Jaime Hales - Baila hermosa soledad

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"Un poco de viento a ratos, nubes que van y vienen, unas más negras que otras, instantes de luminosidad plena, calor, mucho calor y una humedad terrible". Dos días antes un atentado en contra del general que gobierna, desató un temporal de persecuciones. Hombres y mujeres, todos nacidos bajo las mágicas influencia de la conjunción de Saturno y Plutón en Leo, en los alrededores de la mitad del siglo XX, ven sacudidas sus vidas que un día fueron de esperanzas, de luchas y de hermosos ideales. Una novela – escrita entre 1985 y 1987 – en la que se combinan el amor, la política, los miedos y, sobre todo, la soledad, muestra a los personajes creados por Jaime Hales, uno a uno, saliendo un baile manejado por manos ajenas e invisibles. El propio autor aparece como uno más de estos hombres y mujeres en una obra de ficción, pero que no escapa al tiempo real. La niña María ha salido en el baile baila que baila que baila y si no lo baila, castigo le darán. Salga usted que la quiero ver bailar por lo bien que lo baila Hermosa Soledad.
(Ronda infantil)
De este texto se ha dicho que es un retrato veraz y valiente de los acontecimientos del Chile de los años 70 y 80, donde acontecimientos y personajes son vistos en forma íntima en sus diversas facetas.

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El cuadro de agitación había sido creciente, con la su­ma de más y más sec­to­res so­­­ciales. La presión internacional es­taba en au­men­to y hasta los ame­­ri­ca­nos optaron por pre­sio­­nar para una salida pac­ta­da, enviando casi se­ma­­nal­mente a pe­riodistas importantes, par­la­men­­­tarios republicanos o de­mó­cra­­tas y hasta importantes funcionarios del Depar­ta­men­to de Es­­­tado y del Pen­tágono. El embajador americano, dijo Ra­món, ha­bía afirmado ante varios tes­ti­gos que la historia de la dic­ta­du­­ra podía dividirse entre antes y después del paro de dos días. La salida pactada les era urgente para dar una apa­riencia de­mo­crática que ga­ran­ti­­zara la mantención del esquema y la per­­manencia del General al­gunos años más. El pacto de­­bía con­siderar el ais­la­miento de los co­mu­nis­tas y su margi­na­ción de la vida política, crean­do un mar­co de to­le­ran­cia hasta sec­to­res de centro izquierda, moderados, según su con­cep­to de mo­de­ra­dos. Pero el General, cada vez más convencido que él es el sal­­vador del país y un ver­dadero faro para el mundo occi­den­tal, no acep­­tó la solución así sugerida, de­safió a todo el mundo, lla­mó a sus ge­ne­rales que debieron ir un día muy temprano has­ta la Escuela Militar, pa­ra jurarle leal­tad a toda costa, or­ga­ni­zó actos cívicos, retó pública y pri­vadamente a los di­ri­gentes de­rechistas que es­ta­ban dispuestos a en­tre­garlo a cambio del re­­conocimiento de la Constitución, su propia Cons­titución, por par­te de al­gu­nos opositores y, convencido que tenía que agu­di­zar la re­pre­sión, lo hizo.

− Y así se ha movido la cosa, les dijo Ramón, durante los últimos me­­ses, con el Ge­­ne­ral re­pri­miendo, los pobladores protestando y los po­líti­cos activando sus cua­dros y sus orga­ni­za­cio­nes para ha­cer más efi­cien­te la lucha. Ustedes han es­cu­chado que se ha­bla de algunos aten­ta­dos contra carabineros, pero en ver­dad hay muchas más bombas por todas partes, asaltos y otros, pe­ro la pren­sa se silencia. Los folletos de los partidos o de otros gru­pos están rom­pien­do el cerco que esa censura y la au­to­cen­su­ra han levantado y cir­cu­lan cada vez con mayor pro­fusión; cuan­do allanan un lugar e in­cau­tan una imprentita, el folleto si­gue sa­liendo en otra parte.

El Negro se acor­dó, sorprendido, de ese mi­meó­gra­fo ma­nual que una vez regaló a unos amigos estudiantes uni­ver­sitarios e ima­­­ginó el uso que se le estaría dando.

El pueblo estaba deso­be­de­ciendo a la au­to­ri­dad, que res­pon­día in­cre­men­tando la violencia.

− Ustedes saben, dijo Ramón a sus amigos que lo escuchaban ex­tasiados, que en es­tos días hu­bo varios paros y ahora estaba en preparación el paro na­cio­nal. Ahora sí que debía venir.

Estaban ya muy cerca de la casa de Catalina y Ja­vier de­tu­vo el au­to, pues que­ría escuchar completo el relato de su amigo antes de llegar. Es cier­to que mucho ya lo sabían, pe­­ro la claridad con que ha­bla­ba, la crudeza de los de­ta­lles, los per­sonajes del mundo político que apa­recían con una fa­mi­lia­ri­dad no imaginada, la evidente tozudez del Ge­neral, todo ello ad­quiría a sus ojos una fuerza diferente. Ramón hizo una nue­va pau­­sa cuando el auto frenó, pa­ra aco­modarse mejor y se­guir entregando la in­formación que sus amigos espe­ra­ban ávi­dos.

