Muchos esclavos fueron sometidos a horrendas torturas por no obedecer correctamente a sus amos. En este sentido, Galeno dejó constancia de que un gran número de esclavos presentaba los dientes rotos y los ojos amoratados a consecuencia de los maltratos que recibían constantemente. Por otro lado, el trato bondadoso era bastante excepcional –los esclavos domésticos que vivían bajo el techo de una familia acomodada podían considerarse a sí mismos mucho más afortunados que los campesinos indigentes.
Tradicionalmente, a los esclavos fugitivos, a los calumniadores o a los ladrones se les marcaba la frente con un hierro candente las iniciales FUG., KAL., FUR. En este sentido, Constantino, el primer emperador cristiano, tachó esta práctica de incorrecta, pero no por razones humanitarias, sino porque la cara era inviolable al ser reflejo de la imagen de Dios. Por este motivo decretó que en lugar del rostro, los esclavos fueran marcados en los brazos y en las piernas. No obstante, en los casos de mayor gravedad el esclavo podía ser condenado a muerte. Tradicionalmente, moría crucificado después de una lenta agonía. En otros casos, era arrojado a las fieras o quemado vivo –tal era la crueldad hacia los esclavos que si eran llamados a testificar ante un tribunal de justicia, su testimonio debía estar prestado bajo tortura para que fuera realmente veraz–. La muerte del esclavo era inmediata al menos en un caso, según una antigua ley después desaparecida: si el dominus era asesinado por un esclavo, todos los demás esclavos de su propiedad serían ejecutados por haber sido incapaces de evitar la muerte de su propietario.
A pesar de todo, los esclavos podían comprar su libertad o adquirirla a través de su amo mediante la manumisión. El dominus podía oficializarla mediante una carta o a través de un testamento, siendo esta última la fórmula más común. Desde ese momento, el manumitido se convertía en liberto, adquiría en consecuencia la ciudadanía romana y podía disfrutar de los derechos civiles. Además, se convertían en miembros de la familia a la que pertenecían antes de su manumisión. Incluso algunos esclavos se convirtieron en hijos adoptivos y herederos de sus antiguos amos. Sin embargo, en Roma un liberto raramente quedaba libre de obligaciones, ya que era muy habitual que quedaran ligados a sus antiguos propietarios mediante un tipo de contrato por el que debían entregarle anualmente una serie de tributos o proporcionarle una serie de jornadas de trabajo.
El Gálata moribundo, conservado en los Museos Capitolinos de Roma, es una de las representaciones más reveladoras de un galo derrotado y esclavizado. La escultura, que representa a un guerrero celta desnudo con torques en el cuello, es una antigua copia romana en mármol de una estatua broncea de factura griega encargada en el siglo III a.C. por Átalo I de Pérgamo para conmemorar el triunfo sobre los gálatas
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