E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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Sabía que esto era más que inmoral, pero el incendio de mi vientre comenzó a crecer con la fricción de su erección en mi trasero.

No, ¡mierda! ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba así?

—No... –no solté su muñeca ni abrí los muslos, y con toda calma trasladó la mano a la parte delantera, subiendo la senda prohibida hacia mi intimidad–. Voy a gritar si no se aparta –dije, hiperventilando contra la madera–, ¡n-no pienso tolerar que me acose en mi propio edificio! –desesperada y en conflicto mental, le clavé las uñas hasta hacerme daño yo misma.

¿Y si ya había entrado aquí con la idea de tocarme cuando estuviéramos solos?

—No sé cuántas veces he oído eso... –desenterró mis uñas de su piel rota con una fuerza que no esperaba, y habló anormalmente calmado–. ¿Te ha parecido una buena idea hacerme eso?

Aprisionó mis muñecas en mi espalda y me empujó con impaciencia contra la puerta. Grité debido al golpe seco contra mi mejilla, con el poco cuidado que había tenido.

—No puede hacer esto. ¡Avisaré a mi madre!

—¿Para qué, cielo? –su mano libre acarició mis clavículas por encima de la blusa, y el contraste suave me desconcertó–. Solo atraerá a la prensa en un escándalo que no nos beneficia a ninguno de los dos. ¿Para qué quieres un escándalo sexual en tu inmaculado expediente cuando te lo puedes pasar bien conmigo? –lamió el cartílago, poniéndome los pelos de punta–. Además, aquí no creerían a una adolescente coreana –se río en mi oído, subiendo los dedos a mi cuello y rodeándolo–. ¿Para qué vas a gritar, eh?

Si esto salía a la luz, no solo sería una verdadera vergüenza para mí, sino que arruinaría la colaboración estimada en millones, y también la reputación de la empresa, la de mi madre...

—Quiero que sepas que no me gusta repetir las cosas –me dió la vuelta con la mano en mi cuello, e hice mi mayor esfuerzo por no mostrar que estaba asustada–. Si te hago una pregunta, la respondes al instante.

Guardé silencio, analizando sus facciones rectas y masculinas. No debía de tener más de veinticinco años, pero ya había alcanzado un atractivo físico que justificaba su extraña aura autoritaria.

¿Qué clase de heredero era él?, ¿por qué era tan abusivo?, ¿qué me iba a hacer?

—¿Es así de poco profesional con todas las herederas?

Mi comentario pareció hacerle gracia porque elevó una comisura de sus labios rellenos. Me sentía como un juguetito.

—He preguntado yo primero, ¿vas a gritar? –dio un apretón opresivo, y me quedé tiesa cuando sentí su respiración contra mi cuello.

—No.

—Muy bien, nena –me apremió con un tono de voz denso y sugerente, y noté mi cara roja como un tomate, porque me gustó–. Corregiré su exceso de autoridad, Señorita So, no se preocupe. Me gustan las chicas obedientes y no parece una. Va a ser todo un reto, especialmente siendo coreana.

Al decir lo último, me apretó la garganta con firmeza, como si me fuese a ahogar, y le miré con los ojos aguados, totalmente humillada y mentalmente colapsada.

—No me mires así, nos lo vamos a pasar muy bien, ya verás –sus ojos se dilataron, y no pude decir nada porque me quedé totalmente muda frente a su preciosa cara–. Takashi –remarcó, dando un toque final en mi nariz con la yema del dedo–, Señor Takashi. Acuérdate de ese nombre, nena. Lo vas a usar mucho.

2. [noche de gamberradas]

Areum

No sé cómo aguanté el día siguiente de instituto, porque lo cierto es que el acoso del heredero no me dejó dormir más de tres horas.

Al cerrar los ojos sentía sus manos en mí, el calor de su atrayente cuerpo. Había que ser estúpida para negar que Takashi era guapo, pero el trato tan frío y dominador que me dio...algo no iba bien.

—Oye, llevas todo el día ausente –la voz melosa de mi amigo Ito Kohaku me devolvió a la realidad. Me pasó el brazo cálidamente por los hombros cuando le miré–. ¿Qué te pasa?

