E. M Valverde - Sugar, daddy

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Una colaboración empresarial y el deseo de complacer la voluntad de su madre, hará que Areum caiga en manos del Señor Takashi, un hombre narcisista que disfruta corrompiendo personalidades débiles y llevándolas a su mundo sádico. Areum aprenderá a malas que las rosas más bellas también poseen las espinas más dañinas y difíciles de olvidar, y que la maldad del ser humano a veces es simplemente innata y autodestructiva.

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Siendo la viva imagen del derroche y del placer propio, algo tenía aquel hombre, desde luego.

—Areum, la sala está preparada, el papeleo también –mi madre señaló la puerta auxiliar en la misma habitación.

Caminé sin pensármelo dos veces a la tan familiar sala, con el chico pisándome los talones. Bueno, realmente no era un chico, era un hombre bastante desarrollado y bien formado. Sus cejas imponían bastante, pero intenté que no se notara. No es como si me fuera a comer.

En esa sala discutía los temas empresariales con el resto de herederos, y a menudo mis ideas tenían más trasfondo que las suyas.

—¿Tiene alguna sugerencia para la colaboración? –rompí el hielo bajando la pantalla de proyección, y me extrañé cuando tardó más medio minuto en contestar.

¿Estaba sordo o qué?

—¿Siempre eres tan directa? –cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra esta, las manos en los bolsillos y la lengua contra los dientes. No me habló de usted y me sentí inferior–. Porque de ser así podría ahorrarme un par de cosas contigo –sus brazos se marcaron cuando los cruzó, y una sonrisa turbia apareció en su masculina cara.

Ignoré el doble sentido de sus palabras, porque pensé que no podía ir en serio.

—¿No me va a hablar de usted? –incliné la cabeza a un lado, aumentando la batalla de poder con silencio. No me asustaban los hombres, y él no iba a ser el primero en hacerlo.

—No tienes mi edad, ¿por qué debería hablarte con honoríficos? –se sentó en el borde de la mesa frente a la pizarra digital, con las piernas abiertas y el semblante para nada amigable–. ¿No deberías de estar haciendo los deberes del instituto en vez de aquí? –se mofó, arqueando las cejas con fingida pena, casi con paternalismo–. Qué trabajadora...

¿Por qué no me veía como a una adulta a la que respetar? ¡Que era la heredera de Samsung, joder!

—Empezaré mi parte de la presentación, pues –le contesté sin perder las formas ya que así me habían criado, y volví mi atención al proyector para exponerle el esquema de mi idea.

Atrapé más de una vez su mirada inquisitiva en mis piernas descubiertas, e hice un esfuerzo por que no se notara mi incomodidad. Claro que más herederos habían mirado, pero desde luego no con tanto descaro.

¿Por qué me miraba así? Cualquiera se pondría nervioso.

Tiré del dobladillo de la falda hacia abajo, pero ya estaba a la altura correcta, mostraba lo justo. Por llegar a tiempo a la reunión, no me había dado tiempo a cambiarme el uniforme del instituto, todo para que luego él llegara impuntual y orgulloso en ello.

—¿No crees que deberíamos diseñar cámaras inteligentes en las esquinas interiores del coche? –propuso enigmático, sus dedos tamborileando secos contra la mesa, acompañando su voz ronca.

¿Qué ideas de mierda se le ocurrían? ¿Era este el heredero de la Hyundai? Porque sinceramente estaba preocupada por el futuro de su compañía.

—Definitivamente no... Sería un desperdicio de dinero y de mi tecnología –junté convincente las manos en un triángulo–. Ya está la alarma para avisar a las autoridades en caso de robo, ¿para qué desperdiciar dinero en eso?

Takeshi estalló en una risa contenida en la que pareció burlarse de mi lógica. No entendí nada, y no supe qué le parecía tan gracioso.

Se puso en pie, y en silencio, sus zapatos negros avanzaron hasta a la pizarra electrónica con una lentitud casi cruel. No reaccioné hasta que su altura me hizo sombra, y retrocedí cuando le vi a centímetros de mí.

¿Pero qué hacía invadiendo mi espacio personal así?, ¿qué iba a hacer?

Su cara quedó a un palmo de la mía, y aprecié de cerca sus rasgos severos disfrazados de piel suave y sana. Intenté mantener la calma, ya que tal vez solo se quisiera imponer, la masculinidad tóxica...