Durante la semana anterior hubo una serie de ru­mo­res, que co­men­za­ron cuando se denunció el aparecimiento de arsenales secretos en el norte. Los rumores más parecían fru­to de los deseos de algunos, que pro­ve­nien­tes de la realidad: que los ameri­canos estaban pro­mo­vien­­do un golpe con­tra el Ge­ne­ral, que había generales presos pues habían sido des­cu­bier­tos com­­­plotando, que se había alzado un re­gi­miento en el sur, que había re­da­das y se temía una ma­­tanza. La cosa se ha­bía puesto muy seria el viernes último, cuando el en­­­cargado de la or­ga­nización del Co­man­do entregó in­for­ma­ción so­bre cierta agi­tación en cuarteles. Era información y no rumores.

− Yo estaba ahí, por el par­tido y pude ver que la cosa era en se­rio. Y se habló también del aten­­ta­­do, que habría un atentado en preparación. Cuando Rafael, el secretario del Co­man­do, ter­mi­nó de en­tre­gar su información, se hizo un largo silencio. Lo rom­pieron algunos que di­je­ron que no creían nada y que estas eran maniobras para dis­traer la atención de lo central: la pre­pa­ración del paro. Se trabó una dis­cusión que quedó sus­pen­di­da hasta la reunión si­guien­te. Pero cuando se fueron, quedó al­go flotando en el ambiente y yo me fi­jé que Rafael se en­ce­rró a trabajar con el equipo de organización. Ha­bía que pre­pa­rar­se.

El General se había ido a pasar el fin de semana a su casa de la cor­dillera. El do­min­go en la tarde bajó a la ciudad. A los pocos me­tros de haber cru­zado el río la comitiva fue in­ter­ceptada por un nu­me­roso grupo armado. La ba­lacera fue in­tensa y los atacantes y los agen­tes combatieron por largo ra­to, quedando bajas de ambos lados. No se había logrado sa­ber has­ta la noche qué ha­bía pasado con el General, pe­ro un auto de la comitiva que pudo se­guir fun­cio­nando, había re­gre­sa­do al recinto amurallado y poco después hubo in­ten­so tráfico de he­li­cóp­te­­ros.

La información del hecho se había conocido por los muchos san­tia­gui­nos que regresaban a la ciu­dad ese atar­de­cer. Luego lo dio la televisión.

Junto a las noticias co­men­za­ron a circular los ru­mo­res, por qué si y por qué no, respecto de los si­lencios ofi­cia­les más pro­lon­gados que lo que con­ve­nía para el clima de es­ta­bi­lidad que necesitaba crearse. Algo más podía estar pa­­san­do.

-Rá­pi­da­men­te, decía Ramón con una voz lenta y profunda, re­ci­bimos ci­ta­ción y cuando recién ha­bían pasado dos horas de es­to, ya algunos de los en­car­gados de partidos lle­gábamos a la reu­­nión.

No todos llegaron. Algunos no lle­garían nunca. La reu­nión fue muy ten­sa. Junto el re­la­to de los hechos, que el mis­mo Rafael resumió con enorme fa­cilidad, empezó la ola de ru­­mo­­res. Según al­gunos ya había oficiales del Ejér­ci­to de­te­ni­dos. Según otros se ha­bía le­van­­ta­do un regimiento en el Norte. Los que no habían creído la noticia el día viernes se veían tre­men­damente asus­ta­dos y pronosticaron muer­tes, atentados y otras bar­ba­ri­da­des. Todos estaban se­­gu­ros que el General se ha­bía salvado, pues era un hom­­bre de mucha suer­te. En todos es­taba la duda, no ya de la veracidad de la operación pues ha­bía de­ma­­sia­dos tes­ti­gos, sino que por si era un au­toa­ten­ta­do, un atentado de su pro­pia gente, un aten­tado de los americanos o de la izquierda. Todos te­nían ar­gu­men­tos abun­dan­tes para de­fen­der cada una de las posiciones y los mismos ser­vían pa­ra de­fender las tesis con­tra­rias. Por ejem­plo, el del fracaso en re­la­ción con la muerte del General, era esgrimido por los que de­­cían que ésta era una ad­­vertencia de los americanos, los que afir­maban que era la típica in­com­pe­ten­cia de la izquierda y los que sostenían que eran los propios militares que qui­sieron arres­tarlo, pero no matarlo.

Nada se sabía en esos momentos. Pasaron varias ho­ras an­tes que el Secretario Ge­neral de Gobierno apareciera con alguna infor­ma­ción coherente, aunque no nece­sa­ria­men­te creí­ble.

− Recibimos ciertas instrucciones y pautas de carácter ge­ne­ral, algunas orien­ta­cio­nes de se­gu­ri­dad, sin perjuicio de las nor­mas de cada Partido. Me fui a reu­nir con mi Secretario Ge­ne­ral, que me descolgó de inme­dia­to. No te metas en na­da más, chi­co, me dijo, hasta que nos con­tac­te­mos contigo nue­va­men­te. La ins­trucción era hacer vida común y corriente y por nin­gún mo­tivo intentar to­mar contacto con el Partido o con el Co­­man­do, aunque mi Partido es chi­co y no nos van a dar mu­cha impor­tancia.

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