—No he dormido demasiado bien, pero no tienes de qué preocuparte –le sonreí para que se tranquilizase, y aunque mi argumento pareció no convencerle, no volvió a hablar del tema, cosa que agradecí.

—Bueno, me encargaré de que te lo pases de puta madre esta noche –me acercó a él con el brazo, sonriendo de oreja a oreja, sin ser invasivo como Takashi–. Mientras tanto háblame sobre el heredero de la Hyundai, me quiero reír un rato.

Kohaku y yo siempre hacíamos eso, nos burlábamos de lo mimados que eran los herederos, cuando en realidad nosotros éramos igual. Íbamos a un colegio privado, vestíamos ropa de diseñador y podíamos tener cualquier capricho que quisiéramos, fuera lo caro que fuera.

Sí, éramos asquerosamente ricos y supuestamente enemigos. Kohaku, era el heredero a director general de Apple Japón, actualmente ocupado por su padre. Era mi misma situación con Samsung, solo que yo había dejado mi tierra para estar en el país nipón, más asilado y protegido del mundo exterior.

—Voy a buscar una foto suya en internet –tecleó con dificultad en el buscador, leyendo la pantalla–. Aquí dice que tiene 25 años, que a veces modela para diseñadores exclusivos y que es muy...”guapo” –leyó lo último con asco–. ¿Y por qué narices tiene su propia página en Wikipedia? La información ni siquiera es objetiva, qué falta de profesionalidad...

—Déjame ver –me puse de puntillas, solo para recordar la cara de mi pesadilla. Vi una entrada en la Wikipedia con el nombre entero. Takashi Kaito, así se llamaba el enigmático heredero. Me enfadé conmigo misma al pensar que salía guapo.

—No es más guapo que yo –Kohaku me miró con algo de timidez, esperando aprobación, y le pellizqué una mejilla regordeta.

—Nadie es más guapo que tú, Kohie.

...

A pesar del ambiente condensado de la discoteca, era difícil no centrarse en la naturalidad de Kohaku, quien parecía estar en su salsa a pesar de ser introvertido.

—Kohaku, ¡me encanta esta canción! –no disimulé mi ilusión, ya que cuando estaba con él, podía ser sincera.

—¿Esto es reguetón? –a mi amigo le costó pronunciar la palabra extranjera, pero cuando asentí, un brillo travieso despertó en sus ojos.

¿Qué tramaba?

Acortó un paso entre nosotros, hasta que su respiración me hizo cosquillas en la sien; me percaté de la irregularidad de esta. ¿Estaba nervioso? Porque no lo pareció en absoluto cuando apreció cómo el vestido entallado abrazaba mis curvas con devoción, y se relamió los labios al ver mi boca pintada de rojo.

—¿Kohaku? –incliné la cabeza a un lado, y carraspeó y pronto se recompuso.

—¿Esto se baila...pegados? –dijo con una sonrisa desenvuelta. En sus tiempos libres, bailaba, y a pesar de que sabía perfectamente la respuesta, quería oírme decirlo.

—Así es, se baila de forma anti-elitista –solté una risita al verle negar con la cabeza de forma juguetona.

—¿Y a qué esperas para acercarte? Que no muerdo –alzó una ceja, desafiándome de esa forma que solo él sabía hacer.

Noté un bulto en su pantalón a pesar de que no toqué su cuerpo, y si no fuese por las luces moradas y azules de la discoteca, habría visto sus mejillas sonrojadas. Hice como que no vi nada.

Tenía la teoría de que hace meses que le gustaba a Kohaku, pero era tan tímido que me hacía dudar. Y pensé que a veces a los chicos se les empalmaba cuando bailaban con una chica atractiva, así que seguí en dudas.

—Ari –me tocó el hombro al acabar la canción, llamando mi atención con el apodo de siempre. Tenía perlas de sudor en la frente y se mordía el labio con impaciencia–, necesito...ir al baño, ¿te importa?

—No me moveré de aquí –le sonreí, y desapareció. Bebí la amarga mezcla de zumo tropical y vodka, y cuando estudié mis alrededores, una figura alta se interpuso en mi campo de visión.

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