Ginés Sánchez - El mar detrás
Здесь есть возможность читать онлайн «Ginés Sánchez - El mar detrás» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El mar detrás
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El mar detrás: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El mar detrás»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El mar detrás — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El mar detrás», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
–Sí.
–¿Y sabes dónde lo puedo encontrar?
–Él tiene un puesto, ¿no? ¿No vende juguetes y jabones?
–Sí, pero hace ya días que no aparece.
–¿No? Pues no lo había notado.
Nadia, a veces, se enfadaba con Dibra.
–¿Y qué más te da? –le decía–. Es solo un niño. Y ni siquiera llegaste a cortarte el pelo. ¿Es por la jaula?
–No es por la jaula.
–¿Entonces qué es?
Dibra estaba confusa. Miró hacia Nadia y luego hacia mí.
–No sé. Es raro. Ya te lo dije.
–¿Raro el qué? –dijo Nadia.
–Lo de Wole. Me preocupa –Dibra me miró y me sonrió y me acarició el pelo–. E Isata también está preocupada, ¿verdad?
Y yo le dije que sí con la cabeza. Además, estaba muy de acuerdo con Dibra. Yo no hubiera podido ni respirar si hiciera seis o siete días que no sabía de ella.
Esa tarde volvimos a encontrarnos, cerca del atardecer, entre las dunas. A nuestros pies se desparramaba el campo. Los miles y miles de contenedores con sus personas a la puerta y su ropa tendida y, fuera de la alambrada, el mar multicolor de las tiendas de campaña de los que aún estaban sin clasificar o de los que, simplemente, no cabían.
Y gente, gente, gente, gente. Gente por todas partes. En corros, en colas, amontonados. Gente que iba, que venía, que se cruzaba.
–¿Cuánta gente habrá ahí? –preguntó Dibra, pero lo preguntó al aire.
–En las noticias dijeron que había como cincuenta mil –dijo Nadia.
–¿En qué noticias? ¿Cuándo has visto tú las noticias?
–Yo no las vi, pero alguien se lo dijo a mi padre.
Dibra reflexionó.
–Cincuenta mil personas es lo que cabe en una ciudad pequeña.
–Sí.
Dibra movió la cabeza y yo sabía por qué la movía, porque a ver cómo encontrábamos a Wole en mitad de toda aquella gente.
–¿Alguien se fijó en el carné de Wole, alguien lo vio alguna vez? ¿No lo llevaba colgado del cuello a veces?
Dibra se refería a la identificación que te dan en el campo cuando haces la solicitud para ser refu, y era cierto que había quien la llevaba al cuello, pero ni Nadia ni yo teníamos ni idea. A nuestra derecha, bajando la ladera, se extendían campos de cultivo y varios tractores pasaban ahora levantando columnas de polvo. Polvo era, también, lo que había más allá del saladar, hacia la sierra que se veía a lo lejos.
Entonces, el sol bajó un poco más y entre el polvo surgió un destello. Nos estremecimos las tres.
Porque hacia el norte esperaba la frontera. Y el destello provenía de una de las torres de vigilancia. Donde esperaban los soldados armados.
Dibra se levantó y se sacudió el polvo del trasero.
–Remojémonos los pies –dijo.
Nos fuimos las tres para la playa.
DIECISÉIS
–Recapitulemos, Isata, pensemos qué sabemos de Wole –dijo Dibra.
Otra vez era por la tarde y estábamos las dos delante de su contenedor. Dibra había sacado un par de onzas de chocolate de las que le solíamos comprar a Wole y nos las habíamos comido con té hecho en el hornillo. Después se había sentado en una silla y se había puesto de espaldas a mí y se había soltado el pelo. Yo, con mucho cuidado, lo iba desenredando y peinando.
–Sabemos que se llama Wole, bien, punto para nosotras –decía–. ¿Qué más?
Yo me toqué la camiseta y el pantalón. Dibra sonrió.
–Sí. Sabemos que tiene una camiseta amarilla y un pantalón tirando a verde: otro punto; más cosas…
El pelo de Dibra era suave y espeso, pesaba en las manos. Olía a alguna flor que alguna vez estuvo en algún jardín.
–¿Sabemos, por ejemplo, su número de carné? No. Punto para los malos –decía ella–. ¿Sabemos su apellido? Tampoco, otro punto para ellos. ¿Sabemos el sector en el que vive? Tampoco.
