Markus Gabriel - La realidad en crisis

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La crisis pandémica ha evidenciado la necesidad de una Nueva Ilustración, una nueva puesta en valor del conocimiento humanístico. La realidad en crisis recopila tres conferencias impartidas por Markus Gabriel en el Tecnológico de Monterrey durante tiempos de encierro total con las que invita a retomar ese camino de reflexión y descubrimiento: «Virus y sociedad. La crisis del orden simbólico», «La objetividad y las humanidades: perspectivas para un Nuevo Realismo» y «La crisis del ser humano». El filósofo aborda los grandes desafíos a globales a los que se enfrenta la sociedad del siglo xxi: «alcanzar una cooperación transcultural, transdisciplinaria, una cooperación con miras a una organización moralmente mejor de la humanidad en este planeta (más allá de la explotación, de la dominación, de la asimetría, que todavía caracterizan el orden del poder), el único que nos queda».

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El imperativo virológico

La reacción social en su totalidad, especialmente la reacción política al virus, incluidas las clasificaciones virológicas de actores políticamente involucrados como el Instituto Robert Koch, así como la declaración de una pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, modifica la interacción de los subsistemas de la sociedad, lo que se refleja en el término «relevancia sistémica». Los grandes sistemas geopolíticos han estado escenificando sus valores en todos los canales disponibles durante meses y los movilizan mediante su gestión de crisis normativa.

Permanece indefinido qué actores políticos garantizarán la soberanía interpretativa sobre la crisis del coronavirus en los próximos años, ya que actualmente todavía nos regimos por leyes de protección contra infecciones y estados de emergencia. Como resultado, ha surgido un desequilibrio axiológico en Europa desde marzo de 2020 que está provisto de una pseudo racionalidad. Este desequilibrio consiste en que el imperativo virológico, el cual nos pide hacer todo lo posible individual y colectivamente, a casi cualquier precio, para hacer frente a la pandemia viral, elimina en gran medida los demás puntos de vista. Desde hace meses, la única alternativa pensable en la autodeterminación humana ha sido la economía, lo que ha llevado a que las discusiones sobre la relajación de las medidas se centren en la cuestión de cuán caro resulta exactamente contener la pandemia. La pseudo racionalidad del imperativo virológico consiste en que se formulan riesgos potenciales del nuevo coronavirus sobre la base de datos inciertos, de tal manera que incluso se sugiere que se debería haber impuesto un confinamiento más temprano, más estricto y por más tiempo en Europa (véase Mukerji y Mannino 2020). Si el objetivo principal de las actividades en la sociedad en su conjunto fuera contener el virus, tal interpretación del riesgo teórico podría aplicarse según los datos fácticos y los estudios médicos. Pero la premisa unilateral de la teoría del riesgo (que no señala una salida a la crisis del coronavirus) es completamente absurda, ya que pasa por alto el hecho de que, en primer lugar, hay muchos otros riesgos para la vida (incluidos los virales, como la pandemia interminable del VIH), que no se convierten en la «máxima máxima» de la acción estatal, y en segundo lugar que las medidas tomadas para combatir el virus son en sí mismas riesgosas y que en algunos casos ya han producido y están por producir grandes daños colaterales. 5

Aquí es donde entra un formato de observación de análisis crítico sobre la crisis del coronavirus, el cual me gustaría utilizar como modelo para una visión positiva del futuro. La crisis revela en esta óptica las debilidades sistémicas del orden global que ha surgido en el curso de una globalización interpretada en su mayoría de forma neoliberal, porque en efecto, esta crisis tiene lugar mayoritariamente en el orden simbólico: una representación de la pandemia viral ha absorbido toda la operación de los medios, así como la atención de casi todas las personas que viven en la actualidad y que pueden seguir los eventos mundiales en línea en tiempo real. En el caso de Alemania en particular, se puede afirmar que, afortunadamente, el disparo inicial para hacer frente a la pandemia fue impulsado por una visión moral. En vista de los peligros médicos, se hizo evidente de inmediato un consenso en la sociedad en su conjunto, en la forma de una ola gigantesca de solidaridad, interpretada en el sentido de que es nuestra obligación incondicional hacer todo lo posible a casi cualquier precio económico por proteger a las personas particularmente amenazadas del curso grave de la enfermedad y, por lo tanto, también para proteger nuestro sistema de salud de su saturación. A esta visión moral la llamo «el imperativo virológico». 6