—Creo que está malinterpretado la situación... –susurré, encogida de hombros contra la pared.

—¿Cuántos años tienes, cielo? –preguntó condescendiente, apoyando la mano larga y anillada al lado de mi cabeza, encajándome en la pared–. ¿Dieciocho? –inquirió, con una sonrisa seductora que no pasé por alto. Hubo algo en sus ojos oscuros que me dejó prendada, pero también avergonzada.

—No se lo diré. Me tratará de inmadura solo por ser más pequeña que usted –concluí, desviando la mirada cuando sentí la cara caliente por el contacto visual; ¿qué me pasaba?–. Apártese.

—Me temía que dijeras eso –me miró de arriba a abajo hasta que me sentí terriblemente cohibida–. A los mayores nos gusta tener sexo de vez en cuando en el coche, grabar la experiencia. Es obvio que no tiene ni idea de eso, Señorita So –una de sus espesas cejas se alzó, sus nocivos ojos riéndose silenciosamente de mí.

Me acababa de llamar virgen en toda la cara

¿Por qué hablaba de sexo en una situación como esta?

—Pero el modelo que vamos a sacar es un coche familiar donde también van niños, no un prostíbulo con ruedas –espeté, intentando imponerme–. ¡Y le he dicho que se aparte! –en un arrebato de ansiedad, le di un manotazo a su brazo, desequilibrándole y aprovechando para salir entre la pared y su cuerpo–. D-Doy la reunión por acabada.

Sintiéndome patética e incomodísima, recogí mis apuntes lo más rápido que pude. Me forcé a desoír la pesada respiración a mis espaldas. No parecía muy contento, pero yo me seguía preguntando cómo podía haber tenido tan poco filtro y ser tan obsceno en la primera reunión.

¿Tal vez había sido mi uniforme? Era consciente del fetiche que algunos adultos tenían con eso, pero no era ni el momento ni el pretexto para eso. No era justificación.

Justo cuando me escabullí para abrir la puerta, una mano huesuda y esquelética se estampó contra la madera, cerrándola de nuevo. Me quedé paralizada, siendo consciente de que estaba detrás.

—No das nada por acabado porque el mayor aquí soy yo. No seas maleducada y ten una conversación cuando tu mayor te la pide ¿sí, cielo? –por primera vez me percaté de lo estricta que era su voz, como si no admitiera las opiniones de los demás. y también del calor que emitía su cuerpo–. No me gusta su exceso de autoridad, Señorita So...

Se me puso la piel de gallina cuando apartó mi cabellera tras mi oreja, y rozó mi hombro de forma innecesaria e intrusiva.

—¿Qué está hac... –enmudecí cuando me presionó contra la madera de la puerta, su cuerpo cubriendo el mío casi sin esfuerzo. Algo sólido se presionó contra mi espalda baja, y aunque sentí una angustia tremenda, tampoco hice nada para moverme–. Esto no está bien.

¿El heredero de la Hyundai era un adulto que no podía controlar su polla?, ¿de verdad la inmadura era yo?

—¿Y por qué no está bien, hmnn? –me susurró en el oído, con una voz tan claramente maliciosa, que comencé a temblar contra él.

Su cuerpo se sentía musculado y seguro contra mí, razón de más que me hizo sentir confundida. Y agradecí que estaba contra la puerta y así no podía ver mi cara.

—Está malinterpretado la situación, esto no es nada sexual –entrometió los dedos por debajo de mi falda, acariciando la piel–. Señor Takashi –atrapé su mano y clavé las uñas en el dorso como última advertencia–, creo que es suficiente.

¿Qué estaba haciendo?, ¿acaso mi mentalidad era un juego para él?

—¿Va a venir en uniforme a trabajar, señorita So? –me empujó más contra la puerta, haciendo que me callara–. Porque me ponen las chicas con falda y no creo que me pueda contener mucho.

—No me puede tocar así –me quedé inmóvil sin saber qué hacer, mareándome con los roces casuales que sus labios dejaban en mi piel.

—Pues ya lo estoy haciendo, Señorita So –uno de sus brazos rodeó mi cintura por diversión pura, y jadeé cuando me cortó la respiración debido a la brusquedad–. Tampoco estoy viendo que pongas mucha resistencia... ¿Acaso te gusta esta clase de toques? –tocó mi trasero por encima de las bragas, tan suavemente que no parecía una amenaza.

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