E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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El agarre en mis muñecas desapareció cuando estuve quieta durante un rato, y lo trasladó a mi cintura, cogiendo de una forma que no era cariñosa, sino más bien como si fuese una marioneta.

Succionó muy fuerte y en diferentes lugares, llegando a un punto en el que me hizo daño. Se notaba a leguas que era para darme una lección, y apenas moví la cadera en protesta y agobio, presionó más su muslo en mi entrepierna con rudeza.

—Me duele –gruñí cuando volvió a clavar los dientes, sus labios curvados hacia arriba.

—Esto ni siquiera son los preliminares –frenó para recobrar el aliento, escrutando mi mirada sombría con una sonrisa satisfecha–. ¿Vas a llorar, Areum? ¿No te gusta que te castigue?

¿Qué había hecho yo para merecer algo así? No había sido tan mala con los herederos, ni con nadie. Apoyé la mejilla en la pared cuando sentí que mi cuerpo se rendía, lo había hecho hace tiempo, pero solo notaba lo muerto que estaba ahora.

No llores, no llores, no llores

—¿No te he dicho que no me gusta repetir las cosas dos veces? –espetó dictatorial–. Y me gusta que me mires cuando te hablo –me cogió bruscamente de la mandíbula y me obligó a mirarle, sus dedos apretando con la misma fuerza con la que su boca succionó.

Mis pestañas estaban húmedas, y una vez hice contacto visual con él, las lágrimas cayeron una detrás de otra, mojando sus nudillos. No hubo freno para las cascadas ni tampoco para su mirada sádica y satisfecha, para el sentimiento de vacío en mi interior, para lo humillada que me sentí bajo él.

—¿Interpreto que eso es tu rendición? –miró el recorrido de las lágrimas, sonriendo satisfecho al notar sus dedos humedecidos. Era un sádico.

Mi teléfono volvió a vibrar en mi bolsa antes de que le diese tiempo a hundirse en mi cuello.

—Continuamos esto mañana, ¿te parece? Todavía no he acabado mi obra de arte y detesto las prisas –pellizcó la enrojecida piel, y apreté los labios para no sollozar más cuando se autoconcedió el permiso de acariciarme la mejilla con mimo–. No puedes estar así de destrozada en media hora, así no durarás nada.

En solo media hora había sufrido lo que no había sufrido en muchos años.

—Por favor apártese –eché la cabeza hacia atrás para apartarme de su bífido toque, y esa vez lo dejó pasar. Mientras esperaba a que Takashi se alejase de mí aunque fuese un centímetro, vi de reojo cómo se quitaba el pañuelo de seda que llevaba al cuello.

Necesitaba mi espacio personal de vuelta cuanto antes, por mi seguridad mental.

Me tensé al sentir de nuevo sus manos en mi cuello, y cuando pensé que me iba a ahogar, envolvió la base con su suave pañuelo, para tapar la escena del crimen. Iba a quemarlo cuando llegase a casa.

No pude mover el cuerpo incluso cuando caminó hacia su escritorio antípodo, mi cuerpo seguía temblando y frío, tal vez así se sentía una degradación.

—Nos vemos mañana para establecer una serie de normas de convivencia –oí el tintineo de llaves cuando abrió la puerta, él impasible como siempre–. ¿Areum?

—¿Sí?

—Si vienes con tu uniforme escolar... –me dedicó una mirada que a sus ojos fue jovial, pero a los míos solo era mofa–, te prometo que estaré de buen humor la próxima vez.

Apagó las luces para darme privacidad, y me dejé caer al suelo cuando por fin escuché la puerta cerrarse, y sollocé miserable en un despacho oscuro entre los miles de rascacielos de Tokio.

En vez de ayudarme a prosperar, ya deduje que esta colaboración acabaría conmigo.

5. [un café bien cargado]

Areum

Sabía que si me quedaba “enferma” en casa iba a rememorar la tarde anterior, y al menos en el instituto estaba con Kohaku y me distraía.

Y aunque tampoco le quería mentir a mi mejor amigo, no pude explicarle lo que me pasaba por la cabeza.