La visión de un orden poscoronial

Gracias a la dinámica moral de la primera fase de gestión de la pandemia, en la que se trataba de la protección de la vida, se ha demostrado frente al público que es una mera excusa política afirmar que, por necesidades del mercado, no seamos capaces de crear un orden mundial moral cuyo objetivo sea poner en la cima de nuestros objetivos la sostenibilidad, la justicia distributiva y otros imperativos urgentes para mejorar las condiciones sociales más allá de las fronteras nacionales. En resumen: debemos y podemos permitirnos reconstruir el orden global en términos de objetivos moralmente justificables, incluso éticamente deseables. Lo que es posible para contener una pandemia viral no puede ser imposible para prevenir la crisis climática mucho peor y los diversos agravios que asolan a miles de millones de personas con pobreza extrema y escasez de suministros.

Mi visión positiva para el futuro se refiere a que hemos reconocido que somos capaces de progresar moralmente. Por lo tanto, no es una coincidencia que, en medio de la pandemia viral, estemos lidiando con problemáticas de carga moral –discusión sobre racismo, cambio climático, renta básica incondicional, explotación de humanos y animales en la industria cárnica, noticias falsas y populismo de derecha– con un enfoque inesperado. En general, el progreso moral consiste en hacer visibles los hechos morales parcialmente oscurecidos también para quienes se beneficiaron, directa o indirectamente, de mantenerlos en secreto.

El hombre es capaz de una moralidad superior, es decir de realizar cambios sistemáticos en el comportamiento que resultan de reconocer que hay cosas que debemos hacer y otras de las que debemos abstenernos. En la tradición filosófica, lo que debemos hacer se llama el bien , y de lo que debemos abstenernos se llama el mal . Nuestras situaciones cotidianas de acción en las condiciones de la división moderna del trabajo son, por supuesto, considerablemente más complejas que los escenarios éticos que han estado disponibles para la ética durante miles de años 7. Esto se traduce en nuevos tipos de situaciones de acción que nos confrontan con problemas éticos que aún no han sido esclarecidos. Por tanto, como muestra la crisis del coronavirus, no es fácil saber qué debemos hacer por motivos morales. La ética en tiempo real en sistemas dinámicos interconectados globalmente se mueve de manera diferente de lo que podrían imaginar Platón, Aristóteles o Kant. Pero naturalmente, no se puede deducir que no existan hechos morales sólo porque no sean previsibles a priori en condiciones de sistemas de acción complejos. Los desafíos morales más urgentes del siglo XXI sólo pueden superarse si eliminamos los frenos de la ética local tradicional en favor de una perspectiva genuinamente cosmopolita y, por lo tanto, universalista. Los peligros existenciales para la humanidad en su conjunto asociados con la digitalización y el cambio climático, así como la competencia sistémica, ampliamente percibida, entre los Estados Unidos, la Unión Europea y China, afectan a todas las personas que viven hoy y a las generaciones futuras. Cualquier toma de posición estratégica sobre estas problemáticas que no tenga en cuenta su dimensión cosmopolita fracasará porque pasa por alto los hechos morales. 8Y esta deficiencia, a su vez, se hará visible bajo la lupa de la actual crisis del coronavirus.

Una crisis es una situación compleja de toma de decisiones cuyo resultado está abierto. Nuestra libertad se revela en las crisis porque el resultado depende en gran medida de las decisiones que tomemos como individuos y comunidades, y de cómo se mapean institucionalmente nuestros patrones de autodeterminación, lo que a su vez modifica la autodeterminación individual. Hay diferentes estándares, es decir, puntos de referencia que podemos utilizar para medir y evaluar la gestión de la crisis y, por tanto, un potencial, aún inexistente «mundo después del coronavirus». Algunas normas son de naturaleza local. Esto incluye en particular la mayoría de las normas legales que son fundamentales para la crisis del coronavirus (especialmente las leyes de protección contra infecciones), pero también requisitos y objetivos económicos que están vinculados a expectativas en una economía social de mercado, diferentes a las de la República Popular China, por ejemplo. Las normas morales, los valores que afectan a todos los seres humanos como tales, deben distinguirse, pues conciben nuestra acción individual y colectiva en términos de una normatividad universal y son, por tanto, el vínculo racional de la humanidad, el techo bajo el que todos estamos.

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