Dibra suspiró. Yo tiraba suavemente de su pelo. Lo sujetaba arriba con una mano y después iba descendiendo muy despacio. Se levantó un poco de viento y pareció, durante un instante, que no éramos más que dos niñas normales a la puerta de una casa en un pueblo. Dibra volvió a suspirar.
–Y todo esto no es más que el principio, ¿sabes por qué?
Yo negué con la cabeza.
–Porque, piénsalo, Isata: no sabemos si él estaba aquí solo o con algún familiar. Ni de qué país vino. Ni dónde dormía o si tenía amigos. No sabemos nada de su historia, Isata.
Yo solté una de sus largas guedejas y cogí la siguiente. Ella cerró los ojos.
–Y eso no está bien, ¿entiendes?
Y yo lo entendía.
DIECISIETE
La encargada del sector de clasificación de ropa se llamaba Gina y era morena y bajita y gordita. Cada tarde pasábamos junto a ella y ella nos saludaba con aquella mirada y aquella sonrisa que hacían que Dibra levantara la nariz.
–¿Cómo estáis, chicas?
–Bien, tratando de que nos crezca un poco más el cuerno de la frente para poder colgarnos más gominolas –decía Dibra.
Por supuesto, Gina no lo entendía, pero se reía como si aquello fuera muy gracioso, lo que hacía que Dibra levantara aún más la nariz. Después nos organizábamos. Gina nos iba diciendo si había llegado algún camión y adónde teníamos que ir. Nosotras cargábamos las bolsas y empezábamos a clasificar. Gina supervisaba.
–Mejor haced otro paquete con esas –decía.
O:
–Todos esos abrigos vamos a guardarlos en el almacén para el invierno.
Nosotras trabajábamos y, en general, hablábamos poco con ella. Ella lo había intentado al principio, pero lo había dejado hacía tiempo.
Aquella mañana, Dibra y Nadia no hacían más que mirarse. Al final fue Nadia la que le preguntó:
–Oye, Gina, imagínate que hubiera desaparecido un niño…
–Sí, ¿qué?
–¿Qué habría que hacer para buscarlo?
–¿Buscarlo? A qué te refieres, ¿oficialmente?
–Sí.
–Bueno, yo iría y pondría una denuncia en el Comisariado. Y también se lo diría a la policía de aquí.
–Ah.
Luego seguimos trabajando. Gina nos miraba y nosotras sabíamos que ella nos miraba y ella sabía que nosotras sabíamos que nos miraba. Aguantamos así un rato. La bolsa que estábamos clasificando era pesada y oscura. Un ventilador zumbaba cerca de nuestras cabezas. Gina no aguantó más.
–¿Ha desaparecido alguien? –preguntó.
Dibra levantó la cabeza de lo que estaba haciendo como si acabara de despertarse de un profundo sueño.
–¿Desaparecido? No, no que yo sepa –dijo.
Dibra dijo eso y luego se quedó muy pensativa el resto del tiempo que estuvimos trabajando. Por supuesto, yo sabía lo que estaba tramando. Y cuándo iba a hacerlo.
Por supuesto, ella no se iba a librar tan fácilmente de mí.
DIECIOCHO
Así que esa noche, cuando terminamos de cenar, me bebí un montón de agua porque sabía que eso era lo que iba a hacer Dibra. Luego me acosté y luego me desperté cuando todavía era de noche con muchas ganas de orinar. En mi reloj decía que eran las cuatro y cuarto. Salí corriendo para el retrete. En la cola, una cola muy corta, estaba ya Dibra. Me vio llegar a la luz de la farola y me sonrió.
–Eres una chica lista, Isata –me dijo, y me acarició la cabeza y se quedó pensativa–. De algún modo me lees la mente, ¿no es cierto?
Aquello pareció divertirle y nos quedamos las dos, la una al lado de la otra. Luego hicimos nuestras cosas y fuimos a desayunar. Sobre las seis y media, ya estábamos libres y corrimos hasta la verja que separaba la zona de los refus de la de la gente de Acnur. Por supuesto, ahí había otra cola y nos sentamos a esperar. Había amanecido ya hacía rato cuando abrieron la verja y eran más de las nueve cuando al fin entramos en las oficinas. Yo nunca había estado allí.
Era un sitio muy grande y con un suelo muy limpio y con aire acondicionado. Había macetas y sillones y mesas y pantallas y grandes mapas en las paredes. También había cinco personas detrás de cinco mesas. Cada una tenía su ordenador y su montón de papeles. Una chica nos dijo a qué mesa teníamos que ir. El funcionario tenía los ojos casi verdes.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El mar detrás»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El mar detrás» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El mar detrás» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.