—¡¿Quieres que te parta las piernas, pedazo de gilipollas?! –¿Kohaku estaba gritándole a alguien?, pensé, ¿con lo bueno que es él?–. Ari, ¿te encuentras bien?

Su voz de preocupación reverberó a mis espaldas, y estaba tan anímica, que me daba igual que una pelota de fútbol me hubiese hecho caer al cemento del patio. Notaba la picazón de la rodilla ensangrentada, pero tampoco me molestaba.

Tenía ganas de llorar pero lo contuve, y aunque Kohaku se pensase que era por la rodilla, era por otra cosa, por otro alguien.

—Areum, levántate –me cogió de la cintura con cuidado, y me mordí el labio casi hasta el punto de sangrar cuando el viento sopló directo en mi herida–. Vamos a la enfermería.

Me hizo pasar un brazo por sus hombros para poder caminar, y me tensé cuando tiró sin querer del pañuelo de seda que todavía no me había quitado del cuello.

—Cuidado Kohie –le advertí, ciñendo el pañuelo–, tengo frío.

...

—¿Eso que oigo son suspiros somnolientos? –una voz grave acarició el tímpano de mi oído con sigilo, y me tranquilicé cuando recordé que estaba con Kohaku..

—¿Y tú has puesto voz grave a propósito? –inquirí, inspeccionando los quehaceres en el patio del instituto; todos los alumnos almorzando, y algunos curiosos mirándonos.

Ignoré las miradas y me centré en la pequeña zona de jardín donde Kohaku y yo estábamos, él recostado en el árbol y yo en su pecho. Era un gesto ambiguo entre amigos y propio de pareja, pero lo cierto era que me importaba una mierda.

—Relaja la mirada, fiera –Kohaku me cubrió los ojos juguetonamente bajo sus plácidas manos, y me movió la cabeza en un suave círculo, para que destensara–. Podemos hundirles las acciones en bolsa, no hay necesidad de fulminar con la mirada.

—Últimamente estoy un poco paranoica –bajé sus manos–. Desde que mi madre llamó el viernes que estábamos de fiesta... –dejé caer los párpados, acordándome de las fotos que Takashi había hecho.

—¿Qué?

—Siento que nos observan.

¿Y si Takashi también podía acceder al instituto?

—Ari, de verdad necesitas relajarte. Compaginar la empresa con el colegio es jodido, y no me extraña que te esté dando un chungo cerebral por el cansancio –su cara apareció por el lateral de la mía, dándome un apretón con sus brazos–. ¿Quieres que te dé un masaje antes de volver a clase.

Asentí y me puse recta, a pesar de que eso significase dejar el seguro pecho de Kohaku. No lo llamaría exactamente hogar, pero desde luego era un lugar seguro.

—Te tienes que estar muriendo de calor con esto –no entendí sus palabras hasta que noté un tirón en la bufanda, sus dedos ya maniobrando para deshacer el nudo.

—¡No! –me aferré a la bufanda y me levanté automáticamente del césped, como si tuviese un resorte en el trasero. Kohaku se levantó, esperando en silencio una respuesta por mi anormal comportamiento–. Es que de verdad tengo frío –mentí seria.

—Estamos a 29 Cº –la sospecha nubló sus ojos. No tenía razones para desconfiar de mí ya que nunca le había mentido; hasta esta semana complicada.

—¡Creo que estoy comenzando a resfriarme! ¡No te preocupes!

Si hacía sospechar a Kohaku de lo de Takashi, algo me decía que saldría muy mal. Aunque no supe hasta qué punto escalaría aquello...

...

—Joji, ¿a dónde estamos yendo? –pregunté confundida, tras dejar atrás el edificio Samsung.

El joven chófer no desvió la mirada de la carretera ni un solo segundo, y la luz nocturna engullía el coche en el que íbamos.

—Al edificio Hyundai, Señorita So –su pendiente se movió con el suave giro del volante, mis ojos desamparados al oír sus palabras. ¿Al edificio del Señor Takashi...? ¿Pero por qué?–. Su madre no me ha dado más instrucciones excepto llevarla hasta allí, debería hablarlo con ella cuando llegue.

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