de ser, que aquéllas son comprensibles para todos, porque las experimenta ni más ni menos que como cualquier otro, si bien revela la manera de percibirlas bajo una forma poética, a fin de despertar esos mismos sentimientos en los demás. Sus pasiones, sus alegrías, sus aspiraciones, sus dolores, sus esperanzas sus desengaños, son espontáneos, e ingenuos, y semejantes a los que lleva en sí todo corazón, por insensible que sea. Esta particularidad se revela en sus poesías con más fuerza que en sus otros escritos. No finge nunca, dándole proporciones estéticas que al pronto la hacen parecer grande, una pasión exagerada; atento siempre a la verdad dentro del arte, habla según siente, y teniendo el don de sentir lo que impresiona a la colectividad, don tan sólo concedido al genio, apodérase de todos los corazones, que admíranse de ver a otro sorprender sus secretos y decir cuanto les conmueve, impresión que cada cual creía exclusivamente suya.
¿Por qué esta poesía subjetiva ha brillado tan poco en España, y cuando tal ha sucedido se ha verificado dentro de una excepción del sentimiento humano?
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